Eclipse

Crítica de Daniel Cholakian - CineramaPlus+

Bella dice que elige ser parte de la familia de Edward porque ella es diferente al resto de los humanos. Pero, a diferencia de "Crepúsculo", Bella es ahora una chica perfectamente integrada sus congéneres con lo que el andamiaje dramático se derrumba.

Al momento de sentarse a desarrollar una nota sobre la película Eclipse, este sencillo escribiente, siente la necesidad de cuestionarse el sentido de este intento crítico. ¿Cuánta influencia puede tener mi opinión, ciertamente negativa, en la concurrencia del público a la salas? Quizás, como mero juego ególatra, el único objetivo de este texto sea lucir el disgusto personal con esta película, como si este hecho sirviera para ubicar al autor en un espacio intelectual de élite. Porque convengamos, pocas personas, probablemente ninguna, decida no ir a ver este tercer opus de la saga del vampiro melancólico, a partir de leer este artículo.

Aclarada la banalidad del acto, podría darme a la escritura. Pero permítanme solo una cuestión más alrededor de este hecho. ¿Qué tan razonable encontraría usted lector que un periodista hiciera un recorrido crítico, proponiendo originalidades, puntos de vista, argumentaciones teóricas, respecto de una crema anti-age, una marca de ropa o el alimento balanceado para mascotas? Probablemente encontraría poco pertinente tener un sitio dedicado a la crítica de los sabores de las gaseosas o de los alimentos basados en cereales. ¿Cuál es el motivo para que alguien se detenga a leer una crítica de Eclipse, y en cambio no busque críticas al último lanzamiento de cualquier reconocida marca de jugos concentrados? Seguramente la diferencia se basa solo en la costumbre, y un viejo ademán artístico que el cine trae consigo, y que ya sabemos que no se hace presente en todas las películas.

Dicho esto, se podría afirmar que tiene tanto sentido una crítica sobre la película Eclipse, que sobre cualquier otro producto comercial dispuesto en una góndola del mercado del barrio.

Pero, como el escorpión del viejo chiste, escribir está en mi naturaleza y difícilmente pueda dejar de hacerlo.

El problema principal de esta versión de la tercera novela de la saga Crepúsculo, se puede rastrear en las palabras finales de la protagonista. Bella dice a Edward que no lo eligió a él simplemente, sino que eligió ser parte de su familia, de su forma de (no) vida, justamente porque ella es diferente a los demás, y no se encuentra bien con el resto de los humanos, y sus deseos, y sus elecciones. Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurre en la primera de las películas de la serie, Bella es aquí una chica perfectamente integrada, bien peinada, vestida como el común de sus compañeros, capaz de compartir con ellos una fiesta y discutir razonablemente sobre el discurso para la fiesta de su graduación. O sea, Bella está absolutamente integrada con los humanos, simples y concretos. Lo mismo que el otrora policía enajenado que es su padre, y su nómade progenitora. Y lo que parece incoherente ahora, es la relación que sostiene con esos dos raros jóvenes que la aman, Edward y “anabolitos” Jacob. Aquí se encuentra centralmente lo peor de la película. Que lo que debe ser, no es. Con lo cual el andamiaje dramático se cae por su propio peso.

Como en la anterior, la disputa del amor de la chica por los dos antagonistas, son el centro de la trama. Y lo que pudo haber asomado a la tragedia, en el mejor de los sentidos, ha desaparecido. Finalmente el único atractivo, parece estar en las pasiones que ambos protagonistas masculinos pueden despertar en las féminas, especialmente jóvenes y adolescentes.

Las peleas y aventuras, pobremente justificadas y muy violentas –vale la pena acotarlo- son mero relleno para una historia que se estira inútilmente, pero que, por suerte, parece depararnos solo un opus definitivo. A menos que el mercado requiera más y más versiones de esta historia, y que nuevamente nos obligue a nosotros a disfrazarnos de sesudos críticos de productos conocidos, y consumidos, más allá de la bondad de su contenido.