Amante doble

Crítica de Catalina García Rojas - Visión del cine

Luego de su paso por el Festival de Cannes, el director francés François Ozon estrena Amante doble, un film que se centra en una mujer con problemas psicosomáticos que recurre a un psicólogo del que luego se enamora. Lo que comienza como un drama psicológico se transforma en un thriller erótico que transgrede la barrera entre lo ficticio y la realidad.
“Si entre las cuatro paredes de la alcoba hay un espejo, ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo que arma en el alba un sigiloso teatro.” Así como lo ilustró Jorge Luis Borges en su poema, Ozon plantea en su nuevo film aquella premisa que tanto perturbó al escritor. Y es que los espejos devuelven imágenes monstruosas. En Amante doble se acentúa la ambigüedad del espejismo y conduce al espectador a la experiencia del engaño, a la incertidumbre sobre la verdad y la mentira de los actos de los personajes. Hay múltiples representaciones e ilimitados juegos de espejos. Este análisis tan posicionado permite al director transgredir el límite entre ficción y realidad para confundir al espectador.

El film nos presenta a Chloé (Marine Vacth) que sufre unos fuertes dolores de estómago, a los que ningún médico ha conseguido hallar la causa. Tras los créditos iniciales, la cámara nos introduce en el origen uterino de su sufrimiento, por medio de un primer plano del interior de su vagina. La incertidumbre por su problema la lleva a buscar ayuda en un psicólogo: Paul Meyer (Jérémie Renier).

Luego de varias sesiones, la paciente confirma a su médico que los dolores han frenado de forma significativa y que se considera una persona feliz alejada de la negatividad que antes la perturbaba. Paul le comunica que deben interrumpir las sesiones inmediatamente. Los sentimientos se interponen entre él y la paciente, por lo que la ética deontológica le impide continuar con los encuentros. Chloé decide concluir con su tratamiento e iniciar una relación amorosa con Paul. Este vínculo entre ellos traerá consigo secretos ocultos y comportamientos inquietantes que, a medida que pase el tiempo, se irán desgranando. La sexualidad, el deseo y la obsesión serán los verdaderos protagonistas.

Desde el principio, Ozon invierte el orden del acto sexual. En un mundo sexualmente masculinizado y patriarcal, el hombre siempre adquirió el rol del sujeto activo y la mujer el de objeto pasivo. El director modifica esta perspectiva, tan arraigada y cultural, y construye a la protagonista como el sujeto activo que observa y compara entre varios ejemplares. El hombre es ahora el objeto.

La aparición de un gemelo idéntico de Paul, también terapeuta, permite a Chloé, comparar a ambos personajes y combinarlos para obtener el amante perfecto. Desde su liderazgo, Chloé deberá alcanzar la verdad del misterioso enigma que se oculta entre los gemelos. La ambigüedad del relato unido al constante uso de los espejos transmite la dualidad de las personas y lo que realmente ocultan. La tensión y los giros argumentales son permanentes.