El abogado del crimen

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Cliché alta gama

El Paso. Frontera México-Estados Unidos, primera imagen de El abogado del crimen. La referencia es una más de las tantas de películas sobre narcotráfico, en sus combinaciones narrativas y calificaciones más variadas. Ridley Scott filmó sin privarse de ningún cliché, en clave narcos con narcos, sobre la novela de Cormac McCarthy (La carretera, Sin lugar para débiles).El concepto de la película resulta obvio y aburrido, aun cuando no falta la violencia extrema, sadismo y sofisticación al concebir la lucha por el dinero sucio. En el medio de la ostentación, el abogado juega su rol pensando que se puede estar a medias en el negocio. Las consecuencias son tan previsibles como todo lo demás.

El abogado (Michael Fassbender) tiene una prometida (Penélope Cruz) que recibe amor y diamantes sin hacer preguntas. Trabaja para Reiner (Javier Bardem) que comparte secretos y codicia con una mujer que adora las panteras (Cameron Diaz). Hay otro socio, el personaje de Brad Pitt, y un vendedor de diamantes (Bruno Ganz). Resulta meritorio desperdiciar tal elenco en una historia fragmentaria, de varios escenarios (la empresa de camiones atmosféricos, la ruta en el desierto, la mansión de Reiner, los hoteles), planteada desde la descripción de unos vínculos imposibles. Además de las amenazas cumplidas con creces, el guion abunda en diálogos sexuales, un subrayado con respecto a quienes viven la voluptuosidad en el sexo y el negocio, con idéntica intensidad. La cámara retrata la ostentación de las marcas de alta gama y el derroche, mientras en la historia pasa muy poco: falla un detalle y el abogado pierde su lugar en el paraíso.

Penélope Cruz pone la sensualidad en un par de escenas y Cameron Diaz interpreta una malvada de historieta. Este tipo de cine vende una ilusión sin misterio y colabora, a su manera, con la banalización de un nuevo orden económico. Las pretendidas reflexiones incluidas en medio de escenas olvidables expresan el pastiche que Ridley Scott filma con preciosismo. Ya sea el vendedor de diamantes y su filosofía sobre la sabiduría de los diamantes, o la perorata de otro abogado sobre la muerte ("El dolor no tiene valor") suman minutos a una película sin vuelo. Cosa que, tratándose de este director, lleva a pensar que él también, como los personajes, sólo la hizo por dinero.