La película de Juan Vera, El amor menos pensado, aborda temas y preguntas referidas a la relación de pareja, la convivencia, el nido vacío, la falta de deseo, la separación y las conquistas amorosas con una dupla que se saca chispas en los roles protagónicos: Ricardo Darín yMercedes Morán. Marcos y Ana llevan veinticinco años de matrimonio y cuando su hijo Luciano decide irse a estudiar a España, se genera un vacío que los lleva a separarse y reformular el destino de sus vidas. El comienzo del relato está a cargo de Marcos en la Biblioteca Nacional, mirando al publico y contando su historia. La trama irá luego abriendo un abanico de caminos entre empanadas tucumanas, referencias al clásico de la literatura, Moby Dick y salidas nocturnas para comenzar su peregrinaje de solteros. El filme acierta en los diálogos que profundizan en tópicos cotidianos pero alejan a los personajes cuando se vuelven solemnes y varias subtramas se prolongan y se extienden demasiado. Sin embargo, el magnetismo del elenco logra emocionar en su montaña rusa de situaciones. Los amigos de la pareja en cuestión también atraviesan su propia tormenta -se destacan Luis Rubio y Claudia Fontán- en un periplo romántico que incluye una cita de Marcos con una psicóloga -Andrea Politti, en una escena desopilante en un bar- y luego una relación con una mujer independiente -Andrea Pietra-. Por su parte, Ana no se queda atrás y conoce a un excéntrico vendedor de perfumes -Juan Minujín-, a un ex compañero -Gabriel Corrado- y a un pintor -Jean Pierre Noher-, con quien planifica una convivencia. Párrafo aparte para Norman Briski y Claudia Lapacó, está última redescubriendo el amor en la tercera edad. Personajes sumergidos en una suerte de stand by emocional atraviesan esta comedia romántica que no escapa a los códigos del género ni a su estructura teatral en la que lo discursivo ocupa un lugar preponderante. "¿Me querés?" "¿Me amás?", "¿Y ahora que vamos a hacer?" son preguntas incómodas que se deslizan en la vida de los mortales.
CASADOS Y DESCASADOS. El cine romántico como género es bastante amplio y sus reglas también lo son. Hay comedias románticas, melodramas románticos, hasta películas románticas de acción. No hay obligación alguna de respetar esas reglas pero el precio por traicionarlas, en particular en las comedias románticas, es alto. Una comedia romántica con un final no esperado tiene muy pocas posibilidades de caerle bien al público. El cine argentino no es una excepción al género y desde sus comienzos ha explorado las historias de amor, en un comienzo mirando a Hollywood, luego espiando al cine europeo. Muchas grandes películas argentinas tienen, a pesar de eso, un estilo propio local, como las películas de Manuel Romero o Carlos Schlieper, para citar a nuestros mejores dos directores. Pero con la caída de los estudios y el cambio de paradigma, el cine argentino retrocedió en el género. ¿En qué sentido? En varios. En primer lugar las películas dejaron de ser divertidas, graciosas e incluso perdieron en emoción. Pero otra cosa más se perdió en el camino: la idea de la pareja protagónica. Muchas historias románticas tuvieron al protagonista masculino como presencia principal y la mujer de la pareja ocupaba un rol secundario. Lo que en la Edad de oro funcionaba perfecto, en las décadas posteriores dejó de hacerse. No es necesario aclarar que una historia de amor donde las dos partes ocupan roles desparejos pierde mucho de su gracia básica. No está prohibido ni es malo en sí mismo, tan solo deja de ser comedia romántica, se va del género. La primera buena noticia de El amor menos pensado, la comedia romántica con Ricardo Darín y Mercedes Morán, es que corrige ese error recurrente del cine argentino y le otorga a ambos el mismo peso en la historia, la misma complejidad a los dos personajes. La misma madurez, inteligencia, sentido del humor, el mismo peso en la pantalla y el guión. No son pocas las películas argentinas que al romper este equilibrio perdían todo su encanto. Esto solo no alcanza, tan solo es la prueba de que estamos frente a un director y guionista que sabe lo que está haciendo. Todo lo que sigue, es la confirmación de esto. Aunque la película, como ya dije, pertenece a un género y como tal tiene sus reglas, invito al lector que no quiera saber nada de la trama que deje aquí de leer, aunque no contaré nada, algunos detalles del análisis pueden terminar siendo una forma de contar la película. Están avisados. El amor menos pensado tiene elementos de comedia y de drama, aunque el peso final yo considero es comedia y no hay nada terrible o significativamente dramático como para que se salga del género comedia romántica. Pero más específicamente pertenece al género que el gran teórico Stanley Cavell llamó comedia de rematrimonio en ese libro imprescindible llamado La búsqueda de la felicidad: La comedia de enredo matrimonial en Hollywood . Como en aquellas comedias de la década del treinta y del cuarenta en Hollywood (y sus equivalentes argentinos, que Cavell nunca conoció) la pareja está destinada a terminar unida, aunque en el camino ambos deban aprender algo, haciendo por separado cada uno un camino interior. Habrá terceros en discordia, pero serán pasajeros. Los protagonistas forman una nueva pareja. Una nueva pareja conformada por ellos dos, pero en una nueva etapa de sus vidas. Esta renovación de los votos de pareja, estén casados o no, es la clave de este tipo de comedias románticas. Como decía ese otro cineasta romántico llamado Wong Kar-wai, estos films a los que El amor menos pensado se suma, saben que el amor es una cuestión de timing, y que la separación es para lograr que se vuelva a restaurar el desfasaje entre ambos. Ahora yendo a lo superficial pero no menos importante: la comedia funciona. Tiene momentos para reírse a carcajadas, directamente, con una gran cantidad de personajes secundarios que pocas veces en el cine argentino han logrado estar tan perfectos como acá. No solo es mérito de los actores, sino del guión y del director, sin duda logró que todos tengan el tono, que todos resulten disparatados y humanos a la vez. Hasta el más demente tiene su mundo y se hace querer. Ni hablar de los dos personajes que tienen que ser las nuevas parejas de los protagonistas. Sin duda ahí es donde la película finalmente termina de sumarse a la mejor tradición del cine clásico. No son malos, no son miserables, no son horribles, simplemente no son la persona adecuada para ellos. Esa grandeza de no atacar personajes, esa lucidez de mostrar que simplemente las cosas no siempre funcionan, es lo que le da a El amor menos pensado una nobleza definitivamente poco habitual en el cine argentino de las últimas décadas. Así es como la historia se gana su final, así es como nos hace reír y también termina emocionándonos. Es muy probable que estemos frente al mayor éxito de taquilla del cine argentino de este año, pero también frente a uno que no subestima al espectador ni se aprovecha de bajezas para lograr su cometido. La vieja y siempre querida comedia de rematrimonio.
El amor después del amor En contadas oportunidades el cine local ha reflejado historias de personas mayores de 30 años: de amor y de desamor, Pareciera que el enamoramiento y la pasión es sólo cuestión de jóvenes, algo fugaz y efímero, por suerte llega la ópera prima de Juan Vera para desmentir esto, El amor menos pensado (2018) incluye hasta una pareja de enamorados octogenarios en su narración. Si bien su disparador es la separación de Ana y Marcos (Mercedes Morán, Ricardo Darín, nuevamente juntos tras Luna de Avellaneda) la película prefiere manejar varias capas narrativas para construir su guion. Los protagonistas son dos personas maduras que ante el decisivo momento de reencontrarse en las rutinas, tras la ida del hogar de su hijo, tienen que tomar la difícil decisión de ver si siguen juntos o separados. Vera cuenta esta transición con solvencia, apoyándose en el oficio de los actores y su capacidad para componer personajes sólidos, incluyendo pequeños detalles. Y mientras el desarrollo propone un recorrido sobre diferentes situaciones en las que la edad de los protagonistas no será un impedimento para poder reflexionar sobre la vida en pareja, y también en soledad, el re enamorarse y demás asuntos, una segunda línea de personajes asumirá el comic relief, necesario para transitar la excesiva duración de la película y para plantear algunos conflictos subyacentes que hacen a la trama principal. Una mujer con apetito sexual (Andrea Politti, que aprovecha al máximo su breve intervención), un extraño vendedor de “aromas” (Juan Minujín), por citar sólo dos casos, serán los exponentes con los que se enfrentarán Ana. La incorporación de secundarios contrarresta la carga de cierto “pesimismo” y negatividad inicial, desarrollado en el primer acto. Así, el planteo inicial es sólo la excusa para que hábilmente, el relato proponga un viaje por situaciones nuevas, y por separado, para que la reflexión se enmarque dentro de una necesaria experiencia individual, alejada de la mirada del otro. El pasar revista por los personajes, el transitar con ellos el nuevo estado civil y la posibilidad de depositar en los roles secundarios su necesario arco de progresión dramática, dinamizan el guion que busca recorrer años de los protagonistas para comprender la transformación de cada uno de ellos. Precisos y queribles Morán y Darín, componiendo a una pareja verosímil, lúcida, ácida que necesita tiempo para procesar varias cosas, entre ellas el saber qué pasó con su vida mientras pusieron en un paréntesis sus anhelos e ideales en pos del crecimiento de su hijo, un hombre que les devolverá rápidamente una imagen que no desean pero que se condice con la concreción de su necesaria separación para volver a mirarse a los ojos, luego de un tiempo y responder la difícil pregunta sobre el amor que se tienen, o no.
Juan Vera es uno de los principales ejecutivos de Patagonik, una de las compañías más grandes del cine argentino. Tras dedicarse durante casi dos décadas a producir a otros cineastas (Juan José Campanella, Pablo Trapero, Ariel Winograd y una larga lista), comenzó a desandar un camino paralelo primero como guionista (Igualita a mí, 2 + 2, Mamá se fue de viaje) y ahora también en la dirección, ya que debuta con esta comedia romántica (técnicamente sería del subgénero “de rematrimonio”) de la que también es coautor. Hay múltiples aristas interesantes y enfoques posibles a la hora de analizar los logros y carencias, hallazgos y traspiés, sorpresas y lugares comunes de El amor menos pensado, pero voy a iniciar con un aspecto que me parece define las búsquedas y los alcances de la película: dura 136 minutos. El cliché del crítico sería decir que es larga, que algunas escenas no aportan demasiado, que una mayor concisión beneficiaría el resultado final, pero aunque algo de todo eso pueda ser verdad prefiero buscarle el costado positivo. Cuando el manual del buen producto popular indicaría que una comedia romántica profesional, barata y al mismo tiempo eficaz podría resolverse en 90 minutos, Vera siempre va por más: muchas escenas, muchos conflictos, muchas locaciones, muchos personajes. No es un film hecho para zafar, para salir fácilmente airoso, para mostrar como carta de presentación (“soy productor pero también puedo dirigir”), sino una propuesta de género con algunos elementos de fórmula que buscan empatizar con un público masivo (más precisamente con el segmento de +50 años que todavía ve cine en el cine), pero que está hecha con convicción y sensibilidad. Cuando podía pensarse en un proyecto concebido desde el cálculo y la demagogia, El amor menos pensado tiene peso específico, tiene carnadura, tiene intensidad emocional. El lector podrá pensar que eso es lo mínimo que hay que exigirle hoy al cine mainstream argentino, pero convengamos que hace algunas semanas se estrenó Bañeros 5 y que dentro de la comedia romántica hemos asistido a no pocos subproductos que daban vergüenza ajena, o casi. tiene algunos recursos a esta altura bastante trillados del género (como romper la cuarta pared), que la narración en off a cargo de Darín por momentos luce demasiado ampulosa, que algunas apariciones de personajes secundarios (divertidas e ingeniosas como son) parecen unipersonales, pero incluso los “caprichos” desaconsejados en el cine actual (como dejar la versión completa de Rezo por vos que Mariú Fernández canta en el subte) resultan una bienvenida rareza y, por qué no, también una audacia. La película tiene un punto de partida que remite a El nido vacío, aquel film que Daniel Burman rodó hace una década con Oscar Martínez y Cecilia Roth. En este caso, Marcos (Ricardo Darín) y Ana (Mercedes Morán) son un matrimonio que lleva 25 años juntos con bastante armonía y humor. Pero, cuando su único hijo se marcha a estudiar a España, empiezan a percibirse ciertas incomodidades, ciertos silencios, ciertas inquietudes. Hasta que surgen las preguntas fatídicas y, de común acuerdo, llega el tiempo de la separación (y la flamante soltería). Cuando el film parece destinado a un sentimentalismo a la italiana, Vera decide apostar de lleno por la comedia y mete algunos plenos como el secundario del mejor amigo de Marcos (Luis Rubio, toda una revelación) o los encuentros zafados de él (un profesor de Literatura) en una cita vía Tinder con una hilarante Andrea Politti y de ella (una especialista en estudios de mercado y focus group) con un seductor presuntuoso (Juan Minujín). tiene algunos recursos a esta altura bastante trillados del género (como romper la cuarta pared), que la narración en off a cargo de Darín por momentos luce demasiado ampulosa, que algunas apariciones de personajes secundarios (divertidas e ingeniosas como son) parecen unipersonales, pero incluso los “caprichos” desaconsejados en el cine actual (como dejar la versión completa de Rezo por vos que Mariú Fernández canta en el subte) resultan una bienvenida rareza y, por qué no, también una audacia. La película tiene un punto de partida que remite a El nido vacío, aquel film que Daniel Burman rodó hace una década con Oscar Martínez y Cecilia Roth. En este caso, Marcos (Ricardo Darín) y Ana (Mercedes Morán) son un matrimonio que lleva 25 años juntos con bastante armonía y humor. Pero, cuando su único hijo se marcha a estudiar a España, empiezan a percibirse ciertas incomodidades, ciertos silencios, ciertas inquietudes. Hasta que surgen las preguntas fatídicas y, de común acuerdo, llega el tiempo de la separación (y la flamante soltería). Cuando el film parece destinado a un sentimentalismo a la italiana, Vera decide apostar de lleno por la comedia y mete algunos plenos como el secundario del mejor amigo de Marcos (Luis Rubio, toda una revelación) o los encuentros zafados de él (un profesor de Literatura) en una cita vía Tinder con una hilarante Andrea Politti y de ella (una especialista en estudios de mercado y focus group) con un seductor presuntuoso (Juan Minujín). La película pendula entre la bienvenida, ingeniosa y superficial escena de la cata de empanadas (tucumanas o salteñas) y momentos en los que aflora un retrato más generacional (a la Lawrence Kasdan, digamos) sobre cierto desencanto de los hoy burgueses y que alguna vez fueron los iracundos jóvenes de los '60. El film es un ensayo bastante mordaz y decididamente reconocible sobre la angustia existencial, los artilugios para mantener el deseo y las búsquedas para romper con el conformismo. Más allá de la solvencia del guión y la inteligente (por momentos incluso elegante) puesta en escena, son Darín y Morán -perfectos en su coraza cargada de ironía y cinismo, pero al mismo tiempo vulnerables en sus contradicciones- quienes hacen brillar los mejores momentos y logran “maquillar” los menos lucidos. La “química” entre ellos era el gran desafío y termina siendo el principal aliado de una película de recursos nobles y con destino masivo.
