Amante doble

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Sobre la negación recíproca

Y finalmente François Ozon volvió al thriller, sin dudas la vertiente más atractiva de su producción dentro de las muchas que ha explorado el prolífico cineasta a lo largo de los años: recordemos que el parisino se paseó por la comedia, el drama, la fantasía, los relatos románticos y hasta las creaciones que funcionaban a nivel esencial -en un tono muy autoindulgente aunque profundamente sincero- como un homenaje implícito a distintos films y colegas de antaño (el espectro fue amplio y abarcó a realizadores como Rainer Werner Fassbinder, Federico Fellini, Luis Buñuel, Alfred Hitchcock y Ernst Lubitsch, entre otros). De hecho, a posteriori de la lubitschiana Frantz (2016) ahora tenemos la muy hitchcockiana El Amante Doble (L’Amant Double, 2017), una propuesta interesante que sin llegar a lo mejor de su carrera, por lo menos logra satisfacer las expectativas acumuladas.

Uno como cinéfilo versado ya le conoce todos los trucos a Ozon, lo que por cierto no quita que la película en cuestión no sea otro de sus convites eficaces y sumamente prolijos a nivel estético, ubicándose apenas debajo de opus que coquetearon desde diferentes latitudes con el suspenso, léase En la Casa (Dans la Maison, 2012), La Piscina (Swimming Pool, 2003), Bajo la Arena (Sous le Sable, 2000), Los Amantes Criminales (Les Amants Criminels, 1999) y Regarde la Mer (1997). Hoy la trama se centra en Chloé Fortin, interpretada por Marine Vacth, quien ya había trabajado con Ozon en Joven & Bella (Jeune & Jolie, 2013), aquella endeble reformulación de Belle de Jour (1967). La muchacha, una ex modelo que consigue un trabajo como guardiana de un museo, arrastra problemas psicológicos por el abandono de su madre que derivan en una somatización vía un eterno dolor en el vientre.

Tomando elementos de Pacto de Amor (Dead Ringers, 1988) y del tópico en general del “doppelgänger”, con una extensa tradición tanto en la literatura como en el cine, el guión de Ozon -a partir de una novela original de Joyce Carol Oates- gira en torno al triángulo que se forma entre la protagonista, su terapeuta Paul Meyer y el hermano gemelo de este último, Louis Delord, también psicólogo y distanciado del anterior (ambos están compuestos por Jérémie Renier, actor fetiche de los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne). Todo a su vez está atravesado por la desconfianza de Chloé hacia ambos, por instantes oníricos que retratan su frágil estado mental y por una buena tanda de secuencias que juegan con el cine erótico y el desconocimiento de los dos hombres con respecto al hecho de que frecuentan a la misma mujer. Desde ya que la eventual investigación de Fortin la llevará a descubrir los secretos enterrados del conflicto de fondo entre los hermanos y su exasperante negación recíproca.

El director se las ingenia para siempre mantener la tensión y cuenta con la inteligencia suficiente para no incluir giros baratos que transformen de la nada a Chloé en una pobre víctima incomprendida, enfatizando continuamente su histeria de la misma forma en que se remarca la manipulación masculina. Tanto Vacth como Renier están a la altura de sus personajes y de las escenas sexuales, a lo que se suma una pequeña participación de la siempre radiante Jacqueline Bisset. Por el otro lado, tampoco se puede negar que la obra de Ozon no agrega ni un detalle novedoso que no se haya visto en el pasado en innumerables thrillers similares en la veta “film noir sexy” de Cuerpos Ardientes (Body Heat, 1981), Doble de Cuerpo (Body Double, 1984), Bajos Instintos (Basic Instinct, 1992) y La Última Seducción (The Last Seduction, 1994). Aun así, la película es un ejercicio relativamente “jugado” por parte del francés dentro del marco conservador y retrógrado del cine actual…