El abogado del crimen

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Narcópolis

Dos escenas pueden llegar a definir la poco sustancial El abogado del crimen, tal vez el intento de Ridley Scott de redimirse por su solemne Prometeo jugando a transformarse en Tarantino pero con la poco feliz sociedad creativa con el ganador del premio Pulitzer, el octogenario Cormac McCarthy, en su primer intento de guión cinematográfico tras su enorme trayectoria como novelista de, por ejemplo, No es país para viejos luego llevada al cine en el film de los hermanos Coen Sin lugar para los débiles.

Las dos escenas a las que haremos referencia son lo suficientemente gráficas para justificar los desaciertos de esta película que reúne un elenco de estrellas de la talla de Michael Fassbender, Penélope Cruz, Cameron Diaz, Javier Bardem, Brad Pitt, Bruno Ganz: la villana de turno en la piel de la gélida Cameron Diaz que parece haber entendido que la única manera de salir indemne de este mamarracho era jugar al grotesco hace el amor con un auto de alta gama (tiemblan Sharon Stone y sus Bajos instintos) mientras el impávido Javier Bardem con un peinado extraño observa atónito como ella refriega su sexo sobre el parabrisas y la segunda escena ubica a uno de los personajes -que por razones obvias no revelaremos aquí- en un basural como si fuese parte de la misma fisonomía de residuos abandonados por un camión recolector.

El público pensará de antemano que con semejante osadía Scott y compañía buscaron traspasar los límites del mainstream y apelaron a un recurso irónico para trascender los convencionalismos del género al desnaturalizar y metaforizar una historia de venganza entre narcos que se traicionan y roban un camión que transporta desechos sépticos como parte de una pantalla que oculta un cargamento sustancioso de drogas. A ese detalle basta agregarle que todo transcurre entre la frontera de México con E.E.U.U. para terminar de cerrar un círculo vicioso sin posibilidad de redención alguna porque lo que se subraya desde el punto de vista del protagonista, un abogado (Michael Fassbender) seducido por la codicia y ese mundo de ostentación, poder y animales exóticos, una vez que se entra no se sale.

Bienvenidos entonces a la narcópolis desde la mirada novelada de Cormac McCarthy mucho más preocupado por las palabras que sus criaturas escupen en medio de reflexiones filosóficas sobre el sinsentido de la vida, lo efímero y hasta valiéndose del pobre Rubén Blades para traer a colación el poema de Antonio Machado que reza caminante no hay camino…; bienvenidos a un despropósito cinematográfico descomunal por su falta de osadía y creatividad a la hora de deconstruir al cine de género –si esa era la intención- y despojarlo de todo condimento atractivo para terminar hablando de sexo sin mostrar sexo, de violencia sin estética y pidiendo a los actores que se tomen en serio ese ridículo derrotero al que son sometidos como ocurre en este film que encima de todo dirige Ridley Scott, quien si bien abandonó su estilo clipero, hiperquinético y recargado de colores fuertes no encuentra el camino para su aventura narco filosofada, publicitaria y aburrida.