Nido vacío, crisis de la mediana edad y los problemas de la gente sin problemas. ¿Cuál es la verdadera medida del amor? ¿Vale más la compañera/o de largo recorrido o quien nos mueve el piso promoviendo nuestro costado afectivo más fugaz? ¿Vale más lo que queremos para nosotros o el objetivo común sentimental? Sobre esta clase de cuestionamiento opera El amor menos pensado, el debut como director de Juan Vera (guionista de Igualita a mí y Mamá se fue de viaje), cuya riqueza emocional hará que cualquier espectador despistado esté más que dispuesto a perdonar sus deslices mínimos, incluso involuntarios. Marcos (Ricardo Darín) y Ana (Mercedes Morán) son una pareja de cincuentones cuya relación idílica y a prueba de todo se ve en jaque cuando su único hijo se va a estudiar al extranjero y abandona el hogar familiar. El suceso afecta con más intensidad a Ana, quien empieza a experimentar el famoso síndrome del nido vacío. Con este disparador indirecto, la pareja comienza a replantearse su situación sentimental, lo que deriva, tras una breve y única charla, en la separación. De aquí en adelante el relato los lleva por el sinuoso camino de la experimentación con nuevas parejas, intentando ordenar sus nuevas vidas y dándoles sentido… otro sentido… o algún sentido. Ricardo Darín y Mercerdes Morán están acompañados por una troupe de actores de gran nivel como Claudia Fontán, Luis Rubio, Jean Pierre Noher, Juan Minujín y Andrea Pietra, entre otros; estos internalizan de manera efectiva aquello que sus personajes les piden y los dotan de una humanidad y una calidez que traspasa la pantalla, haciéndolos inmediatamente identificables. El guión de Vera en dupla con Daniel Cúparo es uno de los puntos más altos, poniendo en boca de excelentes ejecutantes diálogos que fluyen con total naturalidad. El retrato de los conflictos de pareja y la dinámica de las relaciones la vuelve una obra interesante, pero aquel que guste de hilar fino tal vez detecte que algunos detonantes se sienten apresurados o exagerados. También puede emerger la sensación de que el conflicto de los personajes no era tal hasta que un tercero lo puso en evidencia. ¿Acaso Marcos, Ana y su grupo de amigos necesitaban reevaluar su situación sentimental? Quizás el problema de esta gente era, precisamente, el no tener problemas, excepto por las crisis de mediana edad; esas que uno ve acercándose rápidamente por el espejo retrovisor. La performance soberbia del elenco, sumada a un guión tan afilado como brillante, logra que los excesivos 136 minutos pasen lo suficientemente desapercibidos -barriendo bajo la alfombra la economía de relato- pero sobre todo pone en crisis las idas y venidas del universo de las parejas adultas, el miedo al paso del tiempo y la forma en que elegimos aprovechar (o desaprovechar) nuestro tiempo con otro.
El Amor Menos Pensado: las vueltas que da la vida. La nueva película de Ricardo Darín y Mercedes Morán nos invita a compartir este momento tan particular de las relaciones de pareja. El matrimonio, ese mítico contrato social que nos une a otra persona por el resto de nuestra vida. En teoría, entramos a él felices y enamorados. ¿Estar juntos por costumbre y cariño o buscar el enamoramiento otra vez? ¿Tedio o cariño? En El Amor Menos Pensado tenemos a Marcos (Ricardo Darín) y Ana (Mercedes Morán), cuyo hijo Luciano (Andrés Gil) acaba de irse a vivir y estudiar a España y los ha dejado solos por primera vez en 20 años. La trama se desarrolla a través de una pregunta que se hacen ambos: ¿seguís enamorado/a de mí? Cuando la respuesta es no, las cosas cambian. Después de todo, todavía están a tiempo de enamorarse otra vez, ¿no? El punto es que ellos en ningún momento se pelean. El típico divorcio lleno de veneno por dicha o cual razón acá no existe. Simplemente la aceptación de que el enamoramiento pasó y quizá deban buscarlo en otro lado. Estuvieron 25 años juntos pero el tedio hace mella en su relación y se separan. La trama parte de la crisis que surge del nido vacío. Comienza con Ana preguntándose ¿y ahora qué? ¿Cuál es el siguiente gran momento de nuestras vidas? Es irónico de a momentos porque, cuando los vas comparando con toda la gente a su alrededor, son los más centrados y estables. Pero quizá ese es el problema: el tedio, la rutina. Así que, en un momento de honestidad, ponen las cartas y la mesa y tomas una decisión: separarse. Eso es lo que vemos: como llegan a esa es punto, cómo los afecta y qué decisiones van guiando su accionar. Es interesante y te genera una sensación de empatía, porque entendés la motivación detrás de cada acción. Y la narración se completa con los amigos, que tienen sus mambos y los vas viviendo desde el punto de vista de un amigo. El mejor amigo de él, interpretado por Luis Rubio, engaña a la esposa hace años y el personaje de Darín no entiende porqué simplemente no cortar con una y estar con la otra. Por este lado, se nos presenta un personaje que quiere las dos caras de la moneda, según sus propias palabras: la constancia que tiene con Lili (Claudia Fontán) y la relación netamente carnal que tiene con Anabela (la amante que nunca vemos). Eventualmente, todo explota y los que recogen los pedazos son Marcos y Ana. Lili, interpretada por Claudia Fontán, es la amiga indiscutible de Ana, que la escucha, la alienta e, incluso, no la entiende a veces. Y en el momento de su propia separación, es tan cruda como real. El elenco, cada uno en su punto de vista (que a vecen se sienten un poco extra pero sin ser demasiado), logran complementarse en la narración. Ninguna historia se siente forzada o demás. Cada pedacito que vamos viendo ayuda a ir armando el panorama completo y, cuando llegamos al final, se siente como lo correcto. Juan Minujín como el seductor pretencioso está impecable: es arrogante, señorial y exhibicionista, una combinación bastante particular pero hilarante. Algo similar ocurre con el papel de Andrea Politti, la primera cita por Tinder de Marcos, que es altamente sexual y confiada, además de un toque rara, y que genera una situación emocionante que termina antes de empezar con más de una carcajada. Pero el centro, que nunca se pierde son ellos: ellos y su relación, ellos y su separación, ellos y su hijo, ello y sus nuevas parejas, ellos y sus revelaciones de sí mismos. Darín y Morán le dan forma a esta película y lo hacen con el estilo y el talento que los destaca. Llevan el film a cuestas, ya que sus personajes son los que hilan la historia y no fallan.
Se viene una seguidilla de estrenos de películas argentinas, y ésta es la primera que nos convoca. Por suerte, el amor no es sólo para los adolescentes, y también toca la puerta de los adultos. La ópera prima de Juan Vera cuenta la historia de Marcos y Ana, un matrimonio que lleva más de 20 años de sólida relación y un hijo, Luciano, que decide irse a España a estudiar. Esto es un detonante para la pareja, al darse cuenta de que se produce un quiebre ante su partida. Quizás es el nido vacío, pero Ana plantea la gran pregunta:- “Seguimos enamorados?”. Y, así, como si nada, sin terceros ni una gran pelea se divorcian. Lo que vendrá después, será novedoso, la repentina soltería, Tinder, y las citas... una sorprendente Andrea Politti, en una breve salida y Andrea Pietra en algo más formal para Marcos, sólo para nombrar algunas, y Gabriel Corrado, Juan Minujín, (también en un rol muy entretenido) y Jean Pierre Noher para Ana. Es muy buena la participación de Norman Briski como el padre de Marcos y de Claudia Lapacó como la madre de Ana. También se destacan sus íntimos amigos, Luis Rubio y Claudia Fontán (Lili) como la pareja “perfecta”, que depara los momentos más divertidos y ácidos de ésta comedia que analiza los encuentros y desencuentros de un amor de tantos años. Hay que transitar el camino, y ver si, finalmente, Ana y Marcos se dan una nueva oportunidad, o cada uno sigue por su lado. La química de una reluciente Mercedes Morán y del siempre eficaz Ricardo Darín traspasa la pantalla, y sin dudas, Vera supo rodearse, además de ellos, de un gran elenco. https://www.youtube.com/watch?v=kNvnuCT9Q9w
No es una película “de género”, pero El amor menos pensado va a generar muchísimo. Es una comedia romántica dramática sobre una pareja que se ama, se deja de amar y vaya a saber si vuelve a hacerlo. Al estilo de El mismo amor, la misma lluvia, de Juan José Campanella, el director al que Juan Vera, realizador de este chispeante filme, asistió como productor en varias de sus propuestas. Marcos (Ricardo Darín) y Ana (Mercedes Morán) conforman un matrimonio que lleva 25 años juntos. Su hijo se va a estudiar a España, y sea el nido vacío o el vacío que venían abriendo casi imperceptiblemente, ambos se dan cuenta en una charla más o menos espontánea que no tienen nada en común que los sostenga como pareja. No es que se peleen, o se lleven mal. Sencillamente la pasión habría comenzado a extinguirse, no saben cómo reaccionar ante ese agujero y deciden separarse. A partir de allí, cuando transcurrieron 40 de los 136 minutos que dura la película, el guión coescrito por el director y Daniel Cúparo (ya habían redactado el de Igualita a mí y Dos + dos) toma a los protagonistas en su “soltería”. Ambos son profesionales (él, profesor; ella trabaja en una empresa de marketing) y con más comedia que drama el filme los toma en sus desventuras amorosas. Sea por Tinder, Facebook o Instagram, las relaciones que van teniendo serán más o menos pintorescas (la de él con el personaje de Andrea Politti es quizá la más efectiva en el sentido humorístico). Es que Vera demuestra tener un muy buen timing, como Campanella, para dosificar humor y ternura en las situaciones que plantea. Y más allá de un rigor en lo estilístico -la película se ve, se luce muy bien- ese punch en los diálogos es un mérito que no es muy habitual en este tipo de cine en la Argentina. Construida, entonces, sobre un libro potente, eficaz, y logradas actuaciones, El amor menos pensado (que abrirá San Sebastián) trata sobre la pareja, la convivencia, la necesidad de sentirse acompañado, el amor y los amigos. Porque, como bien indica el manual de la buena comedia americana, los personajes secundarios están allí como soporte de los protagonistas, y habrá quienes se ganen más rápido la empatía del espectador (la pareja amiga que integran Luis Rubio -una revelación- y Claudia Fontán). Pero hay muchos, muchísimos roles de reparto encarnados por muy buenos actores. Andrea Pietra y Jean Pierre Noher son sólo dos. El debut de Juan Vera en la realización muestra que es un hombre que desde la producción y el guión entiende el llamado cine mainstream como pocos. Y es evidente que sería un desperdicio que no volviera a la dirección. Al margen, la cantidad de guiños que Vera pone aquí y allá son para entendidos o cinéfilos -en la fiesta de cumpleaños, por ejemplo; en las fotos; en la mención de apellidos-. Mercedes Morán está mucho más luminosa que en El Angel, y en un registro completamente distinto a varias de las películas en las que la veremos en breve, demostrando que tiene, también, un don para la comedia. Y Darín se luce en un rol casi bordado a su medida, que le da esa posibilidad de emocionar y hacer reír como hasta ahora tal vez sólo le había permitido Campanella.
La audacia es fundamental en la forma de mostrar las relaciones de pareja en una comedia romántica yEl amor menos pensado la tiene. No se trata de una audacia estética ni temática, sino la de permitirse hacer un reflexivo estudio sobre el amor, pero presentado con el trazo de la comedia romántica, que todo lo hace parecer fácil y ligero. La premisa de la ópera prima de Juan Vera es sencilla, pero nada de lo que les sucede a los personajes lo es. Marcos (Ricardo Darín) y Ana (Mercedes Morán) se encuentran al fin solos cuando su hijo se va a estudiar a España. El peso de 25 años de matrimonio lleva a la pareja a preguntarse si todavía están enamorados y pensar en la separación como una oportunidad de probar otras vidas. A partir de esta encrucijada, el director y guionista presenta al espectador un experimento sobre el amor maduro, que resulta divertido y cautivante. Esto sucede porque hay un cuidado extremo sobre lo más importante: los personajes: personas completas, cuya personalidad, ideología, características físicas y hasta preferencias culinarias afectan todo lo que hacen. Este desarrollo y el equilibrio entre ambas partes de la pareja tiene origen en un minucioso trabajo de guion, escrito por Vera y Daniel Cúparo, pero logra plasmarse con un nivel superlativo de detalle y realismo gracias al talento descomunal de Darín y Morán. A esta altura a nadie le sorprende que ofrezcan actuaciones impecables, pero es un placer ver cómo aprovechan, sustentados por la experiencia y dedicación, papeles donde el lucimiento está en la sutileza. El film está repleto de personajes secundarios que funcionan como distintas partes de las conciencias de los protagonistas y refuerzos humorísticos, que no caen en el cliché. Con 135 minutos de duración puede resultar larga, en especial en escenas con personajes secundarios, aunque se entiende la necesidad de desarrollar con profundidad el recorrido de la pareja protagónica. Al amor no se lo puede apurar, hay que esperarlo, como decían The Supremes (y Phil Collins).
Publicada en edición impresa.
La dupla Darin-Moran vuelve (después de Luna de Avellaneda) en este nuevo proyecto de Juan Vera, quien se aleja de la temática swinger luego de Dos más dos para adentrarse en el mundo de las parejas maduras, tema tan complejo como revisitado. El matrimonio compuesto por Marcos (Darin) y Ana (Moran) está atravesando un momento de turbulencia, su hijo se fue a estudiar a otro país y ellos tendrán que lidiar con el famoso problema del “nido vacío”. Es ahí cuando la monotonía se adentra de manera silenciosa en la pareja y los hace separarse para buscar nuevas experiencias que los alejen del tedio en el que vivían. Uno de los problemas con los que tropieza este filme no tiene nada que ver con su premisa o su realización, sino con el marketing. Tanto el póster como el trailer venden la película como una comedia romántica lisa y llana, pero esto ya queda descartado en los 5 minutos iniciales, cuando la narración nos introduce en el universo de un matrimonio común y corriente, que vive la cotidianeidad de una familia clase media y tiene problemas como cualquier otra. Los momentos cómicos se dan en cantidades, pero no siempre con la misma efectividad ni el mismo tenor. La narración siempre se mantiene hacia el costado del drama de pareja, tomándose todo el tiempo que necesita para contar cada una de las experiencias por las que atraviesan los protagonistas hasta llegar a la maduración afectiva que necesitan. Esto justifica las 2 horas de duración del metraje, que echa por tierra la idea de una comedia, pero se agradece enormemente visto y considerando la forma en que el director aprovechó cada minuto sin desperdiciarlo. Es justamente el guion lo que destaca por sobre todo lo demás, con una dirección actoral muy cuidada y prolija, donde los protagonistas se lucen y llevan la película exactamente al lugar que debe ir, sin caer en lugares comunes ni edulcorando situaciones innecesarias. Es todo una cuestión de buena química, que se nota que la hay y mucho. Mención especial para la fotografía que sorprende de manera increíble. Sólo basta con ver un plano partido al medio con los dos actores en escena, donde cada uno presenta un color distinto tan marcado de manera visual como narrativa. Cuidar los detalles hasta en los colores es otro síntoma de que la película está yendo hacia el lugar que busca y no tiene problemas en demostrar que quiere salir de los cánones habituales. En una cartelera donde las comedias argentinas últimamente no gozaban de buena salud, es muy grato y refrescante poder presenciar que hay filmes que salen del tono burdo y fácil al que todos se acostumbran, que busca contar una historia simple y tierna, desde el sentimiento y la franqueza para darle vida a una pequeña obra que toca una fibra íntima en el espectador. Un gran acierto de Juan Vera que no pasará desapercibido y lo tiene más que merecido.
