El Artista

Crítica de Santiago García - Leer Cine

UNA PELÍCULA PEQUEÑA

El fenómeno de la temporada es, una vez más, una película que promete y vende singularidades varias. Su (supuesto) homenaje al cine y su juego estético parecen ser más que suficiente para muchos, que han decidido darle todos los premios.

A pesar de todo, Hollywood sigue, aún hoy, teniendo un espacio para la inocencia. La inocencia como para que aparezca un film como El artista y arrase con nominaciones, premios y elogios. Inocencia y un gran complejo de inferioridad que genera que una industria que produce, como mínimo, veinte o treinta películas muy superiores a El artista cada año, se rinda a los pies de esta película como si fuera una verdadera revelación cinematográfica. Es muy difícil, cuando llega esta temporada de premios, mantener la ecuanimidad. La objetividad, se sabe, no existe. Pero sí hay que tener el temple para no enojarse con un film sobrevalorado. Estar sobrevalorado no es un defecto, a lo sumo es una consecuencia de ciertos defectos, pero no siempre. El artista no es una película indignante, es tan solo una película inconsistente, incoherente, carente de profundidad y sentido, aunque no sé si el director buscaba algo más que un juego estético. A juzgar por sus films anteriores, lo que más parece importarle a Hazanavicius es la intertextualidad vacua y la parodia simpaticona. Nominar a El artista a tantos premios es como nominar a los films de Austin Powers. Claro que la saga de Powers no es en blanco y negro, no homenajea a nadie ni hace cosas raras y vistosas. Tal vez al que no es cinéfilo le conmueva ver una película silente (no es El artista el primer caso de film silente fuera de época) y le parezca que en esa supuesta originalidad hay un bien en sí mismo. Pero lamentablemente no hay demasiado para festejar, la película francesa araña apenas los lugares comunes de la nostalgia cinematográfica, volviéndose irritante en la medida en que uno entienda cuan superficial es ese camino. Ya desde los títulos del comienzo uno alcanza a ver un -ya agotado- camino de homenaje, cita e intertextualidad con el período silente del cine que no descubre nada nuevo y que ha sido utilizado en producciones de este estilo desde hace décadas.

La acción transcurre en 1927. El año que ha quedado marcado en la Historia como el del nacimiento del cine sonoro. La historia es la de una estrella del cine mudo, George Valentin, y de una joven aspirante a actriz, Peppy Miller. La trama se emparenta en la primera mitad con una de las cumbres de la historia del cine: Cantando bajo la lluvia (1952) de Stanley Donen y Gene Kelly. ¡Bah, no se emparenta, se la roba casi completa! Y la segunda mitad se cruza con esa otra obra cumbre del mismo período: el melodrama noir: Sunset Blvd. (1950) de Billy Wilder. En el musical Technicolor de MGM, protagonizado por Gene Kelly, se narra con canciones el paso del cine mudo al cine sonoro; en la segunda, un guionista fracasado se cruza con una estrella olvidada del período silente. Pero tan ambiciosa es la idea intertextual de El artista que más dura es su caída. En un buen día, la pequeña película francesa puede verse como un ejercicio estético tonto y sin demasiado rigor, pero subida la exigencia y a la luz de tantos premios, es hora de tomarse en serio esta película. Recordemos que Cantando bajo la lluvia y Sunset Blvd. no ganaron el premio Oscar a mejor película. De hecho, el musical de Donen y Kelly no fue nominado a ninguno de los premios principales.

Y tomada en serio, como hay que tomarse todos los films de la Historia, El artista pasa de ser una cosa menor a convertirse en una blasfemia cinematográfica nociva para la actualidad y el futuro del cine. El gran problema de la película tiene que ver con sus serias limitaciones. El comienzo sólo es una serie de viñetas que no superan la parodia o el homenaje que podría hacer un programa de televisión semanal. Por momentos simpática, pero con una falta de rigor que asombra. Asombra que con tan poco se haya llegado tan lejos. El carisma del actor Jean Dujardain, interpretando a Valentin, no le alcanza para sostener la torpeza de una limitada puesta en escena. Ni tampoco la también carismática Berenice Bejo puede sostener con su gran sonrisa una cámara que no logra nunca construir el lenguaje puro y perfecto de los films mudos. Ellos se esfuerzan, la película no los sigue. Ni hablar de la ridícula, absolutamente efectista y sin sentido alguno, escena del sueño, posiblemente la escena más emblemática de la incoherencia absoluta de la película. Pero hay más, porque si acaso todo arranca como una gran nada, cuando el film intente volcarse al drama, expondrá ya no solo falta de rigor, sino que la ausencia de la simpatía inicial termina mostrando cuan fútil es todo el plan. Hazanavicius sigue sacando de aquí y allá muchas cosas, pero la emoción y la intensidad dramática brillan por su ausencia. Si hasta el perro -pariente lejano de Asta, el fox terrier que interpretó a Mr. Smith (merecía un Oscar) en La pícara puritana (1937) y también trabajó en la serie de The Thin Man (1934)- apenas puede tolerar la puesta en escena arbitraria y sin brillo. El insulto final para el cinéfilo vendrá cuando sin ninguna vergüenza, el film tome nada menos que el tema de amor de Vértigo(1958) de Alfred Hitchcock, la cumbre del romanticismo cinematográfico y otra de las mejores películas de la historia del cine. Tampoco Vértigo fue nominada al Oscar a mejor película, por cierto. En una de las escenas memorables de Sunset Blvd. (El ocaso de una vida en Argentina), es decir, en una escena de Sunset Blvd., porque todas son memorables, el guionista Joe Gillis le dice a la estrella retirada Norma Desmond: “Usted solía ser grande”. Y ella contesta: “Yo sigo siendo grande, las películas se han vuelto más pequeñas”. El cine sigue siendo grande, películas como El artista son las que se han vuelto pequeñas.