El buen patrón

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

EL FACTOR HUMANO

Fernando León de Aranoa ha dedicado su filmografía a retratar los grandes temas de la España contemporánea, que por obra y gracia de la globalización y -sobre todo- el Mercado Común Europeo, terminan siendo los de la Europa toda y, por qué no, los del mundo todo. El empresario que en El buen patrón interpreta Javier Bardem, el dueño de una empresa que fabrica balanzas y que se maneja con autopercepción de empresa familiar, podría ser el personaje de cualquier tragicomedia francesa, italiana, británica o el país que elija. Están los conflictos con los trabajadores, la problemática de la inmigración en el campo laboral y también las miserias de un mundo capitalista sostenido (como indican los lugares comunes del cine bien-pensante) sobre la base de la destrucción del otro para la supervivencia. Y todo esto, registrado con el aspecto del discurso publicitario, mucho más instalado a partir de esa pátina normalizadora de la imagen pensada para producciones de plataformas. ¿Qué es entonces lo que hace que El buen patrón sea no solo una película indudablemente española, sino también una película ligeramente recomendable? Precisamente lo humano.

Y lo humano está construido en base a un aspecto identitario que León de Aranoa sostiene con aire tradicionalista: El buen patrón, como la comedia clásica española, se vale de lo esperpéntico en la definición de situaciones y personajes, un tono que no deja ser llamativo para un director que supo ser más grave en el pasado. Aquí, como si descubriera que la comedia es un elemento fundamental para licuar la misantropía, el director avanza con un registro farsesco que nos vuelve amables situaciones intolerables. El buen patrón narra una semana en la vida de Julio Blanco y de su empresa, en la previa a que una comisión realice una inspección evaluadora para otorgarle una importante distinción. Lo que sucede, claro, es que durante esos días, narrados casi de manera episódica, a Blanco se le abren múltiples crisis (una amante, un empleado fundamental en aprietos, un obrero despedido que monta una protesta frente a la fábrica) que tendrá que salir a tapar con su mejor cara de póker. Lo bueno de este buen patrón es, por tanto, su capacidad para tapar todos los huecos con el mayor cinismo del mundo.

La película de León de Aranoa es, por tanto, otro de esos espectáculos cinematográficos muy comunes en este siglo, destinados solo a tranquilizar espectadores y limpiar conciencias por parte de los artistas. De ahí, entonces, que surja nuevamente lo humano como elemento componedor, en este caso la presencia de Bardem en el protagónico. El actor brilla en su caracterización porque nunca construye a Blanco desde el lugar del villano y le otorga rugosidades, dimensiones, elementos que lo vuelven no solo un concepto (el jefe hijo de puta) sino una persona con sus dilemas. Esa distinción del ojo del artista es la que opera como falla dentro del sistema desde el que muchas películas se piensan. Ese es precisamente el elemento que El buen patrón requería para no volverse una crítica tan cáustica como mecánica. Con sus reparos, el film de León de Aranoa no deja de ser divertido.