La ópera prima de Juan Vera, "El amor menos pensado", es una mirada actual sobre la crisis conyugales con un imbatible as bajo la manga, su pareja protagónica. ¿Qué ventajas te da ser uno de los productores más grandes del cine actual cine argentino? Por ejemplo, contar en tu ópera prima como director con un equipo que más de un experimentado envidiaría. Vera viene precedido por su fama como productor estrella de Patagonik/Artear Cine. En su haber hay productos tan dispares y exitosos como "Dos más dos"," Igualita a mí", "Un paraíso para los malditos", "Abrígate", "Zama", o "Carancho"; entre muchísimas otras. Ahora, luego de tres guiones de su autoría (sin contar el de "El amor menos pensado" que co- escribe junto a Daniel Cúparo), decide pisar terreno en la dirección; y algo queda claro, tiene buen ojo para la popular. "El amor menos pensado" – título engañoso en el buen sentido, o de doble lectura – es una película de público amplio (aunque claramente su target es un sub veinticinco/treinta, mínimo), con figuras reconocidas, y una problemática universal, las crisis de parejas establecidas. Marcos y Ana son una pareja de muchos años con un hijo que decide irse a estudiar al extranjero. Ese primer sacudón, el del famoso síndrome del nido vacío; sumado a la crisis de los post cincuenta; y el desgaste de la rutina, comienza a hacer ruido en ese vínculo fuerte que mantienen. Hay un problema. Al momento de vender "El amor menos pensado", quizás decidieron contar mucho más de lo necesario, por lo que en afiches, trailers, y cualquier tipo de publicidad, ya sabemos algo del devenir de esta pareja. Diferente a los ritmos que maneja concretamente esta película, en la cual esos hechos, que parecen ser todo según la publicidad, recién ocurrirán casi llegando a la hora, o poco menos de la mitad de una película que trepa bastante más de dos horas de duración total. Marcos y Ana comienzan a cuestionarse lo que antes daban por hecho, y ven en sus amigos ejemplos de lo que podrían ser. También en sus padres, con modelos contrapuestos a los de sus amigos. Él es profesor de literatura latinoamericana en la universidad, ella trabaja en una empresa dedicada a las encuestas. Los avatares económicos no serán de esta partida. "El amor menos pensado" se ve lujosa, y si bien no hace grandes ostentaciones (por suerte no dirige Marcos Carnevale) , se entiende que el mundo en el que se mueve es el de ese costumbrismo de clase media acomodada, típico del cine de Pol-Ka (aunque este no sea exactamente el caso). Ellos se seducen desde las palabras, es indudable que se entiende, y que hay una conexión inquebrantable ¿Entonces de dónde viene esa crisis? Quizás de las influencias, quizás de los tiempos, quizás del propio deseo de romper, quizás del sobre análisis de los sentimientos. Más de dos horas para contar una historia de pareja decididamente es excesivo. En "El amor menos pensado", sobra bastante al principio, y sobra al final. El ritmo narrativo es fluctuante, y hasta es capaz de romper la cuarta pared para luego abandonarlo. Hay cosas que hacen ruido, y mucho de eso que nos lleva a decir “no lo analicemos, es una película, no es la realidad”. Sin embargo, si por algo el resultado final funciona, es por un dato crucial. Marcos es Ricardo Darín, y Ana es Mercedes Morán. Esta pareja, que ya probó suerte en "Luna de Avellaneda", vuelve a reencontrarse catorce años después, y es como si el tiempo no hubiese pasado. La química entre ellos es todo. No hace falta recordar que ambos son excelentes intérpretes y que, plus, poseen un carisma arrollador para lo popular. Sumémosle que es la vuelta de Darín a ese tipo de personajes queribles que construyó de la mano de Campanella (aunque más pseudo intelectual, menos barrial), luego de probar suerte en roles más ligados al suspenso, el drama, o el policial. Quizás veamos algo también de aquel ingeniero desbordado de "Relatos Salvajes", o sea, es un Darín Greatest Hits. Morán ya entró en la etapa de madura sexy casual, y ya se sabe que estas mujeres exitosas en lo profesional y superadas le salen muy bien. Ambos están en su salsa, y cuando se juntan, se disparan las chispas, y "El amor menos pensado" estalla. También hay un gran despliegue de secundarios, Andrea Politi a la cabeza como la comic relief más efectiva; Juan Minujín, Luis Rubio, Andrea Pietra, Claudia Fontán, Jean Pierre Noher, Claudia Lapacó, Norman Brisky, y hasta una breve pero portentosa aparición de Chico Novarro. Sobran los nombres y el talento. Juan Vera pisa siempre sobre seguro, sabe que está jugando con las mejores armas, y que su debut como director está destinado al éxito de público masivo. Trata un tema popular; se encarga de que haya comedia y drama, de generar empatía más allá de la clase social; de hacer que se vea correcto (aunque sin sobre salir en ningún momento); y explota la mejor de sus armas, el elenco. Así, sin riesgos, "El amor menos pensado" llega a buen puerto, aunque se sintió como un trayecto que pudo tomar algunos atajos y jugársela un poco más a superar la media.
¿Qué es realmente el amor? El Amor Menos Pensado (2018), ópera prima de Juan Vera, quien tiene una extensa carrera como productor de cine argentino e incluso dos obras como guionista, inicia su derrotero como director con esta comedia romántica. Si bien el film está dirigido especialmente a una edad media, cercana a la pareja protagónica de la ficción, es disfrutable para todo público adulto. El Amor Menos Pensado narra la historia de un matrimonio de aproximadamente veinte años, interpretado por los actores populares Ricardo Darín y Mercedes Morán, cuyo único hijo se va a estudiar a Europa. Este matrimonio, una pareja aparentemente perfecta, comienza a sentir un vacío que va más allá de su vástago. A partir de allí, el film indaga sobre varias cuestiones: en primer lugar, sobre el llamado síndrome del “nido vacío”, ya explorado -precisamente- en El Nido Vacío (2008), de Daniel Burman. Pero yendo un paso más allá y sabiendo leer entre líneas, se abren otras lecturas en relación a la mediana edad, la rutina matrimonial, los problemas de salud o más bien el deterioro de la misma, las crisis de pareja, el vínculo padres/ hijos y el anticonformismo, desmitificando con astucia la falta de sexo o deseo en la edad media y tercera edad. El relato comienza con la narración del personaje de Darín, Marcos, quien, mientras lee Moby-Dick en una biblioteca pública, mira a cámara y desencadena un flashback. Este inicio es quizás el punto más débil de la película, por ciertos gestos demasiado codificados para el espectador entrenado, en contraposición al resto del relato que está estructuralmente dentro de ese marco narrativo. En cuanto a la relación intertextual con el clásico de Herman Melville, Marcos es un profesor universitario de literatura y el relato comienza con un viaje, al igual que este matrimonio que a partir de su separación comenzará un recorrido de autoconocimiento en donde se aventuran hacia la experimentación, evidenciando que nunca es tarde. Así se sucederán nuevas relaciones tanto para Marcos como para su exesposa Ana (Morán), que incluyen encuentros fugaces y romances con personas más jóvenes y pares en edad o profesión. El Amor Menos Pensado incluye diálogos inteligentes, frases notables como por ejemplo “no hay nada más pornográfico que la felicidad”, y la exposición de diversos puntos de vista que representan la diversidad emocional de cada uno de los personajes, lo que genera inmediata identificación en cada espectador según sus circunstancias o empatía. Tanto Ana como Marcos son personajes nobles, seres pensantes y reflexivos, cuestionadores que evitan caer en el conformismo de lo cotidiano, aportando un hermoso mensaje de que nunca es tarde para experimentar, probar o correr riesgos. La segunda crítica, además del prólogo, que puede hacérsele al film radica en una contradicción, apenas un detalle sólo para los más analíticos, a nivel del guión: si el personaje de Marcos es un defensor de los valores latinoamericanos y de lo autóctono, ¿por qué educó a su hijo para que estudie en Europa y no en un país latinoamericano? Por otro lado, es cierto que el film muestra personajes genuinos y realistas, después de todo los seres humanos somos contradictorios. Además, aunque el desenlace es predecible, o más bien cumple las reglas del género y otorga al espectador promedio lo que espera, la película en su totalidad es entretenida. En conclusión, mediante un guión inteligente y buenas actuaciones de todo su elenco -entre las cuales se destaca una emotiva escena entre Marcos y quien representa a su padre (el siempre excelso Norman Briski), secuencia de una sabiduría y calidez enorme- El Amor Menos Pensado logra destacarse dentro del cine nacional, sobre todo en un género como la comedia romántica cuyas realizaciones argentinas suelen ser paupérrimas. El film realiza una indagación profunda sobre los vínculos de pareja, “las vueltas de la vida” y deja al público preguntándose, ¿qué es realmente el amor?
Alguna gente piensa demasiado en su relación de pareja y termina buscándole innecesariamente la quinta pata al gato, cuando no un tercero en discordia (o en concordia, hoy todo es posible). Pero a cierta altura del matrimonio, quizá no haga falta sentirse tan enamorados para vivir cómodamente juntos y disfrutar de la vida. O quizás haga falta enamorarse de nuevo. Esas y otras reflexiones sugiere esta eficaz comedia sentimental donde una pareja decide separarse de buenas maneras. Son gente grande, el hijo ya se fue, llevan 25 de casados y el futuro juntos les parece medio aburrido. Ella tira la chancleta y recupera la libido perdida, y él anda de pavote arriesgando caer en manos de mujeres más jóvenes, o más locas. Cada cual hace su experiencia, mira otras parejas ejemplares o no tanto, se reacomoda y, sin decirlo, saca sus conclusiones. Quien haya visto el trailer ya se imagina cómo termina la historia. Lo que no imagina es la deliciosa galería de personajes que componen Andrea Politti, Juan Minujin, Gabriel Corrado, Claudia Fontán, Luis Rubio (revelación de la obra), Jean-Pierre Noher, Andrea Pietra, los veteranos Norman Briski, Claudia Lapacó y Chico Novarro (¡el amor a los 82 años!), amén de Andrés Gil y Mariú Fernández, todos rodeando ese dúo admirable compuesto por Ricardo Darín y Mercedes Morán, que no veíamos juntos en cine desde "Luna de Avellaneda" -y vuelven a besarse con similar entusiasmo. Un poco larga, la película, es cierto. Pero entretenida, con recursos originales e intérpretes valiosos. Guión de Juan Vera y Daniel Cúparo, los mismos de "2 + 2" e "Igualita a mí". Coproducción de Darín & Hijo y Vera, entre otros. Dirección, el mismo Vera, que al fin se anima a dirigir: hace casi 30 años que viene luciéndose como productor. Grandes piezas de Polka, y también de Campanella, Trapero, Lecchi, Sorín, Alejandro Montiel, incluso Lucrecia Martel, lo tienen como el héroe anónimo detrás de las cámaras. Ahora ya trasciende un poco. El 21 de setiembre, "El amor menos pensado" abrirá oficialmente el 66° Festival de Cine de San Sebastián, nada menos.
Cuando queda un espacio vacío... Con una metódica tarea en varios rubros del mundo cinematográfico, sobre todo en la producción, Juan Vera hace su debut como director en “El amor menos pensado”, con un guión que también le pertenece y es eficaz en contenido, situaciones y climas. Dicha historia está centrada en el día después de la partida del hijo adolescente de Marcos y Ana hacia España. Para el matrimonio, fundamentalmente para la madre, la nueva experiencia del "nido vacío" empezará a sentirse fuerte a medida que pasan los días. Así comienza un camino de angustia, desazón y tristeza. Así dadas las cosas, la pareja comenzará a sentir dudas existenciales en su vínculo, como se señalaba antes: un abatimiento general, oportunidad en el que aflorarán los replanteos y que motivarán, en consecuencia, aquella pregunta que se encuentra rondando sus mentes y que devendrá en la inevitable inquietud: “¿estamos enamorados?”. Evidentemente que la respuesta es “no”, lo que pone en jaque una y otra vez, aquel sentimiento pilar. En consecuencia, Marcos y Ana deciden encarar una nueva etapa de sus vidas, dándole vuelta la página a su relación, y encarando sus universos desde cero, con todo lo que eso implica para una pareja de alrededor de 50 años cada uno. Tanto él como ella darán el puntapié inicial, como lo habían hecho en sus años mozos, en la aventura de conocer nueva gente, pero esta vez con nuevos códigos de relaciones, soportes virtuales, aplicaciones ultramodernas y que los encuentra a ambos descolocados y a mitad de camino. Esas nuevas experiencias generarán episodios en donde el humor, el perfil bizarro, contradictorio y sorpresivo del vínculo humano volverá a replantear a los protagonistas que “no todo tiempo pasado fue peor” y en definitiva, la relación de pareja y la convivencia forman parte de una cajita de cristal tan frágil, tan suave y tan delicada que es necesario tratarla con sumo cuidado y guantes de seda para que no se hiera, no se raye, no se debilite y menos aún, se rompa. Marcos y Ana comprenderán dicha circunstancia y serán conscientes que tamaña empresa, como para cualquier hijo de vecino, requiere de tolerancia, equilibrio y por sobre todo, de mucho afecto. Ricardo Darín y Mercedes Morán componen con mucho sentimiento, pulso firme y con una pátina de humor, decididamente bella, a una pareja en discordancia afectiva pero que pide a gritos, como lo puede pedir cualquier mortal sobre esta tierra, una segunda oportunidad. Para resaltar, también, como verdaderas perlitas, las labores interpretativas de reparto a cargo de Luis Rubio, Claudia Lapacó, Andrea Politti, Jean Pierre Noher, Claudia Fontán, Andrea Pietra, Norman Brisky, Gabriel Corrado y Chico Novarro, en inolvidables secuencias de ternura y comicidad. Por otra parte, también auspicioso el debut de Darín como productor a través de un vehículo tan arraigado en la historia del cine argentino como lo es la comedia romántica y en la que aquellos grandes intérpretes de la talla de Roberto Airaldi, Osvaldo Miranda, Aída Luz y Amelia Bence, entre otras figuras, marcaron tendencia y singular huella.
