El apóstata

Crítica de Violeta Bruck - La Izquierda Diario

Ni dios ni amo

El apóstata es la nueva película del director uruguayo Federico Veiroj (La vida útil, Acné). En esta oportunidad se traslada a España para filmar algunos episodios de la vida de su amigo, co-guionista y por primera vez actor, Álvaro Ogalla, quien decidió borrar todos sus registros personales en la iglesia e inició los trámites para apostatar.

Álvaro Ogalla interpreta a Gonzalo Tamayo, un hombre de unos treinta y pico de años, que inicia el interminable trámite burocrático que permitirá eliminar sus actas de bautismo, un acto al que considera una “traición” por parte de sus padres, quienes nunca le consultaron sobre el mismo. Pero a este primer argumento se le sumarán múltiples razones que impugnan el accionar de la iglesia católica. Mientras busca liberarse de esta institución, sus deseos sexuales fluyen y enfrentan barreras. La atracción por su prima, que creció desde su infancia, se alimenta del sueño para animarse en la vida real. En la infancia se encuentran tanto sus principios como sus represiones. El niño que fue y recuerda con cariño, es también el que sufrió una permanente opresión de sus padres que perdura hasta el presente.

En diálogo con las autoridades de la iglesia, Gonzalo argumenta sus razones: “La educación católica que recibí no me hizo ningún bien, muchas de las cosas que se me inculcaron han sido contraproducentes…”, “por otra parte están los dogmas, el monoteísmo, que las cosas deben andar de una determinada manera. Me parece que es un modo antinatural de concebir el mundo que no me deja espacio”, “tampoco entiendo otras cosas, como es que si Dios los ha mandado a ser pobres, hayan terminado ustedes haciéndose ricos...”

Con un tono cercano a la amenaza el obispo Jorge le responde “serás un buen cristiano escucharás a dios y te convertirás, amarás lo que ahora detestas, amarás a los nobles, protectores de las industrias y ejemplos de buenas costumbres, amarás a los reyes...”. El debate queda planteado y los contendientes profundizarán sus batallas a lo largo de la película.

A la cruzada eclesiástica, se suman familiares y otras instituciones conservadoras que en forma permanente delimitan, cuestionan y oprimen el espacio vital de Gonzalo Tamayo. Así un profesor de filosofía que recurrentemente lo desaprueba le dirá “convénzase Tamayo el ser humano tiene que aceptar que la mediocridad es su condición natural”. Su madre aporta también una constante queja acosadora en pose de víctima “estás poniendo en entredicho el buen nombre de la familia, hemos quedado en ridículo delante de todo el mundo”.

Personajes y escenas que recuerdan al cine de Luis Buñuel, ese español que disparó cientos de imágenes contra la iglesia. Una institución internacional, que pesa con mucha fuerza en el suelo español. Aliada principal del fascismo, socia de la dictadura de Franco y la monarquía, enfrentada con firmeza y pasión por los obreros protagonistas de la revolución de 1936. Gonzalo conoce bien esta historia “es de sobra conocida la historia que hay de inclinación de la institución a integrarse en sanguinarios regímenes totalitarios, bajo cuyo amparo han tenido grandes privilegios”.

Curas y obispos retrasan los trámites e intentan detenerlo. Gonzalo conquista amigos y enemigos. Entre quienes se disponen a ayudarlo está su vecino, un niño a quien brinda apoyo escolar y que será su gran aliado para conquistar la justicia.

El sueño y la realidad, la represión y el deseo, la censura y la libertad, recorren las escenas de esta película que retoma y renueva la necesaria crítica a esta milenaria y opresiva institución.