El Artista

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Una mueca ya pronto serás

Igual que ocurre con Hugo, El artista es, antes que una película, una declaración de amor al cine y al mismo tiempo se concentra en el correlato de una historia de amor sencilla entre un actor del Hollywood de los 20 y una aspirante a actriz, quien logra catapultarse al estrellato durante la transición del cine mudo al sonoro.

No hay salvatajes a último momento –como solía ocurrir en las películas de aquella época- para el derrotero de George Valentin (Jean Dujardin), quien a pesar de su magnética sonrisa y popularidad no logra convencer al dueño del estudio cinematográfico (John Goodman) de que siga apostando a las aventuras del cine mudo y desestime el avance progresivo de la técnica sonora que rápidamente lo vuelve obsoleto y prescindible porque el futuro viene acompañado de nuevas voces y sonidos más que del silencio reflexivo.

Entre esas voces prometedoras está la de Pepi Miller (Bérénice Bejo), un nuevo rostro que por su fotogenia pasa en un segundo de figurante de las películas de Valentin a estrella de los Estudios en lo que podría relacionarse con el star system que provocó un cambio vertiginoso en los modos de producción del Hollywood dorado e imprimió otro ritmo a la industria del cine.

Sin embargo, la riqueza de este conmovedor film del francés Michel Hazanavicius, recientemente galardonado con los premios Bafta británicos, reside en haber encontrado un lenguaje cinematográfico del pasado para contar una historia de un personaje en crisis con un fuerte revés en el impacto psicológico que arrastra cualquier tipo de cambio de una realidad por otra: el cine mudo, universo de expresiones exageradas que transmiten emoción sustituido por el cine sonoro que rompe los moldes de la imaginación para acercarnos de primera mano con la realidad.

Ese es el espejo en donde George Valentin se mira y se descubre persona antes que personaje; ese es el golpe letal a la ilusión de todo aquel que se entera de cómo es el truco antes de caer deslumbrado por el acto de magia y en un segundo plano una reflexión sobre la integridad artística en detrimento del negocio del espectáculo. La imagen y su reflejo; la expresión y su mueca se yuxtaponen entonces dialécticamente en un juego maravilloso de contrastes -en el que el trabajo de Guillaume Schiffman en la fotografía es excepcional- donde las referencias cinéfilas no dejan de surgir en cada plano (Fritz Lang, Murneau, Chaplin, Douglas Fairbanks, Orson Wells por citar algunos), planificado con meticulosidad por Hazanavicius, pero siempre al servicio de la narración y de los pequeños detalles para contar mejor un relato que no necesita de palabras ni sonidos para llegar a lo más hondo de cada espectador porque lo importante en El artista no son los intertítulos o los guiños cinéfilos sino la ausencia de las palabras que realza el valor del silencio en lo que paradójicamente transcurre en un contexto donde se desarrolla dramáticamente el inicio del cine sonoro.

Por eso, funciona poéticamente ese genial contrapunto de sonido y ausencia de sonido que aturde al protagonista al atravesar ese proceso de transición y búsqueda para reinventarse en un nuevo escenario y adaptarse a los cambios.

Resulta inmejorable por otra parte el aporte de una banda sonora de Ludovic Bource con la doble función de aclimatar la atmósfera en cada escena aunque también con una idea narrativa detrás para complementar la acción y sobre todas las cosas el estado emocional de los personajes.

El lucimiento de Jean Dujardin en la que sin duda es la mejor actuación de su carrera merece elogios por encontrar el tono justo y no tentarse con la sobre exposición que por lo general recae en la sobre actuación, sumada la presencia y la belleza fotogénica de Bérénice Bejo a la que debe reconocérsele un soberbio trabajo gracias a la dirección de actores certifican los premios recibidos hasta el momento aunque el último capítulo de esta historia de amor recién se conocerá en la entrega de los premios Oscar para dilucidar si la Academia prefirió el silencio en blanco y negro o la magia del 3d de Hugo y su emotiva lección de cine.

Ambas me dejaron sin palabras.