El bosque de Karadima

Crítica de Fernando López - La Nación

Apenas el regreso a un espinoso caso real

A un tema tan arduo y complejo de abordar como el de los abusos sobre menores cometidos por representantes de la iglesia, se suma en esta oportunidad el hecho de que se trata de la recreación de una historia real. Pocas generaron tanto escándalo en Chile como la que protagonizó Fernando Karadima, párroco de una iglesia de Santiago frecuentada por miembros de las clases poderosas, y que por los hechos y personajes involucrados fue tan frecuentemente objeto del interés de los medios de comunicación y todavía hoy, aun después de que el Vaticano aceptó las denuncias presentadas por varias de sus víctimas, lo declaró culpable y lo suspendió de por vida, sigue dando que hablar y alimentando polémicas.

Para exponerlo, la película elige el caso particular de un muchacho al que rebautiza Tomás Leighton, hoy médico y en la época en que comenzaron los abusos estudiante adolescente que todavía vacilaba sin decidirse ante una posible vocación religiosa. Esa vacilación fue, precisamente, la que lo acercó al sacerdote y la que sirve a un libreto bastante superficial para organizar el guión del film a partir de la denuncia que Leighton (en realidad no fue sólo uno) presenta ante un fiscal eclesiástico cuando el film comienza. El punto de vista, pues, será siempre el suyo. Y si la vulnerabilidad del jovencito y el respetuoso cariño que lo ligaba al hombre que respetaba como guía ayudan a entender su sumisión inicial, resulta menos convincente cuando se sabe que ese dominio se prolongó por años. Menos aún cuando las complejas razones que podrían presumirse detrás de esa fragilidad del protagonista no hay comportamientos que las ilustren, sino sólo palabras, las de la denuncia. Una elección que ahorra al director la necesidad de encontrar un por qué para su conducta, cuando el guión, sin temor a las simplificaciones excesivas, sólo lo traduce en palabras y ya tiene decidido desde el comienzo quién será el victimario y quién la víctima. El mismo reduccionismo se aplica a la relación entre Leighton y su novia, que apenas se esboza al pasar.

La intención de asociar el bosque con la alarmante posibilidad de un lobo al acecho está apenas insinuada. El mismo tenue carácter alcanza la mención de un trágico hecho del pasado familiar como clave para comprender el carácter del protagonista. La audacia del film (y probablemente la razón de su gran éxito en Chile) reside en el hecho de haber abordado un caso tan espinoso y crudo más que en la manera de exponerlo, sólo ilustrando el abundante material a que dio origen el caso y con escasa voluntad de profundizar en sus raíces; el abuso del poder y la manipulación apoyados en una presumible autoridad moral.

Los actores aportan su esfuerzo. El trabajo de Luis Gnecco -un Karadima demasiado ambiguo a veces y otras demasiado despótico, indecisiones adjudicables al guión- mereció elogios en Chile, tal vez porque conocen al original. Con alguna desventaja en la comparación, nuestro conocido Benjamín Vicuña comparte con el más joven Pedro Campos el retrato de la víctima que demora tanto en reaccionar.