Posiblemente lo mejor del filme se encuentre en el titulo, esto surge luego de haberlo visto, claro, la relectura que se permite hacer a si mismo es lo que accede seguir pensando en el texto luego de salir de la sala. La narración es un gran racconto, y nuestro narrador es Marcos (Ricardo Darín), el nos va a llevar a la vida en común con Ana (Mercedes Morán) luego de la partida del hijo de ambos a estudiar a España. Casados hace más de 25 años, el proyecto que tenían en común, sin saber que de eso se trataba, acaba de tomarse un avión, se plantea entre ellos lo que fue dado en llamar actualmente “síndrome del nido vacío”. Ambos entran en una crisis personal, ¿Quién, ese extraño? ¿Qué me mantiene unido a esta persona? El hijo a la distancia ya no funciona como pegamento. Temas y planteos que los lleva a separarse. No hay un conflicto definido, no hay infidelidades, ni terceros en discordia, ni violencia familiar, todo encuadrado dentro de una pareja de clase media alta argentina, bastante más ficcional que realista, La vida de “nuevos solteros” los magnetiza y se transforma en algo excitante que parecía haberse perdido, olvidado o nunca vivido, al principio, claro, pero no todo lo que brilla es oro, la monotonía se hace carne de ella una y otra vez, el galanteo se torna pesadilla para él. En medio de este recorrido nos emparentan con las historias de otras parejas del mismo grupo etario, en situaciones similares en tanto vivencias, pero con otros elementos, mas cercanos a lo visto una y mil veces. Asimismo, y con buen criterio, como para darle el tono de comedia romántica a la que permanentemente quiere adscribirse, se entrelazan escenas y secuencias sacadas del registro general del filme que mueven a la comicidad que distiende. El problema principal de esta realización es que tarda en arrancar, se hace muy largo ese principio en que todo se hace evidente y se prolongan los minutos sin otorgar nueva información, por lo que el punto de quiebre del relato, ese que debe disparar el conflicto, llega casi a destiempo. Lo mismo sucede al intentar cerrar la narración, no así la historia, recordamos que desde la estructura estamos frente a un gran flashback (uso el termino en inglés para no repetir el del principio), cuando todo se encamina hacia el ultimo giro el relato se vuelve más moroso que intricado. Produce la misma sensación de minutos que le sobran. En los rubros técnicos la producción se presenta como irreprochable, desde el diseño de sonido, pasando por la banda de sonido, o la dirección de arte y la fotografía, que cumplen su cometido. En tanto el rubro actuación, el personaje de Marcos parece haber sido escrito particularmente para Ricardo Darin, es sabido que el actor argentino nunca deja de ser él, pero siempre hace creíbles sus personajes, como si no estuviese actuando, ese es su don. En cambio a Mercedes Moran por momento parecería ser que ella misma no se cree el personaje, o como si lo sintiera incomodo, con situación que rescata a partir de su oficio. En síntesis, un filme que se presenta como algo diferente que, sin caer el los lugares comunes del genero, termina cuando finaliza, por no ser exactamente lo que propone.
Enamorándome de mi Ex Marcos y Ana son una pareja que lleva 25 años de casados. Cuando su hijo se va a estudiar a España y se quedan solos, la monótona rutina del día a día los agota a un extremo donde reevaluan sus sentimientos y deciden separarse. A partir de aquí la película mostrará cómo es la vida de cada uno después de la separación, con tropiezos, aciertos y, por qué no, la reflexión de todo lo vivido. En materia guion, sería errado vender a El Amor Menos Pensado como una comedia pura (aunque tiene momentos desopilantes), pero también lo sería venderla como un drama puro (aunque tiene momentos conflictivos). Estamos hablando de una narración con la suficiente inteligencia y sensibilidad para saber cuál de los dos géneros es el que más conviene para ayudar a que la historia siga adelante. No hay un solo momento de falsedad en esta historia. Esa honestidad se plasma claramente en los diálogos de El Amor Menos Pensado. Naturales y cotidianos. Palabras y reflexiones que hemos escuchado mil veces de amigos, compañeros, familiares. En la realidad, nunca en la pantalla. Es una historia que propone a la separación como una solución y no como un problema. Acá no hay discusiones, gritos, peleas o infidelidades. Solo una pareja que se descubrió caída en la monotonía y decidió hacer algo al respecto. Esta es una historia que no propone al amor como una melosa perorata digna de una telenovela, sino algo que se expresa con acciones; que se siente, no que se dice. No importa la cantidad de tiempo, si esa relación es fuerte las palabras sobran, son hasta incluso inútiles. Precisamente en el detalle del tiempo nos tenemos que detener, porque este es un gran ejercicio de paciencia a la hora de contar una historia. Hay quienes dirán que 135 minutos es demasiado tiempo para una película de esta naturaleza, y sin embargo la extensión es crucial para que el film pueda establecer su punto. Si vas a proponer a la separación como una solución y no como un problema, el paso del tiempo se vuelve un recurso fundamental, pero no tanto en cuanto a sentirlo denso, sino en que el espectador sienta el paso de los años y con ellos sienta la evolución de los personajes, con aprendizajes y equivocaciones. Priorizar esto sin claudicar nunca ante un poder de síntesis tan exigido como tentador, es un curso de acción tan arriesgado como inteligente que habla muy bien de los guionistas de este film. En materia actoral, la película es sostenida con incuestionable solvencia por el dúo conformado por Ricardo Darín y Mercedes Morán. No solo son inmensamente creíbles como un matrimonio de años, sino que consiguen brillar también en las escenas que no los encuentran juntos. El reparto de secundarios tampoco se queda atrás, ya sea para una aparición breve (las citas con Gabriel Corrado y Andrea Politti) como para las que se sostienen durante toda una secuencia (la vida en pareja con Jean Pierre Noher y Andrea Pietra), así como quienes destacan interpretando a amigos de los protagonistas (Claudia Fontan y Luis Rubio) En materia técnica, la labor de dirección de arte acierta al darle a cada personaje y sus entornos un color característico: específicamente el rojo para el personaje de Morán y azul para el de Darín. Una elección no solo de color, sino de intensidad del mismo, saturado o claro dependiendo cuán avanzados se encuentren los personajes dentro de la historia. La labor de fotografía es notable, en particular la escena donde se produce la separación que da inicio al conflicto principal. El clima que saben crear con las sombras y solo lo indispensable de luz es algo que no se puede despreciar. Un ejemplo de la pericia técnica puesta al servicio de la historia.
Un tema poco usual en el cine en general: el tema del amor entre adultos, que han vivido juntos una vida, criado a un hijo y cuando se experimenta el “nido vacío” surgen preguntas en apariencia inocentes que concluyen en decisiones inesperadas. En este caso un hijo que se va al exterior a estudiar y sus padres, profesionales exitosos y cancheros que al poco tiempo se separan para iniciar con mucha ironía ” el apasionante camino los divorciados”. De eso va el film, de seguir el derrotero divertido, sorpresivo, angustiante y de descubrimiento de nuevas conquistas con todos sus lugares comunes e innovaciones. El guión del director y Daniel Cúparo fue filmado por Juan Vera en escenas continuas, con pocos cortes, con mucho lucimiento de los actores en un desfile de éxitos y fracasos, sonrisas y dramatismos que encontrarán una fácil identificación para el público, y para cinéfilos no pocos homenajes. La química de la pareja protagónica es perfecta. Y tienen gran lucimiento Andrea Politti, Andrea Pietra, Claudia Fontan, Juan Minujín, Claudia Lapacó. Quizás por eso, por escenas de buenos climas y actores que se lucen ha sido difícil pulir, cortar. La película peca por larga. Pero también es justo decir que nunca aburre, que mantiene el interés, que no defraudará a aquellos fieles seguidores que puntualmente van a ver una película de Darin. Aquí el se luce con su enorme seducción, la construcción a partir de pequeños detalles, del “timming” perfecto.
De la zona de confort al salto al vacío Hay en la comedia de Vera una fluidez, una elegancia y un filo en los diálogos absolutamente inusuales para el estándar nacional. Y un elenco en el que todos lucen sueltos, empezando por Darín y Morán. Hay dos clases de comedias. Están aquellas –la mayoría– que trabajan sobre la suposición de que la comedia es un género con un canon de hierro, una caja de herramientas que permite armar, como un Rasti, una nueva comedia igual a su modelo. Están las otras, las menos, cuyos realizadores han adivinado que la comedia no es un género sino un modo de mirar. A través de ella sus guionistas y realizadores, que suelen ser la misma persona, ven el mundo y ven su mundo. Estas son siempre comedias en primera persona, en las que el autor habla de sí mismo a través de otros, en lenguaje comedia. A un corpus privilegiado en el que cabría mencionar los nombres de Billy Wilder, Carlos Schlieper, Woody Allen, Judd Apatow y Daniel Burman (privilegiado en tanto en él la singularidad de la primera persona subvierte la impersonalidad genérica) se añade El amor menos pensado, ópera prima del productor Juan Vera, en la que Ricardo Darín y Mercedes Morán componen a una pareja de su edad. La edad de Vera. En términos genéricos debería inscribirse a El amor menos pensado dentro de una serie de comedias clásicas de Hollywood, de los años 30 y 40, a las que el estudioso Stanley Cavell llamó “comedias de rematrimonio”. En ellas (entre otras La pícara puritana, 1937; ¿Qué sabes tú de amor?, 1942; La costilla de Adán, 1949) un matrimonio experimentaba una crisis, se separaba, probaba con otras parejas y terminaba reuniéndose. Los protagonistas de aquellas películas no tenían apremios económicos. Tampoco los tienen Marcos (Ricardo Darín, con todas las canas y toda la barba) y Ana (una Mercedes Morán algo más rubiona que lo habitual). Marcos es profesor de literatura y está bastante harto de serlo. Ana trabaja en marketing, pero no se la cree del todo. Tienen un hijo, Lucio, que se va al exterior con una beca durante medio año. Como suele suceder, Marcos lo extraña y a Ana se le parte el alma. Nido vacío: angustia de Ana, sensación de vacío, depresión, replanteo y en medio de eso, de pronto, ella y Marcos, que parecerían tal para cual, descubren que ya no se aman. Escrita por Vera a cuatro manos con Daniel Cúparo, en El amor menos pensado –que según acaba de conocerse tendrá a su cargo la inauguración de la próxima edición del Festival de San Sebastián– todo está construido primorosamente. El interior del amplio departamento de los protagonistas “habla”, como debe ser. Una espada colgada en la pared tal vez sea una representación de lo masculino, tal vez del lugar que Marcos ocupa en la pareja o quizá de la ligazón entre ambos, más fuerte que cualquier intento de arrancarla. Antes que personajes con sus particularidades, los protagonistas funcionan como arquetipos. Arquetipos de una cierta clase media porteña, ilustrada, viajada, bien instalada, con un gusto lo suficientemente cultivado como para discutir las diferencias entre las empanadas salteñas y las tucumanas, o si corresponde que una empanada sea caprese o no. Alrededor de ellos, personajes que son un poco como ellos y a la vez funcionan como espejos que los reflejan o refractan. El mejor amigo de Marcos, Edi (el humorista Luis Rubio, excelente) tiene una bella esposa psicóloga (Claudia Fontán) a la que engaña con una amante desde hace años. Algo que ella también hizo y que Marcos jamás haría. Cuando Marcos y Ana se hayan separado y prueben con otrxs candidatxs, oscilarán entre las zonas de confort y la tentación del salto al vacío, tan propia del género. La opción más razonable está representada por Anselmo, jefe de Ana (magnífico Jean Pierre Noher), un tipo totalmente a contrapierna del estereotipo, y Celia, alumna de Marcos, que está lejos de la típica alumna encantada (Andrea Pietra). La más loca, una cita de Marcos por Tinder (espectacular Andrea Politti) y un vendedor de perfumes eróticos (Juan Minujín, confirmando por enésima vez su notable timing para la comedia). Ambos dan lugar a escenas que en 9 de 10 comedias argentinas caerían en un grotesco de vergüenza ajena, y que aquí son excéntricas y tiernas a la vez. Amigos y parientes, indica el canon genérico: a Claudia Lapacó como mamá de Ana y Norman Briski como el de Marcos, se les obsequian sendas escenas muy graciosas (algo neurótica la de Briski). Hay en El amor menos pensado una fluidez, una elegancia, un timing y un pulimento de los diálogos absolutamente inusuales para el estándar nacional. Además de un elenco en el que todos lucen sueltos. Darín y Morán, excelentes ambos, no necesariamente tocan su cuerda más frecuente. Sobre todo Morán, a quien antes de El amor menos pensado hubiera sido difícil imaginar tan entregada como con los exóticos perfumes de Minujín. El amor menos pensado tiene, sí, un problemita: su duración, no sólo excesiva para el canon-comedia (135 minutos), sino que ese exceso se siente. Ganas de decir muchas cosas, seguramente. Falta de distancia con una película quizá veladamente confesional, tal vez. O una suerte de bandera verde bajada por las comedias de Apatow, que duran esto y más. Aunque en ese caso no se siente.
La trama nos introduce en los conflictos conyugales cuando después de varios años de convivencia, el nido queda vacío, ya que su hijo Luciano (Andrés Gil) de 20 años decide irse a estudiar a España. A partir de esta situación aparece la falta de deseo, el fuego entre ellos terminó, ya no se encuentran motivados, surgen una serie de interrogantes, deciden separarse y vivir otras experiencias. El film tiene muy buenos diálogos, referencias a la literatura, actuaciones que se destacan más que otras pero sin lugar a duda la de Moran y Darin es la que sobresale, tienen muy buena química, hablan a cámara, son excelentes y traspasan la pantalla. Viven una serie de situaciones entre divertidas y emocionantes. A la vez, Ellos tienen una pareja de amigos interpretada por Luis Rubio y Claudia Fontán quienes viven una sucesión de mentiras y secretos, por otra parte están las que viven las personas de tercera edad interpretadas por Norman Briski que es el papá de Marcos (Darín) y Claudia Lapacó, como la madre de Ana (Morán). Los protagonistas viven un gran itinerario amoroso, con situaciones ingeniosas, alocadas y divertidas. Por un lado Marcos tiene una cita con una psicóloga Marcela (Andrea Politti) y en el caso de Ana (Morán) conoce a un exótico vendedor de perfumes (Juan Minujín) y continúan conociendo una serie de personajes compuestos por: Andrea Pietra, Gabriel Corrado y Jean Pierre Noher, entre otros. Aquí el guionista argentino Juan Vera debuta como director, en esta cálida comedia romántica tiene muchos elementos que va a satisfacer a quienes la elijan (a pesar que le sobran unos 20 minutos o más), logra interesantes climas y algunos espectadores hasta puedan sentirse identificados, además te puede llevar a la reflexión.
