El Artista

Crítica de Pablo Planovsky - El Ojo Dorado

Resistencia al futuro

Disfrazada de un elegante homenaje al cine clásico de Hollywood durante la transición del cine mudo a sonoro, El Artista está lejos de ser un film hermético o vanguardista, aunque el prejuicio diga lo contrario al saber que se trata de una producción francesa, muda, en un formato antiguo (1.33, pantalla "cuadrada") y en blanco y negro. Muy por el contrario, la historia de George Valentin es una simpática recopilación de clisés del género romántico más clásico. Seguro, los aspectos técnicos parecen ser los protagonistas, pero Jean Dujardin encabeza un elenco más que sólido que le da vida y corazón a la obra.

La historia empieza en 1927. Un hombre es torturado por científicos rusos. «Speak!» está escrito en los rótulos. «I won't talk!» responde el protagonista de A Russian Affair. Escuchamos música que, suponemos, es de la orquesta que acompaña la película proyectándose en un teatro colmado. La gente se emociona con las hazañas del héroe. Detrás de la pantalla vemos al protagonista, el actor George Valentin, atento a la respuesta final de la audiencia. Un cartel pide que todos detrás del telón guarden silencio. Finalmente, el espectáculo acaba y la música cesa. La multitud aplaude, pero no escuchamos nada. Valentin comienza su acto de pavoneo junto a Uggie, su fiel mascota y actor secundario, mientras la música de Ludovic Bource nos señala el fin de la memorable presentación.

El centro del film es cómo la carrera del prolífico actor de cine mudo empieza a decaer con la llegada del cine sonoro y al mismo tiempo, la mujer que él ama y a la que ayudó a llegar a la industria del cine, empieza a ascender en Hollywoodland. En un decorado perfecto para la ocasión, George baja las escaleras y se cruza con Peppy Miller, que sube. Ella parece ignorar que con cada comentario o gesto de ayuda hacia él, hiere más su orgullo. El elenco brilla y no sólo por los roles estelares, sino también por las breves pero memorables apariciones de John Goodman (el productor en una época donde tenían muchísimo más peso que los directores), Missi Pyle y James Cromwell como el inseparable mayordomo de la estrella.

Jean Dujardin es el corazón y la cara más visible, con razón, de todos. El actor hace un trabajo superlativo al expresarse sólo con gesticulaciones que nunca quedan como meras caras caricaturescas. Bérénice Bejo, la coprotagonista, también se luce, pero nunca llega a tener el espíritu de una verdadera estrella de cine clásico ni mucho menos la mirada de chica enamorada. La secuencia clave para entender la grandeza de Dujardin están en el rodaje del film-dentro-del-film A German Affair. Las tomas se deben repetir hasta cinco veces porque el actor está distraído por su partenaire. Pero hay que ser de piedra para no emocionarse con las caras y gestos a lo espía internacional que pone Dujardin cada vez que ingresa a su personaje-dentro-del-personaje.

Como homenaje al cine que referencia, esta es una película formidable. De todos los aspectos técnicos hay que notar el montaje, que trata de imitar el estilo, pero por sobre todo el ritmo (recordemos que las cámaras se movían poco porque eran grandes y muy pesadas) de los planos. Donde la estrella es el formato, es notable que aún así el director se las ingenie para conseguir un relato con fuerza y corazón. Los mejores momentos de El Artista son aquellos que recuperan el carácter lúdico y divertido del cine, el regocijo que sentimos como espectadores al ver cómo los actores se convierten en personajes, cómo el cine imita a la vida (y viceversa).

El drama de George Valentine (y la idea más interesante de la película) es el de un hombre que no puede aceptar el presente y teme al futuro. Es la desesperación de aquellos que no se pueden adaptar los cambios y resisten, pelea, pero saben que al final, la resistencia termina siendo fútil. Contrario a lo que se pueda esperar, esta no es una película conservadora. Sin adelantar nada, podemos decir que como La Invención de Hugo Cabret, deja a los espectadores con ganas de ver adelante y no hacia atrás. No todo tiempo pasado fue mejor.

Es curioso que aún siendo una comedia, el principal problema de El Artista sea el grado de solemnidad ciertamente insoportable que destila a veces. Por ejemplo: la música de Ludovic Bource es espléndida. Pero hacia el último acto, el director decide usar el tema de amor de Vértigo (el clásico de Alfred Hitchcock) que desentona con el resto de la banda sonora y saca de contexto al cinéfilo. Es una pomposidad innecesaria. Ciertamente esta película ganará el Oscar, pero no deja de llamar la atención que algunos clásicos de los que El Artista toma mucho «prestado» no haya siquiera, ni recibido nominaciones. Tenemos Cantando Bajo la Lluvia, El Ciudadano y hasta la mencionada Vértigo. Hollywood muchas veces es demasiado torpe para premiar a lo mejor de su cine y esta vez no parece ser la excepción.

De todos modos, tenemos aquí a uno de esos films que parecen agradar a la mayoría de los cinéfilos. Esa clase de películas que no ofenden a nadie, están bien hechas y son muy prolijas. Que esta sea una producción francesa pasa casi desapercibido para las audiencias generales, pero no para los Académicos, que si la premian, podrían estar premiando el esfuerzo de Francia por rendir homenaje a una época donde el cine se servía de historias simples y simpáticas que quedaban en la memoria popular. ¿Será el caso?