El acoso

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Michal Aviad construye en “El acoso” un relato que dialoga de manera directa con los tiempos de empoderamiento femenino y #metoo pero termina por traicionar la salida previsible del relato en un final que sorprende por lo arriesgado. En un momento en el que ya nada es lo que era, ni nunca volverá a ser lo que es, Aviad decide reflejar la vida de una joven madre, agobiada por rutinas asociadas al cuidado de sus hijos y el acompañamiento de su marido en un emprendimiento gastronómico.
Cuando le llega la propuesta de comenzar a transitar junto a un poderoso empresario de la construcción el universo de la venta inmobiliaria, Orna (Gil Ben Slush) mira para adelante y redobla los esfuerzos diarios. Como en “Secretaria Ejecutiva”, la recién llegada irá transformando su vida, su manera, su cuerpo, su forma de transitar el día a día.
En ese avanzar “El acoso” gana por, principalmente, la construcción de Orna, una mujer urbana, deseante, joven, bella que se paraliza ante el hecho que da nombre al título local de la película. Menashe Noy encarna a Benny, ese lascivo y oportunista jefe que aprovecha cualquier momento, hasta el menos pensado, para avanzar sobre la mujer, dos cuerpos que se rechazan pero que ante la necesidad continúan reunidos en el ámbito laboral.
El guion trabaja sobre estos dos personajes, juega con algunos secundarios periféricos, y logra tensionar con un nervio único, los momentos en los que la soledad los invade. El fuera de campo, la oscuridad, todo construye un posible escenario para avanzar en la enfermiza relación que se termina por presentar.
La película posee los tres actos clásicos, reservando el primero y segundo para las presentaciones y la dinámica entre ellos, hasta que, un hecho particular desencadene el tercero con dos miradas totalizadoras sobre ambos personajes. Si bien el guion no juzga nunca a ambos, prefiere que esa naturalidad con la que se presentaba un Israel urbano, moderno, retroceda con la resolución sobre ambos protagonistas.
Allí, cuando comienza a cuestionarse el discurso de Orna, la película gana potencia y suma al me too desde la deserotización de la cuestión. Pero cuando “El acoso” prefiere ir por el lado más sensacionalista, el del subrayado de los hechos que determinarán los caminos de los protagonistas, pierde fuerza, pero no su valiente registro de una violencia ejercida diariamente sobre los cuerpos desde una posición patriarcal del empresariado y el mundo de la venta.