El bosque de Karadima

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Abuso de poder

Esta película reconstruye el caso real de un joven de la clase alta chilena que sufrió abusos psicológicos y sexuales por parte del poderoso sacerdote Fernando Karadima.

El caso del sacerdote Fernando Karadima sacudió a la sociedad chilena tras varias revelaciones periodísticas en 2010 y, por lo tanto, no extrañó que este nuevo film del director de Drama resultara un notable éxito comercial en su país. Sin embargo, más allá de la valentía de sus realizadores y del interés universal por el tema (los abusos psicológicos y sexuales de jerarcas de la iglesia, lamentablemente, se repiten en todo el mundo), la película no agrega demasiado a lo ya conocido. No es que sea un despropósito artístico ni que caiga en el mal gusto, pero -más allá de su corrección en la mayoría de sus rubros- resulta bastante obvia y convencional tanto en su factura como en el planteo de los conflictos y la mayoría de las resoluciones de los mismos.

Si bien Karadima fue suspendido de sus funciones en 2011 (la investigación llegó incluso hasta instancias en el Vaticano), las denuncias comenzaron en 2004 y el inicio de sus múltiples abusos (aunque aquí la historia se concentre en uno solo caso) se remontan a varias décadas atrás.

La película se remonta en su arranque a la década de 1980, con el dictador Pinochet todavía en el poder y Karadima (encarnado por Luis Gnecco) al frente de la influyente Parroquia El Bosque de la comuna de Providencia, ámbito favorito de la clase alta chilena. Hasta allí llega Tomás Leyton -personaje inspirado en el real de James Hamilton- y pronto se convertirá en el favorito del Padre, quien además lo designa como su secretario privado. Tan privado que, poco a poco, lo irá manipulando para que mantenga relaciones íntimas con él.

La estructura del film va y viene en el tiempo. Así, en determinadas instancias el personaje de Tomás más joven es interpretado por Pedro Campos y, más adulto -cuando ya ejerce como doctor, intenta armar una relación de pareja con Amparo (Ingrid Isensee) y empieza su largo peregrinar para llevar adelante sus denuncias-, por Benjamín Vicuña. La enfermiza relación del protagonista con su madre (Aline Küppenheim) y, claro, los distintos niveles de manipulación psicológica, abuso de poder y sometimiento carnal por parte de Karadima son algunos de los aspectos que Lira desarrolla sin grandes hallazgos, aunque -también debe admitirse- sin caer en demasiados golpes bajos, sensacionalismos ni concesiones demagógicas.

Si bien la película es bastante gráfica con el caso puntual, se cuida bastante de no exponer con dureza a la Iglesia. Se puede intuir en un par de escenas que hubo mucho miedo, encubrimientos personales y hasta ciertas coberturas institucionales, pero al final de cuentas parece más la denuncia de un caso aislado de perversión que la representación de algo que -como quedó demostrado en la ganadora del premio Oscar En primera plana (Spotlight)- fue un comportamiento bastante generalizado en todas partes del mundo.