La película dirigida y escrita por Juan Vera reúne a Mercedes Morán y Ricardo Darín para narrar la historia de un matrimonio que decide separarse tras veinticinco años juntos. El amor menos pensado comienza con su protagonista (Ricardo Darín) rompiendo la cuarta pared en la Biblioteca Mariano Moreno. Hablando de Moby Dick y de esa necesidad de lanzarse al mar que, en algún momento, a todos nos llega. Allí, la película promete aprovechar un recurso que no siempre funciona pero que no deja de ser válido. Y sin embargo eso no sucede. Hay alguna incursión algo caprichosa de su contraparte (Mercedes Morán) hablándole también a la cámara en cierto momento, pero sólo una vez y parecería de manera azarosa. En lugar de imprimirle un aire documental o de permitir un mayor acercamiento a los personajes, la ruptura de la cuarta pared acá simplemente sobra, hace ruido, molesta. “Para escribir hay que ir a los bifes. Para vivir también”, enseña en sus clases el personaje de Ricardo Darín. A la larga lo mismo que enseña Hebe Uhart a través de Liliana Villanueva: “Todo lo que sirve para la literatura, sirve también para la vida”. No obstante, más allá de algunas referencias literarias no hay un gran aprovechamiento de la literatura como metáfora, algo que parece insinuarse cuando el film empieza. Así, la película termina desaprovechando casi todo aquello de lo que utiliza como procedimiento o tema. Marcos y Ana son un matrimonio que ya llevan veinticinco años de casados. Entre ellos existe cierta complicidad que les permite reírse juntos y poder hablar de una amplia gama de cuestiones. Sin embargo cuando su hijo viaja a estudiar al exterior y el nido queda vacío, se reencuentran solos y se dan cuenta de que entre ellos hay de todo pero no hay amor. ¿Es ésa una razón válida para separarse? Y de repente, sin una aparente razón para sus círculos de amistades, deciden intentar seguir cada uno por su lado. Pasa un buen rato hasta que sucede aquello que ya sabemos que vinimos a ver: la separación. Y a partir de ese momento, Juan Vera sigue a sus personajes probando e intentando nuevas relaciones. Hay algo interesante en el tema de volver al ruedo después de cierta edad, de los mecanismos para la conquista, de cómo se empieza una nueva relación en esta etapa. Allí, Vera consigue resultados desparejos y, sin dudas, funciona mejor cuando se pone un poco más serio. Esto se puede ver con dos ejemplos en medio del desfile de participaciones especiales: la de Juan Minujín resulta ridícula y no aporta demasiado y Andrea Pietra aparece para darle un poco más de entidad a la trama con una mujer que llegó a la adultez siempre sabiendo qué quería. La película se va sucediendo, el tiempo va pasando, ellos se van reencontrando en el medio, entre incipientes relaciones y nuevas separaciones. Alrededor de ellos sucede un poco lo mismo con una pareja amiga y allí Vera introduce el tema de la infidelidad. La cuestión de la duración de la película no es un tema menor. Porque las más de dos horas y cuarto que dura comienzan a sentirse y mucho, sobre todo en el último tercio cuando amenaza varias veces con terminar antes de hacerlo finalmente. Es probable que la razón principal se deba a que Vera quiere abarcar demasiados temas en su película y no sabe hacerlo de manera concisa y redonda. Quiere abarcar casi todos los tipos de relaciones (heterosexuales) posibles, si no lo hace a través de sus personajes, lo intenta a través de los secundarios, incluido el hijo de sus protagonistas. Pero no sólo de amor y relaciones se vive, sino que también se hacen pinceladas sobre el paso del tiempo (divertida escena de reunión entre ex compañeros), los roles padres e hijos (linda y amable participación de Norman Briski), y la necesidad de volar y también la de no cortar alas (la historia con el hijo y un proyecto que no es el que ellos tenían pensado para él). Algo que no se puede negar es la química que existe entre ambos protagonistas (y que también suele verse con el resto de los actores secundarios). Entre Morán y Darín se siente esa idea de complicidad que pretenden retratar con sólo verlos juntos, conversando, comiendo empanadas o bailando después de unas copas de vino.
“El amor menos pensado”, de Juan Vera Por Jorge Bernárdez - 1 agosto, 2018 Compartir Facebook Twitter Ana y Marcos (Mercedes Morán y Ricardo Darín) llevan más de veinte años juntos y cuando empieza la película, se encuentran despidiendo a Luciano, el hijo de ambos, que se va a estudiar a España. La pareja se enfrenta a partir de ese momento con algo que la psicología cataloga como “síndrome del nido vacío”: Marcos, que es profesor de literatura, le dice en un momento a su esposa que sabían que después de veinte años dedicados al armado al sostenimiento de la familia y la crianza del hijo, este momento no iba a ser fácil. Ana trabaja en marketing realizando encuestas le dice frente a esa realidad que no hay problema, que ya se le va a pasar. Lejos de superar el trance, el día a día de la pareja se vuelve moroso, repetitivo y claramente ninguno encuentra una zanahoria que lo incentive. Un domingo al atardecer, horario nefasto para todo ser humano, se ponen a hablar de lo que les pasa y una cosa lleva a la otra -todos sabemos que esa clase de charlas terminan con una terapia de pareja y finalmente en la separación- y Ana y Marcos llegan a la conclusión de que ya no están enamorados y que no tiene mucho sentido seguir atados. “Así fue como decidimos separarnos, de común acuerdo y sin conflictos”, le dice Ana a su amiga Lili (Claudia Fontán) y Marcos también enuncia casi la misma frase cuando tiene que explicarle a su mejor amigo y esposo de Lili la situación. El amor menos pensado es lo que se llama una comedia de “re-matrimonio” que se toma la libertad de violar casi todas la características del genero, excepto que la pareja central cumpla su cometido. Juan Vera, director debutante pero productor de larga trayectoria, se aseguró desde el casting que el público se sintiera atraído hacia los personajes principales, así que de entrada la película tiene ganado el favor de quienes se sienten en la butaca para ver a esa pareja separarse y cada uno de los integrantes meterse de nuevo en el “mercado del usado” como pueden y con su estilo. A partir de ese momento, el de la separación, cobra vida y cada encuentro de Ana y Marcos con gente nueva deja momentos hilarantes y experiencias a cada uno de ellos. Morán y Darín son un dúo que funciona de maravillas y se nota el trabajo de ensayo previo en que todo se mueve alrededor de esa pareja, cuando están juntos tiene el timing justo de la comedia que como género exige mucho ritmo y que los diálogos sean interesantes. Todo lo que pasa alrededor de la pareja central funciona muy bien, desde Luis Rubio que es el amigo del personaje de Darin hasta Claudia Lapacó, la madre de ochenta años de Ana, pasando por Andrea Politti y Jean Pierre Noher, hasta llegar al personaje de Juan Minujín y a Norman Brisky que hace de padre de Marcos. Hay sin embargo cierta morosidad con la que arranca la película que quizás no sea la ideal y que se buscó seguramente adrede, para no caer en esa cosa del ritmo con el que la comedia americana ha acostumbrado a todos y que le impone a la película un rasgo particular pero que hace que sus 135 minutos se sientan en cierto momento de deriva en las historias de cada uno. Pero el resultado final es satisfactorio y seguramente muchos espectadores se irán del cine con la sensación de que Ana y Marcos encuentraron lo que buscaban cuando una tarde domingo una charla los llevó a pensar que ya no valía la pena estar juntos. EL AMOR MENOS PENSADO El amor menos pensado (Argentina/2018). Dirección: Juan Vera. Intérpretes: Ricardo Darín, Mercedes Morán, Claudia Fontán, Luis Rubio, Andrea Pietra, Jean Pierre Noher, Claudia Lapacó, Chico Novarro, Gabriel Corrado, Andrea Politti, Andrés Gil, Mariú Fernández, Norman Briski y Juan Minujín. Guión: Juan Vera y Daniel Cúparo. Fotografía: Rodrigo Pulpeiro. Música: Iván Wyszogrod. Edición: Pablo Barbieri. Dirección de arte: Mercedes Alfonsín. Sonido: José Luis Díaz. Distribuidora: Buena Vista International. Duración: 136 minutos.
Madurez es la palabra que define a la ópera prima del productor Juan Vera. No porque los protagonistas sean una pareja “madura”, o no solamente. El pensamiento cinematográfico del director es maduro y dota al filme de una serenidad bien conectada con esa supuesta crisis matrimonial: escenas parsimoniosas, montaje prudente, elipsis naturales, diseño sonoro girando en torno a la voz humana, actuaciones comprometidas. El amor menos pensado podría haber sido una película muy distinta a la que decidió ser. Un matrimonio con 25 años decide separarse cuando su único hijo se va a estudiar al extranjero. No hay infidelidad ni nada extravagante: simplemente se separan y retoman el vértigo de la soltería. Aquí están dados los ingredientes para una comedia costumbrista, y pese a que al filme le brotan algunos gags, su perfume es existencialista, cercano al cine de Linklater. Vera no le teme al reposo ni a la puesta en escena ordinaria: los diálogos avanzan con un realismo conmovedor valiéndose de un lenguaje básico: elocuente plano establecimiento con sistemáticos primero planos. Hay que entender el momento de cada plano, y si algo domina notablemente Vera es la temporalidad, tanto física (el instante de la imagen) como metafísica (el orden de la emoción). La construcción psicológica será paulatina, hecha con detalles y no con mañas de manual freudiano. Quizás por eso sorprenda que Vera caiga en la tentación de insertar una que otra escena rimbombante, pero la humanidad de la pareja acaba siendo tan contundente que barre las imperfecciones del relato. Estamos ante una obra atípica, capaz de reformular sus preguntas sin encontrar una respuesta de clausura: ¿por qué separarse?, se cuestionan. Si no lo saben es porque el problema jamás estuvo en ellos, sino en la institución familiar y en esa tiranía del amor hasta que la muerte los separe.
“El Amor Menos Pensado” es la ópera prima de Juan Vera, que además de haberla dirigido también la escribió. El largometraje es una comedia romántica de corte clásico, de esas que no suelen abundar en el cine nacional, y es quizás por esta razón que funciona. La cinta mantiene el estilo de “El Mismo Amor la Misma Lluvia” (1999) de Juan José Campanella, pero ahonda más en las cuestiones relacionadas al enamoramiento y desenamoramiento de un matrimonio de varios años de convivencia. La historia se beneficia y nutre por tener un tema poco tratado en nuestra cinematografía y el haber contado con un guion bastante perspicaz que busca reflexionar sobre el amor y las relaciones de pareja después de un longevo matrimonio. La trama de la película es bastante sencilla y la complejidad del relato pasará por las situaciones que rodean a los personajes, al igual que sus profundas inquietudes afectivas y psicológicas. El film narra la historia de Marcos (Ricardo Darín) y Ana (Mercedes Morán), que llevan casados más de 25 años, y comienzan a padecer una crisis existencial y matrimonial cuando su hijo se va a estudiar a España. Ante ese silencio en el que se ve sumergido el hogar que habita esta pareja que empieza a padecer el llamado síndrome de “nido vacío”, surgen los interrogantes de qué pasó con el amor, la pasión y otras yerbas que parecen haber desaparecido hace tiempo para dar paso a un estancamiento emocional y marital. Es así, como Ana y Marcos deciden separarse en buenos términos y dar comienzo a una nueva etapa que les parece excitante. Los personajes de Darín y Moran conforman a dos individuos pensantes, reflexivos y astutos que se ven oprimidos por una aparente monotonía. No quieren caer en el conformismo ni ir en contra de los ideales que les resultaban tan atractivos de la otra persona. Es por ello, que se separan e inician varias secuencias donde van probando con diversas parejas. El largometraje funciona al retratar lo contradictorio y paradójico del accionar del ser humano, hechos que se ven representados en los momentos en que cada parte busca encontrar ciertos detalles que les gustaba de su antigua pareja en la nueva. Lo más interesante y atractivo del film tiene que ver con las logradas actuaciones de la pareja protagónica, al igual que de un atractivo grupo de personajes secundarios compuestos por Luis Rubio y Claudia Fontán, como la pareja amiga de los protagonistas, y muchos otros más entre los que se destacan Andrea Pietra, Jean Pierre Noher, Claudia Lapacó. Por otro lado, la puesta en escena y un libreto bastante ajustado, ayudado por diálogos inteligentes, elevan a este relato por sobre la media de esta propuesta tan poco usual por estas latitudes. Es difícil dictaminar y/o definir un tema tan abstracto como el amor, y eso se ve muy bien plasmado en la obra de Juan Vera. Si bien la película puede llegar a sentirse un poco extensa y tiene algunos detalles narrativos que no terminan de convencer (el hecho de usar supuestamente dos líneas temporales, escuchando la historia de Darin pero que no va yendo y viniendo tanto como para reafirmar el recurso), dichos pormenores no logran opacar un producto redondo en términos interpretativos y reflexivos. “El Amor Menos Pensado” resulta ser una grata sorpresa dentro del cine nacional. Un relato de aquellos que buscan ofrecer un poco más que un mero entretenimiento pasatista. Una indagación sobre los vínculos de pareja que se vio beneficiada por un guion sagaz y una dirección inspirada.
¿De qué está hecho el amor? Marcos (Darín) y Ana (Morán) se encuentran al fin solos cuando su hijo se va a estudiar a España. Llevan casados 25 años. Ana se pregunta: qué hay después de esto. ¿Esperar un nieto? Y algo más: ¿Están enamorados o están acostumbrados? Las ganas de explorar otras cosas los llevará a separarse. Y a partir de allí, los dos (lo bueno del guión es que están muy equilibrados los roles, hasta en las dudas) buscarán saber qué hay más allá de este vínculo seguro y afirmado que al parecer necesita otro aire. Fluida, elegante, sensible y con muy buenos momentos, “El amor menos pensado” es una comedia romántica que no teme internarse en otros géneros para hablar de lo de siempre, del amor y las múltiples puertitas que va abriendo y cerrando. La película juega limpio. Aunque Marcos y Ana son al fin los reflejos de un vínculo que nunca se define (ni siquiera en la despedida o en el reencuentro) lo que vale subrayar es que los otros personajes –creíbles, interesantes- van encontrando también un buen lugar en el relato. El film está organizado casi como una pieza teatral con pocos exteriores, mucho diálogo, escenas con solo dos personajes discutiendo. Y apela a pequeñas secuencias que apuntan al humor (impecable Andrea Politti), a la ternura y a la nostalgia. Hay secuencias simpáticas, reveladoras, tiernas chispeantes (Luis Rubio junto a una furiosa Claudia Fontán) que valen por sí mismas y proyectan alguna luz sobre unos protagonistas que buscan con más ganas que certezas. ¿Es fácil volver a amar lo mismo? El sexo no basta (aunque la terapeuta Fontán diga lo contrario), la novedad no es suficiente, el amor nos muestra distintas maneras de necesitarse y el film deja rastros sobre la necesidad de reírse, entenderse y aceptarse. Idas vueltas, ilusiones y decepciones, nostalgia y dudas rondan las andanzas de una pareja que no sabe lo que quiere pero ahora sabe lo que no quiere. Hay buen gusto, no decae y tiene detalles sutiles. No teme ir en busca de alguna sonrisa en medio de una escena dramática. Y tiene dos grandes actores, aunque Darín siempre saca ventaja por la expresividad de sus mínimos gestos. Es larga, pero no necesita ni golpes de efecto ni personajes al borde traído para sostener el interés. Una comedia romántica que hace la diferencia, que sabe divertir y emocionar y que se disfruta de punta a punta.
