El Bosco

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

Una realización sobre la belleza de lo extraño

Bajo la dirección de José Luis López Linares, con guión de Cristina Otero, e idea del neerlandés Reindert Falkenburg basada en su libro “The Land of Unlikenes”, el documental “El Bosco: El jardín de los sueños”, galardonado con tres premios Goya y nominado a los Emmy, se centra en el cuadro más trascendental del pintor, y uno de los más icónicos: “El jardín de las delicias”. En su primera secuencia abre con un pensamiento de Andrei Tarkovsky: “Cuando una obra nos conmueve escuchamos en nuestro interior la misma llamada de la verdad que impulso al artista crearla”, anticipa lo bello que puede llegar a ser la cinta.
Para su realización, ha contado con la participación de 30 personalidades del mundo de la cultura y de la ciencia: Reindert Falkenburg, Cees Noteboom, Laura Restrepo, Orhan Pamuk, Miquel Barceló, Michel Onfray, Salman Rushdie, Nélida Piñón, José Manuel Ballester, Sílvia Pérez Cruz, Cai Guo Quiang, Ludovico Einaudi, William Christie, entre otros.
El rodaje se hizo con el Museo del Prado cerrado. Esas imágenes se mezclan con secuencias de un carnaval que rememora las imágenes del cuadro en algún lugar de los Países Bajos, acompañadas por una banda sonora muy ecléctica. En ella se incluyen piezas de Bach, Elvis Costello, que pone sonidos a los tapices de Cluny, Lana del Rey con Gods and Monsters, Ludovico Einaudi cuya música ambiental, para meditar y a menudo introspectiva, da el tono justo al filme, junto con Olafur Arnalds de Max Ritcher, y el turbador Váter Unser de Arvo Part. Sólo faltó a la cita Umberto Eco, que tuvo que acudir a un encuentro con la eternidad.
En este filme el espectador podrá participar de una extensa reflexión entre artistas, escritores, filósofos, músicos y científicos, sobre los significados históricos y artísticos del cuadro, trayendo a la actualidad un diálogo entre autor y espectador que fue iniciado hace 500 años en la corte de los duques de Nassau (Bruselas), cuando se supone que fue encargada la pintura a El Bosco.
Se tienen muy pocos datos sobre la identidad y la biografía de El Bosco, lo único cierto es la fecha de su muerte en 1516, lo que contribuye a alimentar el enigma del significado que se esconde en sus obras. Y como se dice en algún momento del filme: "Al final de la novela, el escritor desvela el misterio. En este caso, el autor no quiere que resuelvas el misterio, quiere que permanezcas en él". Según Linares «El Bosco ha sido designado como un miembro de una secta esotérica, un cripto-cátaro, un alquimista, otros lo ven tan culto que incorporó mensajes complejos en forma de juegos de palabras visuales basadas en textos bíblicos o en el folclore. Estas interpretaciones a menudo sólo reflejan la mentalidad del espectador»,
La película parte de la contemplación del tríptico y de las especulaciones que genera. No posee hilo conductor, ni tampoco narrador. Es el encuentro de hombres pertenecientes a una cultura moderna con un artista plástico que proviene del siglo XVI. Todos admiran esa obra de arte que a diario contemplan alrededor de 5.000 personas. Las miradas son variadas y de acuerdo a su profesión, por ejemplo Michel Onfray supone que el cuadro es una invitación a pensar lo impensable. La cantante Sílvia Pérez Cruz, protagoniza uno de los momentos en que la emoción emerge como salida del cuadro, en el momento en que comienza a balbucear unas palabras entrecortadas, y luego arranca a cantar a plena voz, sobre un esquema musical que figura en el cuadro.
Jheronimus van Aken, familiarmente Joen, conocido como Jheronimus Bosch, y en España el Bosco, nacido en Hertogenboch, comúnmente llamada Den Bosch, Holanda: de donde tomó el nombre, perteneciente a la hermandad de Santa María, concibió su obra artística con una mirada que oscila entre lo religioso y lo terrenal, entre lo sublime y lo diabólico. Los trípticos hablan del hombre que ha perdido su rumbo para llegar al cielo porque los places lo distraen de su objetivo. Ya en El carro de heno (1516), en La nave de los locos (1500), el Tríptico del Juicio a Viena (1482), o Mesa de los pecados, muestra un esbozo de ese mundo onírico, culpable, prostituido, vicioso, degradado, y que estallará en su máxima expresión en “El jardín de las delicias”.
