El amor y otras historias

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Vivir su vida

La voz en off de la primera escena anuncia una serie de particularidades constitutivas de los desenlaces de las comedias románticas, mostrando que El amor y otras historias será un nuevo exponente del subgénero al que podríamos denominar “Cine dentro del cine”. Esto es, aquel cuyo eje está en las disquisiciones acerca del proceso creativo detrás de una película, al tiempo que se narra una historia generalmente similar a la creada dentro de la ficción. La propuesta del hasta ahora guionista Alejo Flah (Séptimo, la miniserie Vientos de agua) es loable en sus intenciones e incluso logrado en gran parte de su metraje, pero a la larga se diluye cayendo en las mismas trampas simplificadoras que se propone desterrar.

Quien habla al comienzo es Pablo Diuk (Ernesto Alterio), un one-hit-wonder literario devenido en docente universitario y guionista por encargo de una comedia romántica situada en Madrid. Comedia no demasiado alejada de los cánones tradicionales del género, ya que trata sobre dos jóvenes treintañeros (los españoles Marta Etura y Quim Gutiérrez) cuyo derrotero común irá de un fulguroso amor inicial al languidecimiento progresivo. Que Pablo esté enfrascado además en un matrimonio en pleno proceso de disolución será un factor fundamental en su trabajo, amalgamándose realidad e imaginación. Así, la meta-película incluirá distintos personajes propios del universo cotidiano del escritor, a la vez que la potencialidad fantasiosa será un factor condicionante de la resolución de sus problemas matrimoniales.

No hay nada necesariamente molesto e incorrecto en la ópera prima de Flah. Amena, disfrutable, realizada con conocimiento de las herramientas del género, El amor y otras historias se enloda cuando no logra hacer converger ambos relatos, para finalmente terminar utilizando las mismas vueltas de guión que exterioriza su protagonista, convirtiendo a una potencial reflexión sobre la disciplina de construir historias en una comedia romántica tradicional. Buena, sí, pero demasiado parecida a otras.