El amor dura tres años

Crítica de Karen Riveiro - Cinemarama

Si algo se evidencia ya en los primeros minutos de la película de Frédéric Beigbeder es la voluntad de adscribir cómodamente a muchos de los lugares comunes de la comedia romántica. Marc Marronier (Gaspard Proust), el protagonista, es un escritor frustrado que acaba de divorciarse. Entre rechazos de editoriales que le aconsejan que deje de escribir y la angustia por su separación, Marc conoce a Alice (Louise Bourgoin), una chica hermosísima, espontánea y misteriosa que resulta ser la novia de su primo. Marc es infantil y pasional, y por lo tanto arruinará un brindis de casamiento y también escribirá un libro sobre sus frustraciones amorosas que lleva el mismo título del film: El amor dura tres años. Sin embargo, la película no se toma demasiado en serio sus propios clichés y tampoco se preocupa por argumentar la tesis que le da nombre. Más bien y contra las expectativas, su energía está en forzar –por ejemplo, a través del protagonista que habla constantemente a cámara– pero no romper con el tono tanto inocente como mágico de muchas de las escenas. En ese sentido, es reveladora la omnipresencia de Piel de asno dentro de El amor dura tres años: el fascinante film de Jacques Demy basado en un cuento de hadas es apenas un poco más naive que la historia de Marc y Alice, amantes del siglo XXI que corren de la mano por París, se emborrachan y vomitan juntos y, claro, lloran con Piel de asno. Pero es por esa mezcla de ingenuidad, delirio y humor irónico que la película consigue despegar a la media hora para finalmente encontrar un ritmo, que además de ligereza le permite nutrirse muy bien de los personajes secundarios y de otros recursos como el flashback. Hacia el final, la última imagen resulta no menos sorprendente que la llegada del helicóptero en el que asistían el hada madrina y el rey al casamiento en las tierras medievales de Piel de asno: detrás de los amantes, que se besan apasionadamente a la orilla del mar, una ola se agiganta cada vez más. Pero el extraño arribo que en el film de Demy aparecía como un simpático anacronismo irrumpe en El amor dura tres años como metáfora, chiste, ironía; la amenaza de un tiempo futuro que viene a interponerse entre los amantes. Al fin y al cabo, el amor como apuesta inocente y casi ciega bajo la sombra de una gran ola.