El amor de Robert

Crítica de Fernando López - La Nación

Fábula azucarada, banal y manipuladora

La tardía compensación para un ser solitario que nunca conoció el amor; el breve milagro de un romance otoñal que alcanza para justificar, poco antes del final, una vida hasta entonces vacía de emociones. Una fábula sentimental, azucarada, navideña y superficial es lo que el debutante Nik Fackler expone durante dos tercios de la película, con la ingenua convicción de que bastará la presencia de dos consagradas y prestigiosas leyendas -Martin Landau y Ellen Burstyn- para justificar el endeble contenido de su historia y para mantener vivo el interés del espectador hasta que se imponga un brusco cambio de tono y la lavada novelita rosa muestre su verdadera cara y revele la intención manipuladora del film.

Un error tras otro. Los dos personajes centrales -el solterón solitario de más de ochenta que trabaja en un supermercado, tiene afición por el dibujo y apenas mantiene algún contacto humano con su joven gerente, y la nueva vecina presuntamente viuda, algo más joven y saludable, que desde el primer momento manifiesta especial interés por él- no son más que una colección de estereotipos sobre la tercera edad. La relación que los une se manifiesta en una sucesión de insípidas postales románticas de extremo convencionalismo que los dos actores representan -seguramente por voluntad del realizador- como si fueran chicos de siete años. No hay vibración humana, no hay pasado ni conflictos, ni tampoco historias laterales que aporten algún sabor al desabrido caldo: todo es de un buscado sentimentalismo que sólo produce aburrimiento. Salvo que se tomen en cuenta las confusas imágenes de los sueños de Robert que sugieren, tenuemente, que en su cerebro no todo es tan llano y sencillo como parece.

Total, que hay que atravesar casi una hora de planicie narrativa (apenas sostenida por el esfuerzo de los actores, especialmente por algunas sugerentes miradas de Ellen Burstyn) para que por fin Fackler descargue el sorpresivo golpe manipulador que desafía cualquier lógica y cambia el tono y la perspectiva de la historia. Una trampa que podrá juzgarse imperdonable y que -eso es lo peor- poco ayuda a redimir al film de sus múltiples torpezas.