Ecos de un crimen

Crítica de Marcelo Stiletano - La Nación

El paso por los cines de Ecos de un crimen es circunstancial. El streaming es el verdadero destino de este thriller intenso, que al final termina entregando menos de lo que promete. Por los resultados podemos presumir que quienes convocaron a un director formado en el mundo del cine independiente local quedaron satisfechos. Después de mucho tiempo sin dirigir cine, Cristian Bernard hizo un trabajo por encargo digno de un artesano con oficio sobrado. Hay prolijidad en la puesta, tensión extrema en algunos pasajes clave y climas bastante logrados. Todo en menos de 90 minutos, sin escenas que se estiran o palabras de más.

Cumplidos los objetivos de honrar al género y respetar sus reglas básicas, lo que faltó es la libertad de querer y poder ir más allá. Como si hubiese un mandato silencioso de quedarse en lo seguro y en cumplir sin riesgo con algunas fórmulas muy conocidas. En un terreno que hemos visitado unas cuantas veces, quizás demasiadas, la película cumple. El plus que se espera de todo creador dispuesto a cambiar algunas de las páginas del manual está ausente.

¿Cuál es la regla que se cumple y que al mismo tiempo aprisiona esta trama? La del relato de intriga que nos lleva a preguntarnos si lo que ocurre es producto de la realidad o de la perturbada mente de su personaje principal. Se llama Julián Lemar (Diego Peretti), escritor de novelas policiales sometido al estrés de la entrega del libro que cerrará un exitoso ciclo. Para hacerlo decide instalarse junto a su esposa (Julieta Cardinali) y sus dos hijos (uno recién nacido) en una lujosa casa de campo que tiene desde lejos un aspecto ideal para tomar distancia del mundo.

De cerca y con la familia instalada, en cambio, parece guardar una suma de calamidades, empezando por un inoportuno corte de luz en una noche de tormenta. Eso no es lo peor. La principal amenaza aparece encarnada en una desconocida (Carla Quevedo) que pide ayuda en una noche de perros para protegerse de su marido (Diego Cremonesi), un hombre temible y violento al parecer responsable de una tragedia inenarrable. ¿Los traumas que afectan a Lemar condicionan su visión de las cosas? ¿Las alucinaciones se imponen a los hechos? ¿Acaso asistimos al borrador en vio y el directo de lo que será el libro final?

Barnard desarrolla y resuelve las tensiones con impecable timing y visibles influencias clásicas (de Hitchcock al Kubrick de El resplandor, pasando por De Palma), pero sin salirse ni un segundo de las instrucciones de los manuales de estilo del género. Cuenta aquí con la invalorable ayuda de un actor protagónico en excelente forma. Peretti logra todo el tiempo que le creamos, mientras las convenciones de la trama trabajan en la dirección contraria llenándonos de pistas que a cierta altura funcionan sin misterio. Pero la seguridad con la que se mueve Peretti (y la firmeza con que Barnard apoya sus decisiones) es lo que sostiene el interés hasta el final, cuando todas las incógnitas ya quedaron demasiado enunciadas, y en parte resueltas.