El Artista

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Candoroso cine mudo

"No hablaré. No diré una palabra", reza el cartel correspondiente a la imagen de la película Una aventura rusa. Quien se niega a hablar es el héroe que interpreta George Valentin, en el juego del cine que se mira a sí mismo, planteado por el director Michel Hazanavicius. Un divo de cine mudo, su perrito, el chofer y la actriz en ascenso son los elementos de la historia ingenua que alimenta el melodrama, pensado para la platea contemporánea.

El recorrido por los últimos éxitos del artista comienza en los estudios de Hollywood, donde el productor dictamina la vida o la muerte de proyectos y figuras. Recrear una manera de mirar y ser mirado es un trabajo fascinante desde el punto de vista creativo. El artista ofrece imágenes de la carrera que fue brillante y el presente dramático de Valentin. Jean Dujardin va adecuando la gestualidad a la alternancia de pasado, presente del personaje y la actualidad del espectador que debe probarse frente a los estímulos que han eliminado deliberadamente la palabra. Hazanvicius impone una banda sonora que llena el silencio de la cinta en blanco y negro.

Las imágenes generan una historia en la que, a la fama de Valentin, se suma la rutina matrimonial, el flirteo con Peppy Miller (Bérénice Bejo) y la evolución de la industria cinematográfica. "Ahora el mundo habla. Piden caras nuevas", dice el productor, bien plantado John Goodman en el rol.

El drama va ganando espacio. Estalla la crisis financiera de 1929 y George se niega a enfrentar unas reglas de juego feroces para las cuales no hay orgullo que valga.

Bérénice Bejo se mueve como la pícara y candorosa Peppy, entre los mohínes del cine mudo, la fascinación por el éxito y la madurez del personaje que ve derrumbarse a su mentor. Cuando logra comprender la brecha, en el cine y la vida, toma decisiones salvadoras. Peppy encanta a todos y Bejo le pone sustancia en escenas como la del camarín, a solas con el traje de George. Asombra el perrito, una mascota sabia, mientras James Cromwell, el chofer, aporta su propio silencio piadoso.

El artista rinde culto a los actores de la industria, criaturas que sonríen, repiten gestos frente a una cámara y dejan su vida por el amor del público.