El Artista

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Para disfrutar una experiencia única

Encantadora. E ingeniosa, chispeante, única, original, gozosa, lograda, etcétera, etcétera. Pero sobre todo, llena de gracia y encanto. Más allá de algunos defectos muy menores que solo advierten los desdeñosos de oficio, esta película es un deleite de esos que pueden encontrarse muy de vez en cuando.

Encima, es un éxito mundial candidato al Oscar. ¿Cómo? No es norteamericana, no es la saga adolescente de nada, ni en 3D, para un Imax, ni para pantalla super ancha, carece de fx digitales, superhéroes, estrellas de renombre, viene sin colores, sin mayores diálogos, sin vaso, sin agua. Es muda, en blanco y negro y en formato casi cuadrado, como se usaba antes. ¿A quién se le ocurre? La gente ya no está acostumbrada. Pero es un éxito. Digámoslo en detalle: es una historia hermosa, emotiva, intensamente expresada por los rostros de unos intérpretes formidables, en radiante blanco y negro, con gran fondo orquestal (que incluye la Estancia op. 8 de Alberto Ginastera y el tema de amor de «Vértigo»), recursos visuales y de sonido muy imaginativos y sorprendentes, y todo lo que ya dijimos al comienzo, y un enorme amor al cine y a su público. Tanto, que el autor le puso final feliz precisamente para que todos salgan contentos de la sala, después de haberse reído y también haber sufrido un poco.

¿Y quién es este director tan ocurrente? Se llama Michel Hazanavicius, parisino de abuelos lituanos, director de cine publicitario y de unas parodias muy celebradas hechas con Jean Dujardin, comediante enorme que hace tres años anduvo por acá filmando el western cómico «Lucky Luke», y ahora protagoniza estupendamente un personaje de tipo ganador, canchero, seductor, que un día se ve sobrepasado por las circunstancias, y cae vencido por su propio orgullo, que es también integridad artística, olvidado, humillado, para recuperarse luego en el acto final. Entre sus leales hay un terrier que se roba las escenas y una «flapper» en rápido ascenso que Berenice Bejo convierte maravillosamente en personaje inolvidable.

Ojo, esto no es una parodia. Es un risueño melodrama realizado casi exactamente igual a los que se hacían en la gran época de madurez del cine mudo, allá por 1927, justo cuando vino el sonoro y hubo que barajar todo de nuevo. Lo de «casi exactamente igual» es por la edición digital, bien disimulada, y por el guiño del comienzo que nos pone en clima y nos da a entender qué ingenuo era, todavía, el público de entonces.

Dos minutos después, los felices ingenuos somos nosotros mismos. Pero la obra no es nada tonta. No lo eran, aunque pudieran parecerlo, las de Chaplin, Vidor, Borzage, el Murnau de la etapa americana o el Hitchcock de la etapa muda que aquí sirven de inspiración. Simplemente, hablaban a su público. Al corazón de su público.

Conviene ver esta película sin mayor información previa. Encontrarse con ella. Entregarse a gusto. Recién después, si uno quiere, conocer algo más sobre sus responsables y esos autores mencionados, y sobre Douglas «El Zorro» Fairbanks, «Show People», las chicas que tenían «eso» de los años 20, el momento en que la Garbo dice «Quiero estar sola» en «Grand Hotel», y las posteriores «Nace una estrella» y «Cantando en la lluvia», hasta «La última locura de Mel Brooks», 1976. Pero solo si uno quiere.

Postdata: la mansión de la Berenice triunfadora que vemos en la película era de Mary Pickford, la novia de América. Y la cama también, de cuando era novia, esposa y socia de Fairbanks.