El azote

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

La película del realizador de “Fango” vuelve a centrarse en un universo de delincuencia juvenil, en este caso en la zona de Bariloche. Una muy buena y compleja historia que falla especialmente en los diálogos y las actuaciones de su elenco.

Hay algo curioso, extraño, en el cine de Campusano. Por un lado se trata de un cineasta con un mundo, unos personajes y unas historias que ningún otro guionista podría imaginar. Son mundos (la delincuencia juvenil mirada desde un ángulo distinto, en este caso) complejos, plagados de grises, en los que un asesino es también un buen pibe incomprendido pero eso no quita que vuelva a delinquir, otro es víctima de acosos sexuales bizarros y el propio protagonista tiene zonas oscuras, por no decir turbias. Es, también, un gran narrador, capaz de incorporar en una hora y media a un montón de personajes y que cada uno sea identificable en un universo donde todos se cruzan entre sí de manera muchas veces inesperadas. No deben haber muchos guionistas de los llamados “profesionales” capaces de jugar, cual malabarista del relato, con tantas “bolas narrativas” en el aire al mismo tiempo.

Entonces: ¿por qué sus últimas películas terminan decepcionando? Habría que ir a algo muy básico. Así como es un buen constructor de historias, Campusano es un muy flojo creador de diálogos. Sus personajes lucen y se mueven de manera muy creíble pero cada vez que abren la boca para decir algo pareciera que estuvieran leyendo más los apuntes laterales del guion donde se explican motivaciones o ideas de los personajes que los diálogos mismos. No hablan, se explican. No dicen: enuncian, sentencian, hacen pronunciamientos. Eso es uno de los motivos que hacen caer a EL AZOTE en un pozo de incredulidad que tira por la borda todo lo logrado en la creación de esa compleja historia.

Por otro lado, y esto ya se ha dicho muchas veces, la consciente elección del director por trabajar con actores no profesionales es otro punto que le juega en contra. Es entendible la búsqueda y también la idea de que esos propios cuerpos sean los que relaten sus historias sin el “acabado técnico” de la actuación profesional. Pero el problema es que esos actores (o cualquier otro, en realidad) no pueden lidiar con esos diálogos, no tienen los elementos para hacerlo, salvo excepciones (usualmente los actores adolescentes se las arreglan mejor). Y ese combo de malos diálogos dichos como en un recitado de colegio primario echa por tierra la potencia de la historia, que la tiene. No hay forma de transmitir esa complejidad y ambigüedad del mundo “escrito” cuando el resto falla.

Y en ese sentido tampoco ayuda el prolijo acabado visual, ya que otra vez va en contra de la dureza de los textos y las actuaciones. Si todo eso, como en las primeras películas del realizador, funcionara como un todo (a la manera de cineastas como Bresson y muchos de sus herederos que hicieron del actor/modelo una teoría y la conjugaron con una rigurosa puesta en escena que combinaba a la perfección) estaríamos hablando de una obra y un cineasta mayor. Pero esa rigurosidad ha desaparecido ya que cada elemento (actuaciones, diálogos, puesta, fotografía) pareciera ir por un camino distinto y muchas veces contradictorio. Es una pena, porque nadie tiene el universo que tiene Campusano ni su potencia como animal narrativo para contarlo. Un coguionista y un coach/director de actores podrían servirle mucho para reencauzar su carrera.