Si hay algo que amo más que a la experiencia de ver una película (sea cual sea), es ver una que me acompañe luego de haber salido del cine. Una que se quede conmigo por mucho tiempo y, tal vez, para siempre. El amor menos pensado es uno de esos films. La sensación de satisfacción y plenitud que invade a aquel que conecta con la historia, es alucinante. Juan Vera es uno de los grandes productores de cine argentino. Cuanta en su haber con películas tales como Un novio para mi mujer (2008), Elefante blanco (2012), Corazón de león (2013), solo por nombrar algunas, pero este es su debut como director. Con claras influencias y homenajes hacia Rob Reiner, y sus obras maestras Cuando Harry conoció a Sally (1989) y The Story of us (1999), Vera crea una historia más que cercana, pasional y, por sobre todas las cosas, romántica, pero en un gran amplio sentido de la palabra. La película es bien sincera. Busca serlo. Busca que los espectadores conecten con los personajes. Y estoy seguro de que todas las parejas ya entradas en años y con “el nido vacío” lo harán. Ricardo Darín y Mercedes Morán conforman una dupla formidable. Es un duelo actoral constante, tanto en sus escenas juntos como por separado. Son los pequeños gestos, las miradas cómplices, los chistes y los silencios lo que hacen la gran diferencia. Comprás la pareja de 25 años de casados sin dudarlo ni un segundo. Y están muy bien secundados por Claudia Fontán, Luis Rubio, Andrea Pietra, Jean Pierre Noher, y unas participaciones fantásticas de Norman Briski, y Juan Minujín. Cada línea de diálogo encuentra precisión cuasi matemática. Vera, junto al co-guionista Daniel Cúparo, disparan todo tiempo de textos. Desde los más graciosos hasta los más dramáticos, y nunca caen en el cliché, ni van a lo fácil. Otro gran acierto para destacar es la dirección de arte y colorimetría. Obvia incluso desde el póster, pero funciona y se disfruta mucho. El uso de los rojos y los azules, y su entremezclado. Lo único que no me terminó de cerrar es la ruptura de la cuarta pared que ocurre un par de veces. Fuera de eso todo es perfecto. Incluso su extensa duración, más teniendo en cuenta al género que pertenece. La explicación que le encuentro (teoría mía), es que los realizadores no pudieron decidirse en cuanto a qué cortar mientras se montaba la película. Cada escena tiene un peso muy valedero y fluye dentro del film. No tengo más que elogios para El amor menos pensado, que no será para la mayoría la mejor película argentina del año, pero si mi preferida.
LOS ANTOJOS No debe haber tragedia peor para una película que la de revelar de manera inconsciente su propia futilidad. En El amor menos pensado eso sucede durante una sesión de chateo entre Marcos (Ricardo Darín) y su hijo. El hombre se separó de Ana (Mercedes Morán), su esposa de varios años, y desde entonces vaga por relaciones infructuosas. Y cuando el pibe le pregunta qué es lo que estuvo buscando en todo este tiempo -ya van casi como tres años de “divorcio”- el tipo no sabe qué responder, básicamente porque ni él ni la película tienen muy en claro el rumbo hacia donde se dirigen la cosas. Hay sí una seguridad en la ópera prima del habitual guionista y productor Juan Vera: El amor menos pensado quiere ser una comedia de rematrimonio a la vieja usanza, aprovechando un poco el molde contemporáneo que aporta Judd Apatow. Pero es una seguridad que expresa sólo en el qué: el cómo es lo que está totalmente en deuda en la película. Ese no saber del protagonista responde también a la sumatoria de elementos arbitrarios y antojadizos que recorren la narración a lo largo de sus extensos 136 minutos, y que en la mayoría de los casos no tienen una red conceptual que los contengan. La ruptura de la pareja es el máximo ejemplo de eso: Marcos y Ana, ante la instancia del nido vacío y de la necesidad de seguir con sus vidas ya sin aparentes objetivos que perseguir, descubren que no se aman. Lo hacen en una típica escena que se construye a partir de una premisa aparentemente ingenua que va descubriendo un mundo de oscuridad. O debería descubrir, porque en verdad no pasa y más allá del largo prólogo que Juan Vera edifica, los indicios que llevarían a una ruptura tan profunda no aparecen. Hay que decirlo, Marcos y Ana son un poco exagerados; pero la película no porque aprisiona todo ese devenir de búsquedas de parejas entre las paredes de la comedia televisiva nacional más convencional. Sólo algunos raptos de humor absurdo aparecen por ahí (Juan Minujin, Andrea Politti -muy divertida-), pero también son raptos apenas funcionales para desarrollar cierta idea conservadora del frikismo que se encuentra cuando se buscan amores por los arrabales de las relaciones humanas (Tinder, ¡oh qué horror!). Vera deja pasar así la oportunidad de tirarse de cabeza a la búsqueda de un humor guarro o más escatológico, aunque también está claro que el target al que apunta El amor menos pensado está lejos de esos universos chirriantes. A la sumatoria de antojos, pongamos también la ruptura de la cuarta pared (surge esporádicamente, pretende jugar con un suspenso inexistente y además quiere ser de a dos pero mayormente sostiene el punto de vista del personaje masculino) y la utilización de citas intelectuales que también aparecen por allí para recordarnos cada tanto que los personajes leyeron un libro, y que el director vio varias de Woody Allen (y no las entendió). Lo antojadizo de gran parte del relato podríamos adjudicarlo a la inexperiencia de un director debutante, aunque Vera es alguien vinculado desde hace mucho tiempo con el cine, ya sea como productor o guionista. También, a la novedosa presencia de Darín como productor y su escasa visión para determinar dónde cortar y dónde se está siendo redundante. Por eso que lo peor de El amor menos pensado es el montaje: ya no se trata de señalar planos largos que podrían estar buceando en el interior de los personajes, sino planos que se extienden más de la cuenta, incluso en instancias donde los intérpretes parecen estar reacomodándose para continuar la escena. Hay una discusión entre Marcos y una de sus parejas (Andrea Pietra) en la que los personajes van del living al dormitorio en esa suerte de loft que habitan, se reacomodan dentro del espacio, y el plano continúa cuando debería haber cortado para darle continuidad a la escena por medio de la edición. Cuando Darín pasa caminando del living al dormitorio, nos quedamos esperando que la luz baje y se cambie el cuadro, como en el teatro. Y no es ese el único momento en que El amor menos pensado hace recordar al teatro sin que eso signifique una búsqueda estética: sólo observar la cantidad de planos frontales y cómo Vera registra los espacios interiores. Hay algo que sí funciona muy bien en la película, y es la química entre Darín y Morán. Incluso la química entre los protagonistas y el resto de los personajes secundarios (lo de Darín y Luis Rubio o lo de Morán y Jean Pierre Noher es muy bueno), lo que también evidencia cierto tufillo rancio: el de un cine de actores, donde la imagen y la forma cinematográfica quedan absolutamente relegados y al servicio de las estrellas. Igual, seamos claros: El amor menos pensado no es el horror de las comedias de Suar, esos universos cancheros que actualizan subterráneamente miradas conservadoras; es apenas una película discreta que se cree un poco por encima de sus propias posibilidades.
Ana y Marcos (Morán, Darín) llevan muchos años juntos cuando despiden a su único hijo, que viaja a estudiar afuera. Esa marcha abre una forzosa nueva etapa, en la que todo (el departamento elegante lleno de bellos objetos, la rutina, el tiempo para estar solos) parece obligado a resignificarse. Y aunque son una pareja muy bien avenida, como se decía antes, cariñosa y capaz de divertirse, terminan por ponerle nombre a su presente -romántico e individual- y se separan. El amor menos pensado, debut como director de un largo del experimentado productor y guionista Juan Vera, es una clásica comedia de rematrimonio. Es decir, se sabe hacia dónde va y ese es su único tronco, su plot central. Todo lo que pasa en el medio de alguna manera llena, desvía, pospone esa resolución. Por eso la duración sorprende: El amor menos pensado es larga, dura bastante más de dos horas, y el resultado de esa decisión, tan aparentemente a contramano de la norma para una comedia posromántica, es interesante. En sus peores efectos, empantana el relato, lo estira sin sentido, con situaciones y personajes que podrían no haber estado ahí sin que nada cambiara mucho. Y hacia su segunda mitad, reiterando asuntos que ya están claros, como si después de presentado cada tópico se quedara dando vueltas en torno, sobrevolando sin aterrizar. Porque la separación da paso a la liberada nueva soltería, el tramo de comedia más divertida de la película, en la que cada uno explora, encuentra y desencuentra nuevas relaciones, con picos para la desatada cita de él, vía Tinder, gentileza de Andrea Politti, o de ella con un perfumista estirado a cargo de Juan Minujín, citándose un poco a sí mismo con mucha gracia. Además, como capas organizadas en una escaleta narrativa, los amigos (Luis Rubio, un hallazgo), los padres (grandes momentos: Briski, Lapacó, Novarro) y finalmente las nuevas parejas, con más carnadura en un caso, más forzada en otro. A pesar de sus debilidades, la película funciona y se planta, sólida, como firme candidata a encontrar un público amplio, a pesar de su inteligencia y su falta de concesiones -su duración-. Tiene un buen guión, una puesta adecuada y un extraordinario casting. En el centro, Darín y Morán hacen de sus personajes dos seres humanos, reales y vivos, virtuosos y fallidos, con tanta convicción como para ponerse al hombro la historia, dure lo que dure.
El amor indescifrable, el amor del compañerismo, el de la pasión, el del aburrimiento. Todos atraviesan “El amor menos pensado”. Marcos y Ana llevan 25 años de pareja, se gustan, se coquetean, se acompañan, pero también se chocan con el hastío. Ese hastío se hace carne cuando su hijo decide irse de casa para salir de viaje sin rumbo fijo y sin fecha de regreso. Ese autodescubrimiento se mimetiza con el sentimiento de la pareja. Porque ambos deciden hacer su propio viaje, pero solos. Todo comienza cuando él le pregunta “¿Qué sentís por mí?” Y esa inquietud lleva implícita una trampa. El objetivo era saber si ella estaba enamorada de él, para de paso decir en voz alta si él todavía estaba enamorado. Ella y él no son otros que Mercedes Morán y Ricardo Darín, dos personajes hechos a la medida de Juan Vera, un director que llega a una ópera prima después de décadas de trabajar en la producción y guiones de decenas de películas argentinas. Y lo bien que hizo en ponerse detrás de cámara, porque los textos que escribió pintan los claroscuros de una pareja que lucha contra el paso del tiempo. Sin bajar línea, el realizador hace foco en que no es necesario atravesar una crisis para emprender otro camino. Su amplitud para tocar el tema del amor lo lleva a hacer un muestreo de otras parejas, como lo son la de sus principales amigos (interpretados magistralmente por Luis Rubio y Claudia Fontán), y también por las relaciones que cada uno tendrá durante la separación. No sólo los protagonistas se lucen, también el elenco de estrellas donde sobresale Andrea Politti. El humor tendrá una importancia clave, no sólo en el tono de la película para desdramatizar las situaciones críticas, sino también porque queda flotando la idea de que sin humor no hay amor.
