El camino

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Busco mi destino

La primera sensación que deja esta película, esto es apenas cuando terminamos de verla, es “quiero hacer ese viaje", efecto que no es inocuo, pero si parece ser intencional. El quedarse impregnado no sólo por las imágenes paisajísticas que demanda el querer contar la historia misma, sino porque mucho de esto esta relacionado con la empatia que producen los personajes.

No estoy hablando de las distintas motivaciones, sino de la construcción y desarrollo de cada uno de ellos, y como va estableciendo las interconexiones entre los personajes y sus propias historias.

Poseedora de una delicadeza formal y visual, aparentemente instalaría un discurso religioso, místico, espiritual si se quiere, ya que todo transcurre en el conocido peregrinaje que se realiza año tras año en el camino hacia Santiago de Compostela, al norte de España.

Bien podría haberse tratado de realizar un documental sobre este hecho, y posiblemente esa primera sensación de querer hacer ese viaje también hubiera sido posible que ese deseo se haga cuerpo en el espectador. Pero el director tomo el suceso para contarnos más una historia atravesada por un viaje interior, introspectivo, (o varios de cada uno de los cuatro personajes principales), que por momentos hasta hace olvidar que en realidad se trata de una road movie de estructura clásica.

Cada uno de ellos tiene su razón para estar en ese lugar, tan disímil como sus orígenes, situación de la vida real, ya que este recorrido desde el sur de Francia hacia esa ciudad española la realizan anualmente miles de personas de todo el mundo.

Entonces, ya comenzado el peregrinaje, nos encontramos con Sarah (Deborah Kara Unger), una mujer canadiense, cuarentona y todavía muy bella, que se impuso hacer el viaje para, al terminarlo, dejar de fumar, como justificación de vivir mejor o, desde otra perspectiva, empezar a respirar, situación que plantea un pasado por resolver o sólo dejarlo atrás.

Paralelamente, conocemos a Joost (Yorik Van Wageningen), un holandés “errante” de proporciones enormes, personaje que carga con los momentos de comedia más importantes de la película, y que esta en ese camino con el sólo motivo de bajar de peso, para satisfacer el deseo de su novia, o de volver a ser el objeto de deseo de ella.

El tercero en aparecer es Jack (James Nesbitt), un inglés de profesión cuentista, que esta en busca de inspiración para escribir una novela, basado posiblemente en la vida real del propio Jack Hitt, autor del libro en que Emilio Estévez, como realizador, se basó para encarar esta producción.

Pero la historia principal se centra en Tom (Martín Sheen), un yankee sexagenario, viudo, de profesión oftalmólogo, casi retirado, quien recibe la noticia que su hijo Daniel (Emilio Estévez) ha fallecido en Europa. Viaja a Francia para recoger el cuerpo de su hijo, con el que no había una excelente relación, para descubrir que su fallecimiento se debió a un accidente apenas comenzaba su el peregrinaje hacia Santiago. Entonces decide cremar el cuerpo de su hijo y hacer esa travesía trunca para dejar parte de las cenizas en varios lugares del recorrido.

Lo que empieza por ser la exploración de entendimientos, razones, motivos del hijo, termina por ser un viaje en su propia búsqueda.

Emilio Estévez y Martín Sheen son hijo y padre en la vida real, situación que favorece al relato, pues son muy parecidos. Recordemos que el nombre de origen de Martín es Ramón Estévez, y Charlie Sheen , su otro hijo, es Carlos Estévez.

Martín carga a sus espaldas todo el filme, dándole al personaje la carnadura, el compromiso fisco y emotivo necesario como para hacerlo verdaderamente creíble.

Sustentado en un muy buen trabajo fotográfico, utilizando los exteriores para darle calidez al relato, al mismo tiempo que la banda de sonido hace hincapié en los momentos necesarios para sostener y/o acrecentar la empatia que propone el texto.

Una obra delicada, que cuenta una historia central que bien podría haber caído en la recurrencia a golpes bajos, efectistas, de tintes devotos, pero que en cambio termina por ser netamente humano y esto esta así escudriñado.

Nótese, como apostilla, o como nota de color, que en todos los personajes son respetados, o que son alineados, de acuerdo a la nacionalidad del actor que lo encarna, y esto tampoco debe ser casual.

(*) Producción de 1969, dirigida por Denis Hopper