El árbol de peras silvestre

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Entre el furor y el remordimiento

En todas sus películas, Nuri Bilge Ceylan pone en cuestión la validez de los lazos familiares en una sociedad turca cambiante. El director observa a los seres sin juzgarlos y busca la verdad humana en todo su espesor, con los aspectos admirables y los menos relucientes que coexisten en cada uno. Su arte panteísta posee una mirada atenta, paciente y curiosa que logra encontrar la vibración actual de las ciudades, los barrios y los paisajes. El árbol de peras silvestres es un fresco social y familiar de una belleza plástica abrumadora en el que el cineasta vuelve a colocar a sus personajes en un entorno visual suntuosamente filmado que refleja sus contradicciones. Pero la película marca también un cambio importante: para seguir la búsqueda obstinada de su joven protagonista, Ceylan adopta una cámara móvil y fluida, que parece querer evadirse. El impresionante dominio formal genera un encanto visual que sublima el entorno y contribuye, mediante una paradoja puramente cinematográfica, a reforzar la sensación de indiferencia general del mundo ante las ilusiones mediocres de los hombres.

Luego de sus estudios de literatura en Estambul, el joven Sinan regresa a su ciudad natal soñando con publicar un ensayo. Vuelve a ver a sus padres, a su hermana, a sus viejos amigos y amores, con una mirada desencantada. Con la energía de la desesperación, el aprendiz de escritor golpea las puertas buscando los fondos necesarios para la edición de su libro. Pero el país parece irremediablemente congelado y la sociedad no comparte siempre su amargura. La película toma un giro inesperado con el lirismo melancólico de la escena del reencuentro con una antigua novia que está a punto de casarse. Los movimientos de cámara para encuadrar los besos robados debajo de un peral silvestre, introducen un ambiente onírico. Algunos planos surrealistas, como un bebé cubierto de hormigas, se articulan con una realidad cada vez más compleja según la percepción del protagonista. Las conversaciones frenéticas durante paseos rurales o urbanos parecen dibujar el mapa mental de un pensamiento perturbado, la expresión de un revuelo interior.

El repentino contacto con el pasado toma diversas formas. En la sedimentación de las largas secuencias dialogadas sobre temas íntimos, políticos o filosóficos, se revelan experiencias y heridas de la niñez y la adolescencia. Durante el encuentro entre Sinan y un escritor famoso, la impresión de estar frente a los esfuerzos modestos y tímidos de un neófito ávido de consejos se disipa en beneficio del descubrimiento del verdadero carácter de un joven que apenas oculta el desprecio que siente por su mayor. El protagonista expresa una mezcla de arrogancia, rebelión, burla y un gusto perverso por la contradicción. El hombre está marcado por la figura degradada de su padre: la viva imagen de lo que no quiere repetir. Entre el furor y el remordimiento, Sinan debe decidir entre abandonar a su familia y volver a la gran ciudad o permanecer preso del vínculo atávico con su padre. La respuesta está en la maravillosa escena final, tan bella como conmovedora.