Es de madrugada y Mercedes Morán está sentada en el living, sola y a oscuras. Darín se levanta y la va a buscar; no sabe bien qué le pasa pero lo intuye: el hijo que se fue a estudiar afuera, la crisis de los cincuenta, el hastío cotidiano y otros lugares comunes. Los dos hablan y durante minutos no hay nada parecido a un chiste, el diálogo es más bien triste, pero en la sala varias personas se ríen, sobre todo con las líneas de Darín. Pasa lo mismo en otras escenas: Darín está parece amargado sin remedio, pero de todas formas se escuchan risas y hasta alguna carcajada perdida. Una de dos: la figura de Darín ya construida dentro y fuera de la ficción se impone al relato trayendo un efecto cómico propio y produce un reflejo pavloviano en algunos espectadores: “aparece Darín y dijo algo, seguro será algo gracioso, por las dudas me río”; o, también, la película maneja con mucha dificultad la ambigüedad de tonos sin lograr con demasiado éxito la comedia ni el drama al punto de que se confunden los registros. A favor de la segunda opción (y en defensa de los espectadores de la función en la que estaba yo), hay que decir que apenas unos minutos antes, una escena que buscaba explícitamente hacer reír tuvo un éxito escasísimo: Darín y Morán se quedan solos después de la partida del hijo y lo que debía ser una tranquilidad algo melancólica se transforma en un momento incómodo que deja asomar las grietas de la pareja. El momento quiere ser cómico, mostrar la soledad accidentada del matrimonio, pero algo pasa, nada está bien, ni los chistes ni la tensión entre los dos. Es raro, porque Juan Vera filma la escena en planos largos y distantes que no se parecen en nada al sistema televisivo de otras comedias similares (que tratan de suplir la falta de pericia con un plano contraplano rutinario). O sea, que el director piensa sus materiales, los dispone buscando un resultado cinematográfico o, por lo menos, evita a conciencia las soluciones más perezosas, pero así y todo la escena es poco efectiva: falla el timing, los personajes no encajan uno con el otro, los actores no se integran. Es el primer signo de lo que está por venir: una comedia de rematrimonio donde nada funciona demasiado bien, con un guion repleto de arbitrariedades narrativas, con un desequilibrio evidente de las actuaciones y, para colmo, con una duración imposible (más de dos horas). Varios de esos problemas se anuncian al comienzo y se condensan en torno de los protagonistas. Por ejemplo, Darín hace de Marcos, un profesor de literatura latinoamericana, intelectual sensible y levemente comprometido, que en una clase realiza un compendio rápido de los temas que deben interesarle a un escritor de Nuestra América (Marcos dixit), solo para descartar enfáticamente el “tedio” (Darín, un actor capaz de volver verosímil cualquier línea de diálogo que le tiren por la cabeza, acá está evidentemente incómodo, algo muy extraño de ver: ni él puede ponerle el cuerpo a ese momento). Poco antes, Ana (Morán) resume brevemente los escritores que le interesan al marido: están Rulfo, García Márquez y otros. Lo del tedio, en parte, se justifica narrativamente: después de todo, es el escollo al que se enfrenta la pareja una vez que le hijo se va de la casa. Pero, entonces: ¿por qué, cuando empieza la película y Marcos le habla a la cámara, el tipo está leyendo y citando un pasaje de Moby Dick? El pasaje y la idea del libro señalizan la entrada al relato y su tema: ¿no había un libro de un escritor latinoamericano que pudiera cumplir el mismo rol? Más adelante, Marcos insiste con que necesita tener todo en orden y eso le granjea una pelea con una novia, pero unas escenas antes el personaje no sabía dónde estaba el detergente y solo después de mucho buscarlo lo encuentra en medio de un montón de trastos de cocina en un lugar imposible. Así, hasta el infinito: el tipo va a una primera cita en un bar con alguien que conoció online, y como la película lo quiere mostrar incómodo e inexperto, lo viste con una remera gris grasienta y una campera, como si recién se levantara de dormir, mientras que antes, cuando todavía vivía con Ana, el hombre gastaba camisas elegantes solo para estar en la casa leyendo en el sillón. Lo mismo corre para otros personajes como el de Jean Pierre Noher, que primero le dice a Morán que es un solitario empedernido que busca la soledad (por eso fracasó su matrimonio), fanático del orden y de la rutina, y apenas unas escenas después, sin que medie transformación de ninguna clase, resulta que el tipo está conviviendo con Ana y muy contento. Etcétera. No se trata de errores pequeños que se cometen al pasar, sino de fallas que atentan contra la credibilidad del universo de la historia y que vuelven poco creíbles a los personajes, simples vectores de un relato y nunca criaturas de las que uno puede sentirse lejos o cerca. En este sentido, los puntos fuertes son las irrupciones de los personajes secundarios, ya sean amigos, citas o parejas ocasionales: Luis Rubio, Andrea Politi y Juan Minujín están exagerados y caricaturizados, son estereotipos que buscan una risa fácil; una comicidad que procede por shocks, por apariciones fulgurantes y no por la elaboración sostenida en el tiempo. Cosa que está bien y que consigue las mejores risas de la película, pero que atenta contra el trabajo sobre los protagonistas y su construcción más larga que intenta volverlos tangibles mientras se mueven todo el tiempo entre la comedia y el drama. La película es incapaz de alear esos dos registros y además es afecta a los subrayados, como cuando Marcos está apurado porque llega tarde al trabajo (se entiende en un segundo: el tipo es impuntual) y Ana le señala gravemente su impuntualidad, que no puede ser, que siempre lo mismo: pero ya habíamos entendido todo con los movimientos nerviosos de Darín, no necesitábamos que nos remarquen lo mismo desde los diálogos, también. Al revés, la película no sabe cómo marcar el paso del tiempo, seguramente el recurso más interesante del guion: Ana y Marcos se separan y el relato narra sus peripecias amorosas a lo largo de varios años. La premisa permitía una enorme cantidad de juegos temporales y dramáticos, pero la película no aprovecha nunca eso, al punto que se pierde noción del paso del tiempo, solo nos enteramos de los años que transcurrieron desde la separación con algunos diálogos dispuestos con ese fin: un personaje le informa sumariamente al otro que ya van equis cantidad de años desde el divorcio. Como fondo de todo esto, lo que se dibuja es la creencia en la comedia como un género de poca monta que puede ejecutarse sin demasiada planificación, total uno va al cine a pasar un buen rato, a entretenerse, y lo demás no importa mucho, son detalles, minucias de guion.
Con El amor menos pensado, el cine argentino inicia lo que promete ser una seguidilla de éxitos durante el mes de agosto. La película que lidera por lo alto la taquilla en nuestro país, marca el debut en la dirección de un alto ejecutivo de la compañía Patagonik, Juan Vera, quien antes estuvo involucrado en la producción de títulos tan variados como La reina del miedo, Zama, Me casé con un boludo, Corazón de león y Elefante blanco. Vera también ya había probado su eficacia como guionista de comedias exitosas como Mamá se fue de viaje, Dos más dos e Igualita a mí. Finalmente, con El amor menos pensado sale airoso en su triple rol de guionista, productor y director. Esta auspiciosa ópera prima, que ha convocado en su primer fin de semana a más de 200.000 personas a las salas nacionales, además de contar con un extremo cuidado en todos sus rubros técnicos y artísticos, respira una bienvenida sensibilidad que no es común en el cine de gerentes devenidos en realizadores. Un tipo de film que se ubica en la vereda contraria a la de ejecutivos como Marcos Carnevale, quien dirigió despropósitos como Inseparables y El fútbol o yo, con una planilla de cálculo de cantidad de espectadores en mano, y abusando tanto de la receta de probada eficacia, que terminó lanzando embutidos fáciles de deglutir; pero con escaso sabor a cine genuino. A pesar de estar construida desde una mirada puesta firmemente en la taquilla, El amor menos pensado se reserva algunas sutilezas y una extensión atípica de 135 minutos, cuando este tipo de películas suelen apostar por la cuasi infalible hora y media de duración. El punto de partida es tan simple como eficaz, una pareja que lleva 25 años de unión enfrenta la partida a España de su hijo. En poco tiempo, el conocido síndrome del "nido vacío" comenzará a erosionar el vínculo entre Ana y Marcos (superlativa Mercedes Morán y correcto Ricardo Darín), hasta llegar al planteo de qué será de ellos y enfrentar esa suerte de abismo/paraíso que supone la ruptura para un matrimonio de mediana edad. La película, durante casi todo su metraje, juega sus cartas con nobleza y precisión. Desde el título y el afiche, queda en claro que se trata de una comedia romántica que incluye la fórmula de separación y rematrimonio. Claramente, el arco narrativo no va por el lado de la incertidumbre con respecto al reencuentro, sino el de cómo llegar a ese punto. Durante la primera hora y media, Juan Vera construye un relato de un tono tan despojado como intimista. La pareja protagónica es capaz de sostener inteligentes y sentidos diálogos mirándose a los ojos, sin la necesidad de que desde la banda sonora suenen "pianitos" para reforzar el clima emotivo. El guión acierta al trazar ese debate entre la libertad absoluta y el extrañamiento frente a la falta de una estructura de contención como la convivencia. De repente, Marcos y Ana son cincuentones que vuelven al ruedo, ya sea con citas en una disco o navegando en aplicaciones como Tinder. Las primeras aventuras serán inevitablemente desopilantes. Él con una huracanada mujer (brillante Andrea Politti), que plantea una situación demasiado adrenalínica para un atildado profesor de Literatura. Ella con un excéntrico catador de aromas (Juan Minujín), adepto a prácticas un tanto lejanas a las de una exitosa especialista en estudios de mercado. Será cuestión de tiempo para que cada uno ellos encuentre un par más afín a su mundo. Allí entran en escena los personajes interpretados por Jean Pierre Noher y la magistral Andrea Pietra. En el medio, hay unos cuantos secundarios más, algunos aportan la necesaria cuota cómica, mientras otros refuerzan la noble idea de vitalidad en la segunda y tercera edad. La madre de Ana (Claudia Lapacó), vibra a los 80 años con una nueva historia de amor. El padre de Marcos (Norman Briski), revela a su hijo un momento clave de viudez, con una escena que no logra despegar al legendario actor y maestro de su impronta teatral. Los planteos que la película traza sobre una muy variada gama de temas, comienzan a diluirse sobre la última recta del relato. El hijo de la ex pareja vuelve a ser la excusa para que se produzca un nuevo movimiento, y aquí El amor menos pensado deja en evidencia la falta de ese espacio a solas que pudieron tener los protagonistas para conocerse más a sí mismos, y por extensión como espectadores tampoco podemos procesar orgánicamente sus decisiones. El guión es cuidadoso a la hora de no tratar como recipientes vacíos a personajes clave como lo que interpretan Noher y Pietra, pero también es astuto y calculado al no mostrarlos desde una potencia pasional. La aparición de "pianitos" en los minutos finales, empasta la chance de una segunda oportunidad con la de una nostalgia que Ana y Marcos tal vez nunca pudieron soltar. El amor menos pensado / Argentina / 2018 / 135 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Juan Vera / Con: Ricardo Darín, Mercedes Morán, Claudia Fontán, Luis Rubio, Andrea Pietra, Jean Pierre Noher, Claudia Lapacó, Norman Briski, Andrea Politti, Juan Minujín.
Ya no más enamorados “El Amor Menos Pensado” (2018) es una comedia romántica nacional dirigida, co-escrita (junto a Daniel Cúparo) y producida por Juan Vera. Protagonizada por Ricardo Darín y Mercedes Morán, que ya habían coincidido en “Luna de Avellaneda” (2004), el reparto también incluye a Claudia Fontán, Luis Rubio, Claudia Lapacó, Andrea Pietra, Norman Briski, Juan Minujín, Jean Pierre Noher, Andrés Gil, Andrea Politti, Mariu Fernández y Gabriel Corrado. Marcos (Ricardo Darín) y Ana (Mercedes Morán) llevan 25 años de casados. Todo anda bien hasta que los dos despiden en el aeropuerto a Luciano (Andrés Gil), su único hijo que decidió irse a estudiar a España. Con la casa para ellos solos, y luego de una larga charla, Ana y Marcos llegan a la conclusión de que ya no están enamorados, por lo que deciden separarse. A partir de ese momento, cada uno conocerá a diferentes personas y experimentará la vida sin ataduras. Teniendo en cuenta su sinopsis y subtítulo (“Se casaron. Se separaron. Y fueron felices”), uno ya puede darse cuenta con facilidad qué sucederá en el desenlace. Esto genera que la duración (135 minutos) sea un tanto exagerada tratándose de una historia de este estilo. Sin embargo, los protagonistas logran que nos involucremos en lo que les pasa y sintamos interés por ellos al percibir cómo se sienten con cada nueva relación que comienzan. La cinta está llena de diálogos, lo que en algún sentido puede recordar a la trilogía “Antes del” de Linklater, por lo que a muchos les parecerá que le cuesta avanzar. Lo que hay que tener en cuenta es que es una película que busca que el espectador se plantee a sí mismo diversos asuntos y reflexione: ¿cuál es el sentido de la vida después de ser padres? ¿Ser abuelo? ¿Qué es el amor? ¿Qué me estoy perdiendo? ¿Cómo se llega a la felicidad y al estar satisfecho? No sólo tenemos momentos filosóficos, sino que también la comedia se hace presente. Los momentos cómicos más destacados incluyen una discusión de pareja sobre qué empanada es mejor entre las salteñas y tucumanas, así como la escena en un bar donde Darín se encuentra con el personaje de Andrea Politti, la cual conoció por Tinder. En pocos minutos Politti consigue hacer matar de risa al espectador, consiguiendo que su aparición sea una de las mejores partes del film. En cuanto a la estructura narrativa, la película falla en su introducción ya que el comienzo se da con Darín leyendo una cita de la novela “Moby Dick” y luego rompiendo la cuarta pared, recurso que vuelve a utilizarse con Mercedes Morán mirando al espejo. Que los protagonistas hablen mirando al espectador no llega a funcionar del todo, lo que hace pensar que otra manera de encarar la trama hubiese sido mucho mejor. Puede que “El Amor Menos Pensado” no tenga un título muy acertado o las razones que llevan a la separación de Marcos y Ana sean raras a simple vista (porque es obvio que los dos se quieren y aceptan como son). No obstante, ser testigos de lo que recorren por separado los protagonistas con el pasar de los años para llegar a ese final resulta más que satisfactorio, haciendo que sea casi imposible salir con una sonrisa de la sala.
“¿Qué nos queda?” Hay dos mitades bien definidas de El Amor Menos Pensado, ambas trabajadas con el mismo nivel de minuciosidad como para que la experiencia sea tan enriquecedora como sea posible. Marcos y Ana tienen un matrimonio de 25 años. Se quieren, se conocen a la perfección y saben sus tiempos. Están cómodos. La película dedica una buena porción de su metraje en establecer la dinámica y personalidad de estos dos protagonistas maduros, de códigos propios que necesitan solo una mueca para decirse todo. Pero una fisura se vuelve abismo. Desconsuela el contemplar una vida sin ningún evento importante hasta que su hijo los haga abuelos, con lo que de común acuerdo y en plena armonía se separan. Y ahí comienza su segunda parte, la menos pensada del amor.
En este 2018 el cine comercial argentino está frente a un desafío que parece repetirse: cómo encontrar esa porción de público que en plena crisis pague casi 10 dolares una entrada, llene las salas, haga la diferencia si alcanza rápidamente el millón de espectadores, cosa que parece imposible por lo menos desde Relatos Salvajes. Con qué interesar a ese espectador-tipo si no es con Ricardo Darín, Francella o una historia de un asesino serial (El ángel). El amor menos pensado tiene una estructura muy sencilla que parece haber hallado la fórmula del éxito: compartimenta situaciones, mayormente amorosas, las hace protagonizar por un actor famoso, mayormente televisivo, les da a esas situaciones una unidad de sentido que arranca y termina rápidamente: Juan Minujin en la tienda de perfumes, Norman Brisky como el padre que interpreta una clase de actuación frente al hijo; Gabriel Corrado como el galán del boliche, Claudia Lapacó como la octogenaria madre que planta sus orquídeas, Chico Novarro bailando en medio de una cena para salvar un momento incómodo o el mismo Rubio que tiene gran protagonismo en la película funcionando para Darin como ese partenaire que era en anteriores películas Eduardo Blanco. Ahora bien, fragmentar, segmentar y sumar aunque lo intente, no significa integrar y lo que en apariencia aquí se presenta como una unidad narrativa, contada en primera persona con el comienzo y el final situado en el mismo lugar (no es spoiler) resulta algo asi como un parentesis que contiene una superficie extremadamente pulida, pero sin sustancia ni profundidad alguna. Esta pareja que roza los 60, entra en crisis por la partida de su hijo a España. Más allá de que el espectador pueda identificarse con este dolor o esta crisis, lo que pasa ahí, cuando ella se da cuenta que no hay mucho más más allá de eso, lo que se dice de boca para afuera no produce algo sustancioso: la crisis es externa y su envoltorio un bello decorado con ideas de una revista de interiores. El jardín de la madre, los pulcros rincones de la casa, o el loft que le presta a Darin su amigo para que se vaya momentáneamente de su casa. Una ambientación sin vida, o aún sin pasado, más las vistas de una ciudad randerizada salidas de la mejor maqueta digital de un arquitecto. Una imagen de luz siempre plena, salvo lo que es tal vez el mejor plano de la película: el contraluz frente a la ventana cuando el matrimonio se confiesa mutuamente no estar enamorados. Agradable pero monocorde, con crisis pero sin tensión, con pasado pero sin recuerdos, un amor que el titulo no espera pero que se vislumbra en los primeros minutos y un desamor que tampoco se espera pero que rápidamente es subsanado por el bien de la armonía familiar. Frases para el instagram y un film demasiado pulcro, con relaciones perfectas donde hasta lo doloroso resulta encantador.
