El árbitro

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Al borde del grotesco

Prolongación de un cortometraje premiado en 2009 con el David de Donatello, galardón que entrega la Academia del Cine Italiano, El árbitro fue parte de la sección Giornate degli Autori, del Festival de Venecia. Coproducida por la productora argentina de Daniel Burman y Diego Dubcovsky, la película está deliberadamente pensada como producto for export y reproduce una buena cantidad de prejuicios en teoría prototípicos de la "italianidad".

Interpretado con poca sutileza por Stefano Accorsi, galán del cine italiano favorito de las revistas del corazón por sus amoríos con las modelos Laetitia Casta y Bianca Vitali, el árbitro del título es un personaje acicalado y ridículamente ambicioso que ensaya coreografías para moverse en los partidos que dirige. Sin embargo, cae en desgracia cuando lo descubren como beneficiario de un soborno, algo de lo que el fútbol italiano sabe bastante. Termina entonces como juez de un partido crucial de la pintoresca Tercera División de Cerdeña entre el modestísimo Atlético Pabarile, cuyo entrenador es ciego, y el Montecrastu, dirigido por Brai, un personaje arrogante y virulento que entra a los bares montado en un caballo y trata a sus propios jugadores como esclavos.

Entre los personajes de la historia, casi todos al borde del grotesco, aparece un tal Matzuzi, hábil delantero que regresa al Pabarile, luego de un fugaz paso por el fútbol argentino (cosas de la coproducción). Filmada en blanco y negro con una inclinación al preciosismo habitual en el cine publicitario, la película apela al humor más ramplón como recurso central y empieza con una cita -para colmo inexacta- de un ganador del Nobel de Literatura, Albert Camus, para legitimarse. Una jugada amañada que deja al debutante Zucca en un tempranero y categórico off side.