Pilar Silva, jefa del Departamento de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo del Prado, comenta en la entrevista que concedió al periódico ABC: “En el segmento de Adán, Eva... y la lechuza, El Bosco no escoge el pasaje en el que Dios crea a Eva de la costilla de Adán, ni siquiera cuando ella muerde la manzana del pecado. Inmortaliza el momento en el que Dios presenta a la pareja y bendice la unión: coge la mano de Eva, mientras los pies estirados de Adán rozan el manto del creador. Adán, que acaba de despertarse, mira embelesado a la seductora Eva, arrodillada y que baja la mirada. A la izquierda de la escena, un drago canario. «Nunca vio El Bosco uno directamente, sino a través de algún grabado», dice Pilar Silva. Representa el árbol de la vida. Pero, justo encima de la escena, asomado en un hueco de la fuente de los cuatro ríos, vemos una lechuza, que se repite en varias zonas del tríptico. Encarna la maldad y el pecado. Junto a Adán, El Bosco pinta animales (un elefante, aves) que representan la fuerza, la inteligencia... Junto a Eva, una jirafa, un cisne, un conejo..., símbolos de pureza, soberbia y fecundidad.
En El Paraíso amenazado: Pilar Silva nos llama la atención sobre una roca antropomorfa, en la que advertimos el perfil del diablo. Fue utilizada por Dalí en obras como «El gran masturbador». Sobre la roca, una palmera, que simboliza el árbol de la ciencia, del bien y del mal, pero la serpiente tentadora baja por su tronco y por la roca reptan alimañas. El Bosco nos advierte con todo ello de que, pese a estar en el Paraíso, el pecado ya está acechando. Es una premonición de lo que se avecina.
El Infierno musical: La tabla del Infierno, también se conoce como «El Infierno musical», debido a los numerosos instrumentos musicales que aparecen en él: un arpa, un laúd, un tambor, una gaita... Pero en este caso se tornan objetos de tortura, donde se crucifican a los pecadores. La escena está presidida por una gigantesca figura antropomórfica: el hombre-árbol, «el gran engañador, el diablo», que mira al espectador y algunos asocian a un autorretrato del Bosco. Su cuerpo destrozado deja al descubierto una taberna. Eran numerosas las ventas y burdeles que había en torno a la plaza donde vivía el artista en Hertogenbosch. El hombre-árbol sostiene sus heridas piernas sobre unas barcas. Y es que en el Infierno el agua se torna hielo resquebradizo. «Desde los textos medievales, dice Pilar Silva, el hielo es el castigo de los envidiosos». A la izquierda de la escena, dos orejas atravesadas por un cuchillo con un claro significado sexual. El cuchillo tiene la letra «M», marca de un platero de la época. A la derecha, unos perros devoran a un hombre con armadura, que sostiene un cáliz en la mano. Es el castigo de los sacrílegos.
No sólo los pecados capitales están representados en «El jardín de las delicias». En la época se perseguía y se castigaba la bebida, los juegos de azar, la prostitución... En esta escena aparece un hombre clavado a la mesa donde ha estado jugando y una mano atravesada por un puñal con un dado en sus dedos. Al lado, naipes y el tablero de una especie de backgamon. De nuevo, la inversión de papeles. Aquí vemos un conejo que lleva clavado sobre un palo a una persona que acaba de caza
En el cuadro aparece una crítica a los franciscanos: Llama la atención ésta imagen, en la que El Bosco pinta un cerdo, con el tocado de una monja clarisa (forma parte de la orden franciscana), que trata de convencer a un hombre, con unos documentos sobre sus piernas, para que los firme. A un lado, el tintero; al otro, una figura porta los sellos. «Es una crítica a los que hacen malos usos: jueces, notarios... – dice Pilar Silva –. Pero también a cómo manejaban el dinero las órdenes mendicantes. Critica a los franciscanos, nunca a los dominicos»..
