El almanaque

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Los pasos de la memoria

Paradójicamente o tal vez el cinismo y la lucidez trasnochada de algunos quisieron denominar Libertad a la cárcel más emblemática de Uruguay (a 50 km de Montevideo) que albergó durante las épocas de dictadura –hoy sigue activa con presos comunes- a presos políticos, muchos de ellos jóvenes estudiantes, militantes, que parecieron cometer el delito de pensar a contracorriente del discurso dominante y que fueron privados de su libertad sin conocer derechos ni algo parecido a lo que en épocas de democracia se denomina justicia.

Entre ellos se destaca la historia de Jorge Tiscornia, estudiante de ingeniería que estuvo doce años detenido –el realizador estuvo ocho- y encontró desde la más absoluta clandestinidad y puertas adentro un escape creativo e inteligente para no perder la memoria de esos 4646 días de estadía en el penal, registrados bajo un código propio en diferentes hojas de almanaque, las cuales escondió durante todo ese periodo en la parte interior de unos zuecos de madera confeccionados por él mismo y que no despertaron curiosidad o llamaron la atención de sus guardia cárceles.

El realizador José Pedro Charlo al tomar contacto con el libro autobiográfico de Tiscornia, Vivir en libertad, gestó este proyecto, El almanaque, para reencontrarse con el protagonista y proponerle esta suerte de mecanismo de decodificación de aquellas anotaciones herméticas y así trazar la topografía de los recuerdos, que son un testimonio viviente y de un valor incalculable para reconstruir el día a día en la cárcel y reflexionar a partir de los recuerdos difusos sobre esa lucha silenciosa contra el olvido; contra la incerteza política del momento y sobre todas las cosas contra los momentos más angustiantes de una larga y prolongada pesadilla.

El trabajo que el propio Jorge Tiscornia se toma desde el punto de vista emocional pero también consciente de que es una manera de reivindicarlo resulta asombroso y conmovedor, así como el constante respeto del director al confrontarlo con un pasado del que nos llega como espectadores muy poca información en pos de conservar el testimonio en tiempo presente y reflejar el aquí y ahora que desde la puesta en escena se reconfigura al volver los pasos sobre las instalaciones actuales del penal en contraste con los archivos fotográficos, otro elemento esencial que también formó parte de esa resistencia secreta para que el olvido no gane la batalla.

Nada más simbólico que el refugio de esos zuecos imperfectos, artesanales, para sellar conceptualmente hablando los pasos de la memoria, con sus atajos y laberintos, que la cámara lúcida y urgente de este documental recorre desde su proceso transformador y que vale la pena descubrir.