El Apocalipsis

Crítica de Diego Curubeto - Ámbito Financiero

Un Apocalipsis que mueve a risa

Esta película podría ser divertida en alguna función gratuita del estilo "cine de culto Bazofi", aclarando que "durante toda la proyección está prohibido no burlarse del peor film surgido del Hollywood durante los primeros dos decenios del siglo XXI". Con esa idea, y por sobre todo, sin tener que pagar la entrada al cine, "El apocalipsis" podría tener algún sentido.

De otro modo, este engendro no da ni para un zapping de cable, salvo para atestiguar intermitentemente patéticos puntos bajos que dan vergüenza, y reírse de agunos detalles asombrosamete amateurs para una producción de este nivel.

El apocalipsis llega por enésima vez (esta novela se filmó varias veces en la última década, generalmente con bastante menos presupuesto) y básicamente, mientras muchas personas desaparecen evaporándose dentro de sus ropas, otros son "dejados atrás" -tal como dice el título original- y deben enfrentar una confusión absoluta, dado que no sólo la situación es apocalíptica, sino que los diálogos y acciones de los "dejados atrás" carecen de sentido común y, encima, son ñoños hasta la náusea.

La primera media hora es de un tedio insoportable, y cuando Nicolas Cage debe tratar de ver qué cuernos hace con el jet de línea que pilotea, los planos del avión volando en un cielo tempestuosos son tan berretas que casi se parecen a las de la nave de "¿Y dónde está el piloto?".

Esto es increíble teniendo en cuenta que tuvieron un par de decenas de millones de dólares de presupuesto, que el director Vic Armstrong es uno de los mayores talentos a cargo de la segunda unidad de famosísimas escenas de acción, y que el director de fotografía, créase o no, es el mismo de "Los imperdonables" de Clint Eastwood. Da la sensación de que todos los involucrados de esta película agarraron el dinero de inspiración evangelista y se desentendieron absolutamente de un producto que ya desde el guión no podía salir bueno ni por milagro.

Pero el que pone la cara es Nicolas Cage. Ojalá haya cobrado el doble de cuando trabajó con John Woo o Scorsese, ya que por momentos no puede disimular lo incómodo que es tener que pronunciar esas líneas blasfemas, no sólo por delirar a gusto sobre la imaginería cristiana sino, sobre todo, por idiotas.