El baile de la victoria

Crítica de Sandra Commisso - Clarín

Historias en paralelo

El filme de Fernando Trueba, con Ricardo Darín, apunta a demasiados lados.

Una historia policial surcada por cierta cuota de acercamiento al realismo mágico sumado a un romance signado por la fatalidad. Esas son varias de las puntas que intenta desarrollar, en paralelo, El baile de la victoria , del español Fernando Trueba.

El relato, basado en una novela del chileno Antonio Skármeta (con guión del propio escritor junto a Fernando y Jonás Trueba) se ubica en Santiago de Chile, con la dictadura de Pinochet apenas finalizada. Allí, Nicolás Vergara Grey (Ricardo Darín), un legendario ladrón de bancos, sale de la cárcel gracias a una amnistía para presos sin delitos de sangre. Y se cruza con Angel (Abel Ayala), un ladrón común y corriente que sueña con un gran golpe y con una venganza contra el alcalde que lo encerró.

A Grey sólo le importa recuperar a su esposa (Ariadna Gil) y a su hijo; pero en su búsqueda entabla una amistad con Angel, en una actitud entre compasiva y paternal. Por su parte, Angel conoce a Victoria (Miranda Bodenhöfer), una chica muda (por el trauma que le provocó la desaparición de sus padres) y sólo se expresa bailando. La curiosidad de Angel por Victoria se vuelve casi una obsesión.

Sin embargo, los hilos de la trama no terminan de unirse y el relato, por momentos, se desdibuja.

La intriga por el pasado de los personajes se resuelve con algunos flashbacks y pantallazos de la memoria. Darín muestra la soltura de siempre con un personaje que parece sufrir más decepción que otros estafadores que le han tocado interpretar, como el de Nueve reinas , por ejemplo. Su esposa, Teresa, encarnada por Ariadna Gil es casi un rol fantasmal, en la vida de Grey y también en la trama de la película. La solvencia de los dos no alcanza para darle profundidad al relato.El Angel que interpreta Abel Ayala tiene momentos de verdadera ternura y otros, en los que no se logra ubicar su registro, sobre todo frente a la bailarina y su desvarío. A Bodenhöfer le falta algo de carisma, salvo en la escena de su danza sobre el escenario del teatro Municipal, donde logra poesía y belleza. El propio Skármeta interpretando a un crítico de ballet resulta un guiño gracioso en medio de una historia oscura y bastante sórdida. Lejos de la maravillosa y premiada Belle Epoque (de 1992), Trueba apela a ciertas metáforas que orillan el realismo mágico, como las cabalgatas nocturnas de Angel por la ciudad, pero sin demasiado impacto visual.

La mezcla de acentos (el porteño de Darín; el chileno de Ayala; el castizo de Gil y hasta el cubano del chofer Wilson) no termina de amalgamarse por el drama en común.

Algunas escenas arman pequeños cuadros y asoman como fragmentos líricos de una historia que podría haber tenido una vuelta de tuerca más.