Eden

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

El edén y después

La eruptiva escena electrónica de los noventa en París: un magma de flyers, discos, pósters de fiestas y recuerdos fijados en Polaroids. Mia Hansen-Løve evoca aquella explosión cultural desde el margen, siguiendo la luz frágil de un viaje íntimo con elegancia y sensibilidad. Edén trasciende el retrato de una época, de un espíritu y una vibración generacional. La película cuenta la vida cotidiana de un joven DJ amateur en el núcleo creativo de la música electrónica mundial. La historia de Paul, desde las primeras raves utópicas en los bosques de las afueras de París hasta el suceso internacional. La directora captura la energía colectiva, el humor y el placer de estar juntos: la aventura grupal como un dulce éxtasis antes de la cruel desilusión. Un lento trayecto individual hacia el fracaso que fluye entre la intransigencia musical y el vaivén sentimental. La gloria efímera, el amor en fuga, el edén y después.

La cineasta filma en los lugares reales para reencontrar un paraíso perdido: el encanto, la poesía, la emoción, una forma de verdad. La película avanza llevada por una relación casi orgánica con la música. El momento electrónico es necesariamente fugaz. Sin embargo, la duración le otorga espesor, precisión y sentido. A medida que la película avanza, la puesta en escena discreta adquiere otro relieve, profundiza el ritmo, la musicalidad, la luz, la genial combinación de euforia y melancolía. La directora deja que el tiempo haga su trabajo sobre los personajes. La mezcla de sobriedad y conciencia desdichada de Félix de Givry resulta pertinente para esta singular travesía. Los personajes van cuesta abajo, pasando rápidamente de una habitación a otra para evitar el vacío, mientras la película no para de crecer. El humor discreto, como los gags recurrentes con los Daft Punk, funciona como un sutil contrapunto. La música hace vibrar la película en sus noches blancas, lúdicas y liberadoras. En la última escena, la música se detiene con un gesto audaz: sólo quedan imágenes y palabras, los sueños se esfuman al alba, la poesía revela el desencanto.