El callejón de las almas perdidas

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

En 1947, Edward Goulding estrena “El Callejón las Almas Perdidas”, con protagónico de Tyrone Power. Setenta y cinco años después, Guillermo Del Toro emprende la primera remake de su carrera, rodeándose de un elenco estelar y echando mano a su siempre atractiva concepción visual. Adaptando una historia que se desarrolla en el año 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, la nueva versión de “El Callejón de las Almas Perdidas” nos presenta una variopinta galería de personajes amorales, corruptos y pendencieros, quienes trazan una mirada bastante pesimista acerca de la condición humana. Del metraje original (110 minutos minutos), el realizador mexicano ambiciona lo suficiente como para llevar su propuesta a un total de dos horas y media de duración. Excesivo metraje en pos de adaptar la novela autoría de William L. Gresham, en 1946. Conservando el espíritu noir clásico, el film se rodea de extravagantes criaturas, atraviesa pasadizos decadentes y mira directo hacia el abismo que cobija a estos seres expulsados del sistema. Un halo de tragedia, tanto como de hipnotizante magia reviste a un argumento fragmentado que resiente, por tramos, la homogeneidad que ofrece la historia a nivel narrativo. Las ferias de excentricidades eleva a la enésima potencia el fetiche por las monstruosidades y deformidades. Del Toro, un obseso de los gabinetes de curiosidades (su panteón fantástico se encuentra reunido en el libro homónimo que editara el cineasta) examina los límites de su propia fijación, conservando en formol horrorosas maravillas dignas de estudio científico. Cae la noche y siempre llueve, una atmósfera apropiada para que el carnival show ensaye su número más dantesco. A lo largo del film, abundarán magnates poderosos con oscuros secretos, una mujer fatal dispuesta a encandilar con sus encantos a todo incauto perdedor y un misterioso buscavidas tratando de escapar de su traumático pasado.

El responsable de grandes films como “La Cumbre Escarlata”, “El Laberinto del Fauno” o “La Sombra del Agua” mantiene impoluto su sello; mueve su cámara con precisa inventiva, mientras la fotografía de Dan Lausten nos subyuga captando auténticas postales. La música de Alexandre Desplat hace las mieles para nuestros oídos y el próximo juego de prestidigitación se dispone a hipnotizarnos. Del Toro es un esteta de la imagen, un arquitecto de escenarios atento a cada detalle. Su manejo de la puesta en escena no cesa de sorprendernos. Creer o reventar, un buen ilusionista no devela jamás el truco. Un estafador guarda un as bajo la manga y la película muta a un tono policial que resguarda los modos de antaño. A riesgo de perder en el camino cierta porción de su verosímil e incluso cuando el ingenio del director merecía una mejor historia entre sus manos. Dentro del suculento cast, algunos personajes corren mejor suerte que otros. El siempre inconmensurable Willem Dafoe desaparece sin dejar rastro, los enormes Toni Collette y Ron Pearlman merecían mejor suerte, mientras que a Cate Blanchett le alcanzan apenas un puñado de escenas para mostrar su gloriosa valía actoral. Richard Jenkins está proverbial y Rooney Mara cae víctima del pobre personaje que le cayera en suerte. Lo mismo podríamos decir del funesto desenlace que arrastra a David Strathairn y Mary Steenburgen. No obstante, la película entera pertenece a Bradley Cooper, quien regresa a la gran pantalla luego de una prolongada ausencia de cuatro años -no lo veíamos desde “Nace una Estrella”, 2018-. La encomiable escena final arroja una verdad incontrastable: el talento actoral de Cooper no tiene techo; no menos evidente resulta el desenlace, a la hora de exponer, en carne viva y a corazón abierto, el último de los dilemas existenciales que aprisiona el gesto devastado de un alma condenada por sus propios pecados.

Podría ser la reflexión acerca de la finitud de la vida, que cita a Albert Camus promediando el film. ¿Vale la pena seguir? Pero no, el auténtico absurdo, la inexpugnable farsa de la vida, sea -quizás- convertirte en aquel monstruo al que alguna vez dejaste librado a su suerte. Al fin, nacimos para eso. Be aware what you wish for…no hay escapatoria posible de un laberinto sin punto de salida. Ya estábamos advertidos, el fuego no podía consumir el asombro ni Del Toro jamás fijará el estándar de su interminable pesadilla cinéfila bajo el molde de esta nostálgica fábula moral.