El árbol de la muralla

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Sobreviviendo

El título de este quinto largometraje del director Tomás Lipgot (Moacir) refleja tan vívidamente una imagen para sintetizar un testimonio viviente de lucha ante la atrocidad que cometen los hombres y que tiene nombre y apellido: Jack Fuchs.

A sus casi 90 años, este excepcional ser humano polaco ha sabido sobrellevar la peor carga de la culpa del sobreviviente al Holocausto sin resentimiento, odio, abatimiento o cualquier acto de desesperación que pudiera conllevar el día después del infierno que tuvo que padecer desde su temprana infancia en el guetto de Lodz con su familia primero y luego en la soledad cuando fue deportado a los campos de concentración de Auschwitz hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.

Recordar aquellos tiempos significa abrir las puertas al dolor y es por eso que durante cuarenta años tomó la decisión de no hablar sobre el pasado e intentó recomenzar una vida en Estados Unidos y posteriormente en Argentina, con una esposa (ya fallecida), una hija y tres nietas, su única raíz familiar que sigue viva.

Igual que aquel árbol, recuerdo difuso en la mente de Jack, la resistencia, la voluntad y la pulsión de vida pudieron contra la muerte y encontró de cierta manera el camino de acopiar testigos de la historia que intenta ocultarse o negarse aún en nuestros días a través de la publicación de dos libros: Tiempo de Recordar (Editorial Milá, Buenos Aires, 1995) y Dilemas de la Memoria (Editorial Norma, Buenos Aires, 2006), a la que se suman charlas y conferencias en universidades para transmitir a las nuevas generaciones su sabiduría, sus lúcidas reflexiones producto de mucho recorrido y experiencia acumulada con el paso del tiempo.

Sin embargo, el realizador llegó a conocer a su protagonista de una manera indirecta al ser contactado por la psicoanalista Eva Puente, autora del libro que da título al film, quien pensó siempre que la historia de Jack debía ser conocida como un testimonio muy particular y singular de un sobreviviente al nazismo y fue así como Tomás Lipgot aceptó el desafío de construir el retrato de Jack Fuchs haciéndolo partícipe del proyecto y en la búsqueda permanente y caótica para sortear los lugares comunes de la pornografía de la representación del Holocausto, pero sin desdramatizar el contexto en el que ocurrieron los hechos.

El material de archivo, de grabaciones de un viaje que el propio Fuchs decidió emprender para volver al lugar de su niñez y no encontrar absolutamente nada, que se suma al propio aportado por esta larga entrevista segmentada, connota de manera contundente los mecanismos de la memoria y el olvido y el abismo existente entre el pasado, los recuerdos, el presente, lo vivido y lo reprimido en varias capas que se van desestructurando a lo largo del relato en primera persona y con la cámara de Lipgot siempre presente y dispuesta a escuchar distintas voces.

A esa estructura se le debe agregar el aporte significativo del dibujo y animación para recrear las imágenes del pasado a cargo de Nahuel Ferreyra en los dibujos y la dirección de animación en manos de Pablo Calculli, y la utilización del sonido con fines narrativos, donde el trabajo de Andrés Polonsky merece un reconocimiento.

Cada vez que Jack Fuchs nos interpela con su mirada vital y transparente; nos contagia su energía y tranquilidad la cámara desaparece y la verdad germina entre los escombros del olvido como ese árbol que aferró sus raíces a la vida sin que la muerte pudiera derrumbarlo.