El amor de Robert

Crítica de Ezequiel Boetti - EscribiendoCine

Nunca es tarde para amar

El amor de Robert (Lovely, Still, 2008) narra la historia de un enamoramiento en el ocaso de la vida evadiendo el sentimentalismo craso. Pero un desenlace que requiere la suspensión total de la incredulidad hacen que el debut cinematográfico de Nicholas Fackler quede a mitad de camino de la gran película que pudo ser.

El Robert del título (Martin Landau) vive apaciblemente dividiendo su tiempo entre un relajado trabajo en un supermercado bajo la tutela del simpático Mike (Adam Scott) y la soledad de su hogar. Todo cambia el día que lo visita su vecina Mary (Ellen Burstyn) y descubre que no hay límites temporales para el amor.

Es sorprendente que sea un operaprimista de 24 años quien aborde un tema que el cine no visita con frecuencia. Vaya uno a saber por qué, pero la industria no se suele ligar el amor con la vejez. Y cuando lo aborda lo hace apostando más a la exacerbación del melodrama –Diario de una pasión (The notebook, 2004)- o al romanticismo casi épico -el ingreso a caballo de Franco Nero en el final de Cartas a Julieta (Letters to Juliet, 2010)-. En esa dirección van los dos tercios iniciales de El amor de Robert, con una enamoramiento idílico y por momentos edulcorado.

Pero luego irrumpe la enfermedad, reubicando al film más cerca de la excelente Lejos de ella (Away for her, 2006), aunque con un punto de vista opuesto. La diferencia es que si la canadiense Sarah Polley apostaba a lo sobrio y riguroso para hacer un retrato descarnado del ocaso físico y mental de una mujer, Fackler toma a la estilización como norte aludiendo a un espectador dispuesto a entrar en la lógica de ese mundo.

Aun con sus irregularidades y con decisiones discutibles, El amor de Robert es un film sincero, cálido y noble, que se yergue amparándose en sus escasas pretensiones. No está mal, sobre todo en la inminencia de las vacaciones de invierno.