El cadáver de Anna Fritz

Crítica de Jonathan Plaza - Función Agotada

Rigor mortis

El Cadáver de Anna Fritz (The Corpse of Anna Fritz) llega a nuestras carteleras a casi tres meses de haberse estrenado en su país natal. El punto de partida genera la atracción incomoda que cualquier film que pretenda ser un buen thriller debería: Una exitosa actriz (la que da título al film) muere y es llevada a la morgue donde trabaja Pau, quien junto con dos amigos deciden tener sexo con su cadáver. El thrill, el estremecimiento que funciona como gancho en ese contexto, es simple, mientras lo están haciendo, Anna (Alba Ribas) despierta.

La premisa entonces puede recordar tanto a la película Deadgirl (2008) como al cortometraje Aftermath (1994), sin embargo, no es del género de la primera ni tiene el gore gratuito del segundo. El Cadáver de Anna Fritz vuelve comercial un tabú tratado con mayor amplitud en los bordes del cine B pero no por eso resulta menos inquietante.

Su duración de 72 minutos sumada a una narración que se desarrolla prácticamente en una única locación son las decisiones más acertadas del film ya que le permiten mantener la tensión a pesar de las notorias fallas en el guión y la continuidad. Pese a este acierto y a la demostración de parte de su director, Hèctor Hernández Vicens, de tener un interesante control de la puesta en escena la película abusa de la repetición de la formula plan/discusión/contraplan y tiene un desarrollo muy pobre del fuera de campo por lo que la tensión respecto a las consecuencias del exterior se diluye.

El Cadaver de Anna Fritz confía su funcionamiento en el combustible que le ofrece su premisa inicial, aportándole luego un débil crecimiento a esa idea.
Lamentablemente El Cadáver de Anna Fritz va soltando temas que no termina de explotar del todo y quedan ideas sueltas sobre la cosificación de la mujer, la fama y la necrofilia (entre otras tantas) que parecen no haberse tenido en cuenta nunca como organizadores del film.

El Cadaver de Anna Fritz tiene un potente puntapié pero prefiere quedarse, luego de la primera media hora, en un lugar que le queda cómodo para ser un entretenimiento pasajero y mínimamente funcional.