Efectos colaterales

Crítica de Diego Lerer - Otros Cines

¿Es o se hace?

Anunciada oficialmente como la película que marcará el retiro de Steven Soderbergh del cine -le queda pendiente Behind the Candelabra, un telefilm sobre Liberace que hizo para HBO y que muy probablemente se estrene en el Festival de Cannes-, Efectos colaterales es un thriller bastante efectivo -especialmente, durante la primera mitad- aunque un poco disparatado -notoriamente, durante la segunda parte- acerca de una mujer (muy bien interpretada por Rooney Mara en un trabajo más complejo de lo que parece) que actúa de manera muy extraña a partir de los “efectos colaterales” de un medicamento antidepresivo que toma desde que su marido, un financista de Wall Street (Channing Tatum), fue preso por manipular dinero para una financiera.

Tras el regreso a casa de su esposo y un intento de suicidio muy impactante (la mujer hace chocar su auto violentamente contra la pared de un estacionamiento), ella empieza a ver a un psiquiatra (Jude Law) que le receta varias cosas, pero ninguna parece funcionar. Hasta que da con una nueva droga en fase experimental recomendada por la ex psiquiatra de la misma paciente (Catherine Zeta-Jones) que parece ser un éxito. Pero, tras unos días, el asunto vuelve a ponerse complicado y la chica hace algo mucho peor bajo los efectos de esa droga ¿Qué sucedió? ¿La droga es un peligro? ¿Las farmacéuticas juegan con tu vida y arreglan con los psiquiatras a tus espaldas? ¿Los propios pacientes tienen su responsabilidad? ¿O ninguna de todas esas cosas?

Eso es lo que hay que resolver en la segunda parte de este bastante bien construido film que, lamentablemente, sobre el final se vuelve un poco pedestre, profusamente “informativo” y algo confuso. Muchas vueltas de tuerca se apilan innecesariamente, y las trampas y traiciones sobre traiciones hacen caer el nivel de una película que podría haber sido mucho más interesante si se hubiera centrado del todo en las alteraciones perceptivas que pueden causar ciertos medicamentos psicotrópicos, en lugar de utilizarlas sólo como “McGuffin” hitchcockiano (hay algo de Vértigo circulando por la película) para hacer arrancar el motor del thriller.

Esa intriga, si se quiere, “perceptiva” es la que más potencial tiene en el film, ya que está sólidamente metida en la propia trama ¿Hasta qué punto una persona puede ser considerada culpable de un crimen si está bajo los efectos de una poderosa droga legal y recetada que le puede limitar y mucho la capacidad de ser conciente de sus propios actos? Pero la película no va a fondo con el asunto, acaso por no querer meterse en los problemas que implica atacar directamente a las compañías farmacéuticas. Los “ataques” están ahí de todas maneras, pero más puestos en las personas que en el sistema.

De cualquier modo, la serie de personajes ambiguos y tramposos que circulan por la trama, capaces de hacer cualquier cosa por dinero o para salvar el pellejo, torna al film en algo mucho más siniestro e inquietante que un thriller con héroes y villanos más convencionales. Aquí, son todos seres corruptos, intrigantes y potencialmente peligrosos. Lo único que los diferencia es hasta dónde están dispuestos a llegar por dinero.