El amarillo

Crítica de Miguel Frías - Clarín

El amarillo, filmada con extrema austeridad, transcurre en La Paz, Entre Ríos, y tiene un registro casi de documental antropológico, con permanente utilización de la cámara en mano. El protagonista masculino (Alejandro Barratelli) es un porteño que llega a esa zona del litoral -nunca sabremos por qué ni su historia, salvo que sufría problemas respiratorios de chico- y se acerca a una misteriosa mujer que toca la guitarra y canta en un bar prostibulario. La música, compuesta e interpretada por Gabriela Moyano, que hace el papel de la mujer del cabaret "El amarillo", es central en el filme.

Como también lo hace en Gallero, Mazza narra con pocos trazos y extrema naturalidad un melodrama rural, mientras transmite con eficacia y belleza la atmósfera local, muchas veces rústica, rica en matices cromáticos: en El amarillo, el espectador puede experimentar el calor, la humedad, los sonidos del campo, la resignación siestera, cierta catarsis colectiva, nocturna, a puro chamamé y lucecitas de colores. Bajo su capa melancólica, la película, basada en sutiles observaciones, tiene destellos de humor. Su ritmo es deliberadamente moroso y marca un estilo de vida.