Eclipse

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

Entre el fuego y el hielo

“Eclipse”, la tercera entrega cinematográfica de la saga “Crepúsculo”, continúa navegando en las dobles aguas de un particular género fantástico que mixtura intrigas vampíricas y leyendas folclóricas con anécdotas de romance juvenil, reactualizando ideológicamente esquemas conservadores de conductas más propios de la cultura de los años cincuenta.

La novedad esencial radica en el cambio de dirección, esta vez a cargo de David Slade, con algunos hallazgos en cuanto a su tono menos estructurado. Un mérito del nuevo director es darle mayor carnadura a una trama con vampiros, los que aparecen mucho más humanizados, sobre todo en sus defectos y por la utilización del humor que se incluye en forma de autoparodia, como el diálogo entre Bella y su padre para indagar sobre su conducta sexual.

Como en la anterior, se incorporan personajes secundarios que no tienen demasiado peso dramático ni mucho interés (al menos a esta altura de la saga, a la que aún le quedan dos películas futuras para trasponer los cuatro volúmenes literarios de la escritora mormona S. Meyer).

En lo actoral, Kristen Stewart se afirma y afianza en su personaje de Bella como la heroína de la voluntad capaz de educar su deseo del fuego al hielo, si fuera necesario para preservar el inalterable amor por Edward.

Tiempo de dudas

“Es tiempo de equivocarse, de cometer errores, de enamorarse... Porque solamente cometiendo errores y equivocándonos, sabremos finalmente lo que queremos ser”, dice en su discurso de graduación una de las colegialas compañeras de Bella y Edward.

El eje de esta parte de la saga pasa por las decisiones en este cruce vital que va de la adolescencia a la adultez. En la necesidad de alargar la trama, el guión apela a un virtual triángulo amoroso entre Bella, Edward (Robert Pattinson) y Jacob (Taylor Lautner). Se profundiza en el tema de las dudas, poniendo a prueba a la protagonista que deberá elegir entre “lo que debiera ser” y “lo que realmente es”, en suma deberá ser coherente con los sentimientos de su corazón.

La trama de suspenso es más una excusa para el dilema amoroso que es el verdadero núcleo narrativo, al que por obvias razones es necesario expandir y estirar como un chicle.

La dosis de acción (no olvidemos que después de todo es una particular historia de vampiros) está dada con la aparición de una pandilla de peligrosos “neófitos”, llamados así porque tienen mucha más sangre en el cuerpo, en relación con el pacífico clan vegetariano-vampírico al que pertenece Edward Cullen. Esta acechanza servirá también para superar la ancestral rivalidad entre licántropos y vampiros, ya que para defender a Bella, todos se unirán solidariamente.

Más suspiros, menos acción

Al haber menos jaleo, aumentan los besos, arrumacos y declaraciones de amor, pero también irrumpe el fantasma de los celos.

Pero los protagonistas evolucionan, toman sus decisiones y maduran. Formalmente, la narración pone menos énfasis que las anteriores en efectismos visuales y más bien intenta algunas inclusiones artesanales, cámara en mano, siempre en el marco de una sólida fotografía que sobresale particularmente en los ambientes naturales del bosque.

La esencia de la historia sigue siendo la misma: una novela rosa y conservadora que incluye todas las variaciones posibles de vampiros, desde vegetarianos, pasando por nobles jerárquicos hasta los sanguinarios neófitos. Digamos que esta versión no traiciona el nivel esperado. Moda o fenómeno global, que nadie espere ver otra cosa de lo que el producto vende: una historia de amor, acción y jóvenes bellos, con el plus de moralina y moralejas acomodadas a los tiempos que corren.