El blanco afuera, el negro adentro

Crítica de Lucía Roitbarg - EscribiendoCine

El futuro llegó hace rato

El Brasil que aparece en El blanco afuera, el negro adentro (Branco sai preto fica, 2014) es actual, pero cuesta situarlo temporalmente. El espacio más que ubicar, desubica. Y los protagonistas tienen escasas cualidades para convertirse en personajes, al menos de los tradicionales. La idea de mundo ficcional queda un poco diluida. Cuesta adentrarse en el film del brasilero Adirley Queirós por estas razones. Pero encuentra una forma de contar que, aunque extraña, seduce.

Allá por los años 80 algunas zonas marginales del Brasil padecieron las represiones ligadas al racismo policial. El film se centra en dos hombres negros que víctimas de estas fuerzas quedaron discapacitados (uno en silla de ruedas, el otro con una prótesis en la pierna) para permitirse denunciar un contexto sociopolítico. Pero también generando una mirada hacia la soledad, la depresión, y las ruinas emocionales de esta ciudad sumergida en la marginalidad y el deterioro.

El panorama que describe El blanco afuera, el negro adentro es desolador. Como si tan sólo quedasen las ruinas de un pasado que dejó heridas abiertas para siempre. No es posible seguir una historia muy clara, ni siquiera es posible entender quiénes son los protagonistas. Porque son personajes que no tienen casi interacción entre ellos. Es el espectador el que debe entablar una relación con cada uno, tratando de conectarse con su estado emocional más que con hechos o situaciones.

Las secuelas de una época de represión no parecen ser sólo parte del pasado. Los hombres de la película padecen un sufrimiento que muy poco tiene que ver con lo físico. Sin embargo, Queiros hace hincapié en esos miembros amputados que según el personaje “todavía puede sentir”, el miembro fantasma que le dicen. Es con esos detalles que el director logra desplegar una historia. Una pierna que no está pero que se siente como si estuviera. No hay necesidad de explicitar todo. El mundo de estos hombres tiene mucho de fantasmagórico.

Se puede descubrir en el film una historia central, la del hombre que está en silla de ruedas. Transmite música desde una radio casera clandestina, pero también es quien describe y cuenta qué pasaba en los lugares donde se juntaban a bailar. Y en cada palabra añora ese pasado ideal donde todos bailaban y que no podrá volver. Hay también otro personaje que viene del futuro a investigar qué pasó ahí. La llegada del futuro no haría más que volverse hacia el pasado. La atmósfera aunque angustiante, se torna cotidiana, y ya no se sabe si todo esto es realmente una ficción.