El Bosco, sostiene Pilar Silva “es una paradoja que critica la locura y la estulticia de la plebe, pero emplea los motivos que provienen de ella; que ataca la conducta contraria a la moral católica, pero es uno de los mayores outsider de la historia; defiende la sabiduría y la vida ordenada y rechaza la locura pecaminosa, pese a lo cual cultiva las invenciones más descabelladas; abomina de las miserias terrenales y al tiempo expone un código ético profano. Esta tensión irresoluble en la obra del Bosco ha hecho del pintor una fuente inagotable de interpretaciones, cuyo misterio le coloca en lo más alto de la popularidad”,
En este maravilloso y fascinante documental el espectador se encontrará con una obra onírica, llena de sugerencias, insinuaciones y miradas que interrogan o con picardía seducen para que el individuo intervenga en su juego. La carga erótica del cuadro muestra que los instintos más recónditos y extravagantes cobran vida de modo insólito, libre y amoral: animales bizarros, hombres-pájaros, pavos reales increíbles, jirafas de múltiples orejas, soldados con armaduras devorados por lobos verdes, una pareja dentro de un mejillón, elefantes, hongos gigantes, etc.
El Bosco, en cierta forma parece haberse sumergido en los sueños para realizar su pintura, debido a su manera alucinatoria de pintar, donde deja a los deseos y temores en libertad para que puedan flotar sin orden establecido, ingrávidos, movidos o regidos sólo por el principio del placer. Las figuras como los animales, las plantas, los instrumentos, los objetos, las pequeñas cosas, como una rama que sale del ano o los puntos sobre diminutos pájaros que esperan el momento de iniciar su vuelo, dan una característica particular al conjunto, pero también alguno de ellos (cabras, leones, lobos, bebiendo alrededor de un lago, son como una metáfora del fin del mundo de acuerdo al artista Cai Guo Quiang.
En el documental se dice que El ardín de las delicias es una pintura “precartesiana”, es decir anterior a una racionalidad establecida como fórmula del pensamiento humano. Es decir que la forma caótica del sueño compuesta por la condensación, primariedad, desplazamiento, dramatización y el contenido latente, es la que rige la estructura del tríptico y le permite al espectador dar rienda suelta a su imaginación para interpretarlo.
Cada uno ve lo que quiere de acuerdo a los diferentes estímulos visuales, culturas, etnias, modos de vida, profesiones, traumas, anhelos, temores, por eso cuando el tríptico se cierra en su parte exterior se ve un globo terráqueo dentro de una esfera transparente. Al abrirlo aparece por arte de magia un increíble jardín de imágenes sobrecogedoras, sobre el paraíso con Eva y Adán, los placeres de la carne, la lujuria (temas propios de la edad Media), el infierno a la derecha, porque de él no es posible retornar.
Es un cuadro que escudriña al espectador, que actúa a modo de espejo y que lo lleva a perderse entre sus figuras. Según Willam Chistie “es un cuadro que invita a entrar y participar”. R. Falkenbug dirá es una cuadro “, en que la gente se ve a sí misma. Si nos damos cuenta de que el cuadro es un reflejo de nosotros ante la pintura en cuanto miramos en su interior comenzamos a soñar. Es una imagen en espejo de nosotros”. Según Cees Nooteboom (escritor y ensayista neerlandés) “Este cuadro ha estado ahí expuesto dese hace mucho tiempo, emanando su fuerza, su alma… Antes de la Revolución Francesa, después de la Revolución Francesa, antes y después del marxismo, y antes y después de Auschwitz (…) Lo que significa que el cuadro, ha permanecido siempre igual. El mismo objeto material hecho de madera y pintura (,,,) Pero los ojos pertenecen a cabezas cuyas mentes han cambiado por completo”.
La mirada del siglo XXI por cierto es diferente, ya la culpa y el castigo han perdido valor, sin embargo esos eternos pecados de la soberbia, la lujuria, del poder abusivo de gobernantes y jueces, de la mentira y la falsedad, la avaricia y la envidia, el robo, el secuestro, el asesinato, el incesto, la violación, mantuvieron su vigencia a lo largo de siglos. El Bosco podía enjuiciar a través de su arte, pero hoy numerosos artistas ya no poseen esa intención de denuncia del medioevo o el renacimiento, sino más bien producen artículos que reflejan su frívola vanidad personal