Eden

Crítica de Diego Lerer - Otros Cines

En las películas de Mia Hansen-Love se habla bajito y se dramatiza poco. Su “sistema” parece ser el de husmear la realidad y presentarla con pocos filtros obvios. Uno podría llamar al suyo “realismo asordinado” y es por eso que resulta un poco rara la elección temática de EDEN, su más reciente película. Es que el filme se centra en la movida de la música disco electrónica (house, garage y sus combinaciones) que tuvo lugar en Francia en la segunda mitad de los ’90 y nos dejó varios éxitos bailables, algunos artistas de fama relativamente fugaz o de culto (Cassius, Etienne de Crecy, Justice) y un par de muy diferentes superstars como Daft Punk y David Guetta. Y no es una movida que, en principio, pareciera caracterizarse ni por el volumen bajo ni por el realismo a ultranza. Más bien, todo lo contrario.

Hay, decíamos, muchos artistas de la música electrónica francesa famosos, pero hay uno que casi nadie conoció: el hermano de la directora, Sven. En su historia como parte de la movida “house-garage” francesa se centra la película, si bien Mía se ha tomado bastantes libertades dramáticas. Y es por elegir ese personaje y esa mirada de alguien que está adentro que la directora logra mantenerse fiel a su estilo: la música puede ser muy bailable y enérgica, pero para los que viven de ella es en cierto sentido un trabajo como cualquier otro.

El protagonista se llama Paul y tiene un dúo llamado Cheers con el que toca, pasa música en raves y tiene un programa de radio. En su mejor momento –y junto a otros integrantes de esta movida que al principio integraban los Daft Punk– llegan a hacer giras por Estados Unidos un poco empujados por el fenómeno de los hombres en casco, cuya aparición “al natural” genera los momentos más divertidos de la película. Pero el éxito no dura mucho: el garage pasa de moda, Paul no se adapta del todo bien a los cambios, pasan los años y lo que fue una pasión juvenil comienza a convertirse en otra cosa.

edenEntre otras cosas, uno podría decir que EDEN es una película sobre los artistas de “segunda línea” (al menos en lo comercial) que tienen algún momento de gloria, su grupito de fans, su pequeño éxito pero que sus logros artísticos no los llevan a vivir vidas glamorosas ni mucho menos. En su caso es especialmente así, ya que además de la brevedad de su fama hay que contar el dinero que se le va en su consumo de cocaína y en traer especialmente de Estados Unidos a cantantes soul para que interpreten en vivo sus éxitos (el disco francés en su versión “garage” suele tener voces negras), lo cual no siempre se convierte en una gran inversión.

Pasan muchas cosas en la vida de Paul –con parejas, con amigos, con su familia y con su música–, pero Hansen-Love tiene una enorme habilidad para naturalizar esos sucesos de modo tal que el espectador no los vivencia como golpes o giros dramáticos fuertes. Esa cosa “melancólica” que, dice Paul, también tiene la música que hace, se siente a lo largo del filme que hace lo posible por evitar los clichés de casi todas las biografías de movidas musicales.

Es como si el mundo de 24 HOURS PARTY PEOPLE hubiera sido retratado por el Whit Stillman de THE LAST DAYS OF DISCO: las personalidades son menos rimbombantes (no son caras famosas y los únicos que podrían serlo también pasan inadvertidos sin sus célebres cascos), aún los conflictos grandes son mostrados sin enorme énfasis y el viaje del éxito a la caída está contado sin sentimentalismo ni golpe bajo alguno. Si hay algún tipo de nostalgia o melancolía acerca de lo que pudo ser y no fue, Mía lo deja ver en pequeños detalles: Paul escuchando una intro de piano de Daft Punk, Paul mirando la ciudad desde un balcón, la emoción casi fetichista al poner un disco de Frankie Knuckles o su amigo poeta al hacer una caricatura de Larry Levan, ambos íconos de esta cultura musical que la directora retrata desde adentro, como si fuera una parte más del grupo, un poco alejada del centro de la mesa, pero observando con atención todos los detalles.

El único problema que, para mí, tiene el filme es su carácter episódico, ya que cubre casi 20 años en la vida de Paul (de 1993 a 2013), lo cual lleva a que determinadas situaciones y relaciones queden apenas esbozadas y no profundizadas lo suficiente, como las idas y vueltas de su relación con un par de mujeres importantes en su vida y con su silencioso socio musical. El breve papel de Greta Gerwig le da un toque de humor al filme pero da la impresión que no está del todo aprovechada. Es la melancolía la que finalmente triunfa frente a la excitación en la batalla por el “alma del filme”, pero no de una manera ni decadente ni patética. Al final, EDEN es una serena reflexión sobre el crecimiento, el paso del tiempo, las oportunidades perdidas y las encontradas. Y el mundo musical elegido ayuda: es un estilo más ligado a la pista de baile que –como pocos otros dentro de la cultura pop– quedan marcados claramente con una etapa específica de la vida. Aquí se podría aplicar aquello que decía Cerati: “saber decir adiós/es crecer”.