El Artista

Crítica de Bernabé Quiroga - CiNerd

PALABRA MÁS, PALABRAS MENOS

A fines de año, de cualquier año, el nombre de una película empieza a sonar en todas partes. En críticas que la alaban, en cinéfilos que la recomienda y, más que nada, en las entregas de premios, ese tortuoso camino al Oscar que solo pocas tienen la suerte de recorrer. En 2011 fueron nueve las que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas seleccionó. De esas nueve, el nombre de EL ARTISTA (THE ARTIST, 2011) fue el que sonó con más fuerza. Ganadora de cinco de estas prestigiosas estatuillas (Película, Director, Actor, Banda Sonora y Vestuario), la aclamada cinta muda y en blanco y negro de Michel Hazanavicius llega algo demorada a los cines del interior, y los espectadores corremos a verla para averiguar por qué tanto alboroto.

¿Merece EL ARTISTA ser llamada la mejor película del año pasado? En mi opinión: no. Pero vamos por parte. Primero, su historia: Estamos en Hollywood de 1927, una era dorada para el cine. En esta época, la estrella de películas mudas George Valentin (Jean Dujardin) se preocupa ante la llegada del cine sonoro. Temiendo por el posible fin de su carrera, conoce a una bella bailarina (la argentina Bérénice Bejo) de la cual se enamora. Y mientras ella comienza a triunfar en las películas habladas, él deberá enfrentar su caída. Esta es su historia. Narrativamente, no es ninguna novedad. Podría decir que es simple y predecible, y lo es, pero me gusta hablar de ella como un relato clásica. Con mucha simpatía, emoción, ternura y nostalgia, trata temas como la celebridad, el miedo, el éxito, el amor y el orgullo. Pero la película no tiene nada nuevo para decir sobre ninguno de estos temas y el desarrollo de sus arquetípicos personajes es de una predictibilidad casi desinteresada. Entonces, ¿es por eso una mala película? No. En realidad, es muy buena. Esto se debe a que esa predictibilidad casi desinteresada tiene que ver con el hecho de que Hazanavicius no quiso hacer de EL ARTISTA solo una película muda más. Él pretendía filmar otra cosa: un experimento arriesgado, una experiencia imperdible y un dulce viaje al pasado. Su historia no es más que la excusa necesaria para poder vender la cinta. Y ya que era solo una excusa, no había porque complicarse con grandes tramas, así que optó por contar un relato clásico que se acoplase más al molde de su película. Por eso, si hablamos de su guión, EL ARTISTA es clásica, simple y hasta olvidable. Pero formalmente, es una entrañable pieza cinematográfica. Su éxito y el cariño que sienten los espectadores por ella se debe a la época en que se estrena, cuando más de la mitad de las películas que hay en cartelera son en 3D o están plagadas de artificios digitales. EL ARTISTA es una escapada del cine actual y una invitación formal hacia aquella era en que ni siquiera se necesitaba hablar para transmitirle emociones al público.

Desde el formato de la pantalla (4:3, más cuadrada que rectangular) a los créditos iniciales, pasando por su asombrosa banda sonora, los intertítulos, la omisión del zoom y la recreación del Hollywood que las mismas películas de fines del ‘20 y principios del ‘30 recreaban, EL ARTISTA funciona (casi a la perfección) como si se hubiese estrenado en la era en que está ambientada. Si bien falla a veces en ciertos aspectos de encuadres o de cortes de montaje que en aquellos tiempos no se usaban, la obra de Hazanavicius es un pequeño y simpático homenaje al cine mudo, y una buena forma de recordarlo, ya que no solo entretiene y emociona, sino que también presenta algunas novedades. El director se da el lujo de jugar con el sonido en escenas como la del sueño o ese fantástico final en el que, después de una inolvidable secuencia de baile, escuchamos la primera, única y última palabra pronunciada en todo el film. EL ARTISTA es más que una película muda y por eso, si ustedes nunca vieron este tipo de cintas, esta tal vez sea la mejor forma de empezar. Después continúe con Chaplin, Keaton, Lang, Eisenstein, Méliès y compañía.

Por otra parte, los protagonistas del EL ARTISTA, Jean Dujardin y Bérénice Bejo, son verdaderamente geniales. Dejando de lado a los actores conocidos (John Goodman y James Cromwell) a los que les cuesta ajustarse al estilo de interpretaciones que requiere el film, el ignoto dúo protagónico entrega actuaciones fuertes, tanto en comedia como en drama, en las que desbordan encanto, emoción y química, sin decir absolutamente nada (un desafío que supieron completar de manera sobresaliente). Ambos son otro gran aporte de esta película con la que Hazanavicius devolvió al mundo algo que estaba perdido: la magia del cine mudo. Por eso tanto alboroto y por eso ganó el Oscar. Sobrevalorada pero valiosa, EL ARTISTA no es lo mejor del año pasado (disfruté más de LA INVENCIÓN DE HUGO CABRET y LOS DESCENDIENTES), ni mucho menos la mejor cinta muda de la historia, pero vayan a verla y a escucharla, porque es una de esas películas que le inflan el pecho de alegría y le enriquecen el cerebro. Tal vez no haya colores, pero lo que verán será el recuerdo de una época. Y tal vez no haya diálogos o sonidos, pero lo que escucharán será más fuerte que cualquier palabra: a los artistas de antes gritando “¡Estamos vivos!”.