El baile de la victoria

Crítica de Romina Gretter - A Sala Llena

En la importante producción de Fernando Trueba, El Baile de la Victoria no se encontrará entre sus mejores películas, aún cuando su protagonista sea uno de los actores del año: Ricardo Darín.

Basada en la novela de Antonio Skármetea, el guión realizado por Jonás y Fernando Trueba, con la participación del propio novelista chileno, expone falencias en su estructura dramática que hacen de la historia algo inconsistente.

Cuando Chile vuelve a la democracia, se firma una amnistía por la cual se libera a los presos que no hayan cometido crímenes de sangre. Es así, que se conocen Ángel Santiago (Abel Ayala) y Nicolás Vergara Grey (Ricardo Darín). El primero, un joven ladrón deseoso de llevar a cabo un robo perfecto que lo lleve a cambiar su destino. El segundo, un consagrado experto en abrir cajas fuertes, en principio obsesionado en recuperar a su familia. Pero al descubrir que la misma ya casi de ha olvidado de él, se deja convencer por el entusiasmo de Ángel y decide dar el gran golpe. Además, la pasión de este por Victoria (Miranda Bodenhöfer) -de allí el título de la película- una enigmática bailarina, traumada por la desaparición de sus padres en la dictadura, termina siendo para el personaje de Darín el modo de canalizar el amor que no pudo concretar con su ex esposa (Ariadna Gil).

En más de una entrevista, Trueba reconoce la necesidad de amar a sus protagonistas. Eso suele verse de forma patente en todas sus películas, especialmente en el cuidado que pone en retratar a sus heroínas. Esta no es la excepción; ahora la niña de sus ojos (parafraseando el título de uno de sus films de 1998) es la misteriosa Victoria, cuya presencia inyecta a la historia lirismo- si bien no siempre funcional para el desarrollo de los acontecimientos-.

Sin embargo, el alma de la película se encuentra sin duda alguna en Ángel. No sólo porque es el personaje que lleva adelante la historia, sino básicamente por la magnífica actuación de Abel Ayala. La dupla que compone con Darín es muy buena, y no podemos evitar recordar, cuando ambos caminan por las calles de Santiago, a la pareja de Nueva Reinas, aunque obviamente, mucho más cándida y hasta romántica si se quiere. Pues ahora se trata de dos ladrones, que pese a su actividad delictiva, tienen códigos y están atravesados por el honor.

También, si queremos podemos encontrar cierta relación con El Polaquito, obra del 2003 dirigida por Juan Carlos Desanzo. No solamente porque esta fuera protagonizada por Ayala (de hecho fue su debut como actor) sino porque su personaje, también se enamoraba perdidamente de un joven prostituta, a la cual trataba de proteger y redimir.

Estas conexiones con otras películas, no es pura casualidad. El cine de Fernando Trueba, está lleno de referencias, homenajes y alusiones. No digo que haya pensado directa o indirectamente en las mencionadas producciones. Pero su filmografía, empuja al espectador a suponer vínculos cinematográficos, extra cinematográficos y hasta metacinematográficos.

Como fiel exponente de un cine postmoderno, los trabajos de Trueba apelan al reciclaje y al pastiche. Combina diferentes géneros (de modo poético), y a partir de una historia que se inscribe en un claro marco político y social, va generando otras subtramas tanto o más interesantes que la principal, que en principio pudieran parecer inconexas.

En El Baile de la Victoria, se entrecruzan el melodrama, el cine negro, la comedia, el thriller y hasta el western. Todo ello presentado bajo el halo de cuento, o como dicen sus guionistas de épica. Sus referencias espaciales y temporales, bien definidas en el comienzo, va perdiendo relevancia. Porque a medida que avanza la historia, la misma se hace menos realista. Tiempo y espacio se tornan anecdóticos, cosa que suele ocurrir cuando el destino parece ya inexorable.

El problema, es que esa suerte de realismo mágico no del todo asumido, termina pasándole factura a la estructura del film. No son pocas las escenas- cuando no las secuencias- que nos dejan con más dudas que certezas de aquello que nos quieren contar. La secuencia en la que Victoria baila en el teatro Municipal, es por demás desconcertante.

Pese a las inmejorables actuaciones, y no sólo de los protagonistas, sino de un cuerpo de actores chilenos de primera línea en los papeles secundarios- destaco a Catalina Saavedra, quien fuera la protagonista de La Nana, película altamente recomendable de Sebastián Silva- y al excelente trabajo de fotografía de Julián Ledesma, El Baile de la Victoria falla tal vez, en lo menos imaginado: su guión. Una vez más, surge la conciencia de las dificultades de adaptar una novela a la pantalla grande, incluso para gente consagrada como Trueba y Skármetea.