Amante doble

Crítica de Carolina Taffoni - La Capital

La primera escena de “Amante doble” es un primer plano de un examen vaginal. Sí. Así es el director francés François Ozon: puede pasar de una película romántica y delicada como “Frantz” (2016) a este thriller erótico y un tanto macabro en un abrir y cerrar de ojos. El realizador de “En la casa” y “8 mujeres” se centra aquí en Chloé (Marine Vacth), una joven con un dolor de estómago crónico que consulta a un psiquiatra (Jeremie Renier) por este supuesto desorden psicosomático. Casi al final de la terapia Chloé y el médico se enamoran y forman pareja, pero las cosas se complican (y bastante) cuando ella descubre que él tiene un hermano gemelo, un perverso psicoanalista que empieza a seducirla y manipularla. Ozon vuelve a recurrir al tema del doble, pero esta vez en una vertiente desbordada y casi bizarra. Sus referencias son múltiples: David Cronenberg (el de “Pacto de amor”), Brian De Palma, Paul Verhoeven y hasta Roman Polanski. Son muchos (tal vez demasiados) los temas que pretende abordar el director en esta historia deliberadamente ambigua: la tensión entre el deseo y la represión, la delgada línea entre placer y obsesión, la construcción de la identidad y la perversión sexual como elemento disruptivo en la vida cotidiana. A favor de Ozon hay que decir que se las arregla muy bien para mantener el pulso narrativo, siguiendo la línea de un secreto que esconden los hermanos gemelos que se niegan recíprocamente, y apelando a un juego de espejos que se intensifica en la subjetividad trastornada de la protagonista. En contra se le puede achacar un final enmarañado y tramposo, más parecido a un ejercicio de estilo que a otra cosa, que lamentablemente le resta intensidad a estos personajes perturbados y perturbadores.