Inteligente, divertida y fresca ¿Es amor? ¿Costumbre? ¿Acaso comodidad? ¿O miedo al cambio? Estas preguntas asaltan a Marcos y Ana, una pareja que ha estado casada más de un cuarto de siglo, y que ahora, con el síndrome del "nido vacío" a flor de piel, se transforman en el disparador de una comedia romántica que tendrá a Ricardo Darín y Mercedes Moran viviendo una alocada soltería en donde las redes sociales, la tecnología y las fantasías cumplirán un rol fundamental. Juan Vera, productor, guionista y realizador, dota a esta, su ópera prima, de mucho humor, ironía y diálogos mordaces para el lucimiento de la dupla protagónica, pero también de un elenco tan variopinto como irresistible: Luis Rubio (en una participación desopilante), Andrea Politti (sexual e irresistible), Juan Minujín (extravagante y divertido) y Claudia Fontán (en el papel de amiga, confidente y consejera que maneja a la perfección). Play Es esta, además de una entretenida (aunque algo extensa) película sobre el amor en la adultez, un retrato sobre la segunda mitad de la vida, un ensayo sobre la redención personal en la etapa del "yo ya estoy de vuelta". No hay solemnidad en este fresco, por el contrario, naturalismo e irreverencia se dan la mano para redondear una comedia clásica que funciona como un reloj. Ricardo Darín y Mercedes Morán en la presentación de la película Ricardo Darín y Mercedes Morán en la presentación de la película La química de la pareja protagonista, el tono y las palabras que no suenan forzadas en sus respectivos labios generan empatía. Después de algunas películas desparejas como Nieve Negra o La Cordillera, finalmente Darín encuentra un libreto a su medida en el que no necesita "remar" para llevar a buen puerto la historia, de hecho comparte el peso de la trama con Morán, en un acertado balance en el que ambos tienen el mismo peso y protagonismo. Inteligente, divertida y fresca, El amor menos pensado, no solo es una de las mejores películas argentinas del año, sino que también se sube al podio como una de las más logradas de la última década.
Crítica emitida por radio.
La opera prima como director del experimentado productor es una comedia romántica clásica, sólida en todos sus rubros, con un muy ingenioso guion y excelentes actuaciones de la dupla protagónica que integran Ricardo Darín y Mercedes Morán. Una verdadera sorpresa en el panorama más comercial del cine argentino. Hace mucho que el cine argentino no producía –o al menos yo no he visto– películas como EL AMOR MENOS PENSADO. En función de comparar, se me ocurre que títulos como EL MISMO AMOR, LA MISMA LLUVIA –o cierta línea de comedia dramática tradicional de Juan José Campanella– podrían asemejarse, aunque no sería exactamente eso lo que se propone aquí. Mientras la veía pensaba que podía ser una de esas películas italianas que de tanto en tanto se estrenan aquí y que buscan encontrar aquella mágica fórmula de “hacer reír y llorar” y cuyo objetivo es un público de, digamos, 40 años para arriba. Aquí no hay paisajes de Calabria ni de la Toscana pero bien Mercedes Morán puede ser nuestra versión de Margherita Buy y Ricardo Darín, digamos, una suerte de Sergio Castellitto aporteñado. Y si la emoción viene por el lado italiano, el humor tiene más reminiscencias del cine clásico de Hollywood: esa manera bastante porteña de combinar pathos con ironía que Campanella transformó en una especialidad. Casi, una fórmula. Uno podía temer que, siendo el debut en la dirección de Juan Vera, veterano gerente artístico y ocasional guionista de filmes de la productora Patagonik, la película podría no ser mucho más que la posibilidad de “darse un gustito” por parte de alguien que siempre estuvo en otro rubro dentro de la industria. Pero eso jamás se nota. A juzgar por sus resultados, Vera demuestra con su película estar a la altura y hasta mejorar buena parte de la producción reciente de su propia compañía. Es, sí, una película pensada inteligentemente para un segmento del público que todavía va a ver cine en el cine, con dos actores de renombre y un elenco de caras conocidas, pero en ningún momento se siente la sensación de estar viendo un producto armado para el consumo de manera impersonal sino una comedia dramática honesta y convincente. Si los productos comerciales masivos en la Argentina tienen este nivel de integridad y factura (digamos, que en ningún momento dan un poquito de verguenza ajena), bienvenidos sean. EL AMOR MENOS PENSADO es, en términos clásicos, una comedia de rematrimonio que se plantea la situación clásica de “el nido vacío”. Marcos (Darín) y Ana (Morán) son un matrimonio con 25 años de casados y un buen pasar económico que arranca la película despidiendo a su único hijo que se va a estudiar a España. A los pocos días, una cierta angustia empieza “a corroer sus almas”: “¿Y ahora qué? ¿Cuál es el proyecto que nos sostiene como pareja?” No se llevan mal ni nada parecido. Más allá de disputas menores e irritaciones pasajeras propias de la convivencia no parecen candidatos a una separación. Pero ese vacío se presenta de una manera inesperada y, como no saben qué hacer con eso, deciden tomar caminos separados. El resto del filme estará dedicado a sus respectivas desventuras, propias de personas que promedian los 50 y se ven metidas en un mundo de citas, fiestas, personajes y formatos (Tinder, Instagram, etc) que no manejan con demasiada habilidad. Cada uno intenta su propia búsqueda: algunas bastante absurdas (los episodios con Andrea Politti y Juan Minujín son particularmente efectivos, especialmente el primero), otras clásicas de pendeviejo, los esperables reencuentros via Facebook con viejos conocidos, los romances ligados a sus ocupaciones (él es profesor de Literatura y ella trabaja en una empresa que hace encuestas de marketing) mientras pasa el tiempo y lo único que los une es su hijo a la distancia y algunas cuestiones ligadas, digamos, a la propiedad horizontal. Ah, y un par de amigos (encarnados por Claudia Fontán y el conductor televisivo Luis Rubio, toda una revelación actoral al menos para mí) que encarnan casi versiones parecidas pero en cierto punto invertidas de los problemas que ellos tienen. A lo largo de unos un tanto excesivos 135 minutos (un recorte fino de algunas escenas podría haber incrementado su efectividad), EL AMOR MENOS PENSADO funciona en su propuesta y es muy probable que se convierta en uno de los grandes éxitos de la temporada. No hay grandes secretos en ella, pero sí hay algo que se da muy pocas veces en cierto sector del cine argentino: casi todos los elementos funcionan a la perfección y muy raramente se subestima al espectador. En este modelo de producción (llamémosla mainstream) hay dos cosas que tienen que andar: las actuaciones y el guion. En el primer rubro no hay fallas. Darín hace un papel armado a su medida, con la justa mezcla de humor y carga dramática que maneja con la elegancia de un Federer de su profesión. Y la que sorprende es Morán, a la que habitualmente se la ve en roles más dramáticos (y a la que verán haciendo cosas muy distintas en los próximos meses en películas como FAMILIA SUMERGIDA, EL ANGEL y SUEÑO FLORIANOPOLIS) y que aquí nos recuerda que posee un timing cómico impecable, casi infalible. Y lo mismo pasa con el resto del elenco, en el que no hay una nota falsa. El otro elemento –el que a mí me sorprendió más gratamente– es el guion, coescrito por el propio Vera y Daniel Cúparo, que habían colaborado en películas como IGUALITA A MI y 2+2, y en el caso del último con larga experiencia televisiva, con series como SOLAMENTE VOS o LOCO X VOS. Se nota, en los diálogos, un gusto por una ironía, digamos, de salón, salpicado por momentos de humor más directo y hasta físico. Hay momentos (uno, en especial, en el que Morán tiene que manejar una situación dramática y arreglarse el zapato a la vez) en el que ese combo resulta impecable. En otros, acaso de corte más televisivo o de chiste-chiste, sigue siendo de todos modos funcional y efectivo. Si algo no funciona del todo, para mí, tiene que ver con una suerte de lógica extraña de buena parte del mainstream argentino, especialmente los filmes de Patagonik. Y es esa sensación de que no parecen existir en una Argentina real sino en un universo ficcional en el que la gente casi no se relaciona con el mundo, con el trabajo, con la economía, con la calle. Un recorte de clase media alta aspiracional que no está a la altura de la lógica de la propia situación ni del humor que resuena. Es como si, por algún motivo seguramente calculado comercialmente (esto sucede en todas las películas con Adrián Suar o las de Ariel Winograd, por citar dos ejemplos), la trama pareciera suceder en algún lugar inexistente de la ciudad, a mitad de camino entre Vicente López y Puerto Madero. Si bien hay sitios reales que aparecen (la Biblioteca Nacional, más que nada), los problemas de los protagonistas jamás parecen conectar con el mundo de afuera. De hecho hay una broma sobre el dólar que, si bien tiene que ver con la volatilidad de la economía argentina, parece hoy representar esa disociación de los protagonistas con el mundo exterior. Es cierto que no todas las películas tienen porqué hablar del país ni de lo que sucede en él, pero es llamativa esa insistencia por contar la fábula en una suerte de cápsula. Más allá de eso (que puede ser un detalle que poco importe a los espectadores cuando se sientan involucrados en la trama), EL AMOR MENOS PENSADO es lo más parecido a un sólido producto comercial adulto que dio el cine argentino en mucho tiempo, exceptuando filmes de género o dramas de índole más realista. Una comedia dramática armada y ejecutada de una manera que es, a la vez, personal y profesional, íntima e industrial. Y una que habla de un tema universal (esa angustia de los 50 convertida en el llamado viejazo) dándole a la vez un toque lo suficientemente local para que se cuelen discusiones sobre empanadas salteñas o tucumanas, o alguna humorada sobre las series españolas que se ven en Netflix. Una muy grata sorpresa.
Crítica emitida por radio.
El amor menos pensado, es una película romántica protagonizada por una dupla que funciona de forma muy dinámica en pantalla. Actores argentinos muy conocidos y con mucho oficio, que ya tienen un público fiel que los sigue. El filme apunta a un espectador que promedia los cincuenta años. La temática está dirigida a adultos que pueden sentirse identificados con determinadas situaciones propias de esa etapa de la vida, como por ejemplo, cuestiones de infidelidad, el “síndrome del nido vacío”, la relación que queda con tu ex pareja, cómo volver a establecer relaciones sexuales y/o amorosas a partir de cierta edad, el tema de la división de bienes, la vida antes, durante o después de un divorcio cercano o propio. La cuestión radica en que los conflictos no están muy delimitados por lo que resulta difícil entender cuál es el nudo, y el porqué de las decisiones que toman los personajes. Se sabe cómo termina la película desde su comienzo y esto resulta poco atractivo; durante el transcurso del filme esperamos que suceda algo que desequilibre el estado de los personajes, que los una o los separe, y nunca llega. Entonces todas las expectativas recaen sobre un final que termina desilusionando. Si bien desde el guion no hay una propuesta innovadora, los diálogos son fluidos y sentidos, lo que genera momentos muy divertidos. La interacción entre los protagonistas es genuina y natural, de ese modo, transmiten un humor a veces un poco ácido o irónico, que destila cotidianeidad. También es interesante destacar el juego de los colores, porque no solo une y separa acompañando dramáticamente la historia, sino que a su vez da cierta estilización a las situaciones que se presentan, respetando una clara paleta durante toda la película. Por María Victoria Espasandín
Con reminiscencias de El mismo amor, la misma lluvia (1999, Juan José Campanella), el debut de Juan Vera en la realización se vale de una historia escrita en dupla junto a Daniel Cúparo, responsables de Dos + dos (Diego Kaplan, 2012). Ricardo Darín, en la secuencia inicial del film, rompe la barrera y se dirige a nosotros, espectadores del otro, para contarnos cuál fue el motivo de su crisis matrimonial, valiéndose de una metáfora sobre la novela de Herman Mellville, Moby Dick, a la que ofrece guiños durante todo el film. La premisa sirve para reflexionar acerca de las distintas formas que adquiere el amor en pareja a través de las diferentes etapas de la vida y la necesidad de sentirse pares cuando la sensación de plenitud al lado del ser amado adquiere otros matices propios del paso del tiempo. Marcos y Anason un matrimonio que lleva 25 años de casados. Él es un profesor de Letras, ella una experta en Marketing. El hijo de ambos, Luciano, se va a estudiar a España, y el nido vacío desnuda las debilidades de una pareja que parece tener poco en común. Intentando cuestionar el mandato social establecido en la convivencia cuando la pasión empieza a consumirse. Entonces, deciden separarse. Con el acertado timing para generar pasajes de diálogos que arrancan genuinas carcajadas, El amor menos pensado potencia un efectivo ejercicio para reflexionar sobre el rol que juegan las relaciones de amistad para la pareja, como espejo de las miserias, complicidades e hipocresías que condimentan un vínculo con el paso de los años. Una vez distanciados, la búsqueda se propone experiencias excéntricas, entendidas como un modo más lúdico y aventurero de mirar el amor: encuentros de Tinder fallidos y prácticas tántricas de lo más desopilantes. Sin caer en estereotipos, sus autores profundizan en el desenamoramiento y sus consecuencias emocionales, explorando la renovación de retos que presenta la paternidad cuando los hijos crecen. La dupla protagónica funciona como paradigma ideal del típico matrimonio de clase media: viven bien, viajan a menudo y consumen arte. Mercedes Morán, luce fantástica en la piel de una mujer angustiada por una sensación de vacío, proclive a la depresión y acompañada de un replanteo acerca de cómo comenzar de nuevo y elegir el nuevo compañero ideal. Ricardo Darín, consigue hacer reír y emocionar en dosis idénticas, componiendo otro entrañable seductor. Una impecable galería de intérpretes como Juan Minujín, Claudia Fontán, Luis Rubio, Jean Pierre Noher, Andrea Pietra, Norman Briski y Claudia Lapacó nutren el elenco de un film sin puntos débiles. Valiéndose de ellos, el film arroja un cúmulo de pasajes memorables con ingeniosos diálogos que dan paso a entretenidas situaciones en tono de tragi-comedia. Apoyado en su estelar dupla interpretativa y detallando con realismo los conflictos propios de la edad, la historia genera interrogantes acerca del nuevo sentido de la etapa de madurez del matrimonio. El reencuentro posterior como feliz aceptación mutua ratifica el mensaje que deja la película, inherente a las contradicciones de todo ser humano.
Crítica emitida por radio.