El agua del fin del mundo

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

El dolor y un viaje, sin sensiblerías

El tema se prestaba para caer en la mayor sensiblería permitida, esa que el cine americano cultiva desde siempre. Hay todo un subgénero hollywoodense que podría llamarse «la enfermedad terminal de la semana», siempre algún virus nuevo, internaciones, recaídas, despedidas, lloriqueos, fondo de pianos y violines, etc., que ha dado algunos títulos nobles, pero también un extenso catálogo de abusos por parte de los vendedores de pañuelos.

Pues bien, «El agua del fin del mundo» no entra en ese catálogo. Sensible pero no sensiblera, va por otros carriles. No es un melodrama, sino una comedia dramática sobre el amor de dos hermanas que viven al día, una de las cuales afronta sin mayores quejas su enfermedad terminal y decide viajar hasta Ushuaia, cosa que lograrán con ayuda de un músico alcohólico. ¿Por qué Ushuaia? ¿Por qué no? En vez de quedarse encerrada esperando, ella decide pintar la casa para su hermana, y salir de viaje. La otra es la menor, encima menudita, y la cuida como si fuera la mayor. Se quieren, lo que no impide que tengan alguna crispación cuando el mismo tipo quiera engancharse a las dos. ¿Pero qué límites fijar, cuando se sabe que al calendario le quedan pocas hojas?

Ese y otros asuntos cercanos pone sobre el tapete la película, con buen sentido de observación, destacables actuaciones, marcada habilidad para que el público perciba las sensaciones físicas de sus personajes, y elogiable manejo del pudor, que nos permite entender, o suponer, ciertas cosas sin mostrarnos ninguna, salvo una escena que, por supuesto, las espectadoras agradecen ver, la del franco calentamiento entre Facundo Arana y Guadalupe Docampo, tan frágil que parece ella, y tan afortunada.

Una mujer ha hecho esta historia, la modelo y actriz Paula Siero, que así debuta como realizadora. Ojalá pueda hacer otras. Coprotagonista, Diana Lamas, muy bien. En el reparto, Mario Alarcón haciendo un porteño de buen corazón dentro de lo que cabe, Antonio Ugo, Graciela Stefani (una risueña historia paralela sobre límites, paciencia y amor) y Mauricio Dayub, que apenas aparece. Y en vez de pianos y violines, música del Chango Spasiuk. Acordeón a piano, eso sí.