Duro de matar: un buen día para morir

Crítica de Jonathan Santucho - Loco x el Cine

La oveja negra de la familia.

Es imposible evitar el cambio. Imperios surgen y caen; familias nacen, crecen y mueren; y las historias se reformulan. Un ejemplo de lo último arrancó en 1989, durante el apogeo del guerrero invencible en el cine de super acción, cuando apareció la bocanada de aire fresco que fue John McClane en Duro de matar: un simple policía neoyorquino con la peor suerte, tan apto a acumular problemas personales como a tirar insultos y golpes, pero finalmente dispuesto a salvar el día y a destrozar su cuerpo en el proceso. Inmortalizado por Bruce Willis, que encontró el punto justo entre antihéroe y hombre cualquiera, este personaje atrajo a la gente por su disposición de ser presionado al límite y aún así seguir avanzando, siempre armado con un latiguillo al estilo de “Yippie-ki-yay, motherfucker”.

Pero con la llegada de cada secuela, la filosofía hollywoodense de agrandar las continuaciones lo fue transformando en una suerte de superhéroe, capaz de saltar de jets y de lanzar autos hacia helicópteros. Y la pérdida de humanidad terminó siendo el talón de Aquiles de McClane, que vuelve con Duro de matar: Un buen día para morir (A Good Day To Die Hard, 2013), la quinta entrega de una franquicia que sin dudas merece descansar en paz.

En esta oportunidad, John traslada la destrucción a Rusia, en donde su lejano hijo Jack (Jai Courtney) está arrestado por asesinato. El asunto es que el crimen está conectado con el anticipado juicio de Yuri Komarov (Sebastian Koch), quien va a arriesgar su vida declarando en contra del corrupto y peligroso oficial Chagarin (Sergei Kolesnikov). Y, justamente, cuando McClane va a visitar a su primogénito a la corte, un grupo de mercenarios agita las cosas y provoca un atentado. Sin embargo, Jack tiene una sorpresa: en realidad, él es un agente encubierto de la CIA, dispuesto a recuperar un misterioso objeto oculto por Komarov. Ahora, de nuevo en el lugar y momento equivocado, John tendrá que unirse a su chico para sortear decenas de asesinos, descubrir la verdad y terminar la misión.

En esta sinopsis, se puede empezar a notar uno de los dos grandes problemas con esta película, que vendría a ser el guión por parte de Skip Woods (también culpable por los libretos de Hitman, Agente 47, X-Men Orígenes - Wolverine y Brigada A), quien parece haberle sacado el polvo a una vieja historia de espionaje para luego agregar a último momento a John McClane. Se nota la influencia de films como Los Indestructibles, en las que los fornidos ochentosos aceptan y se burlan de las arrugas y del género. Sin embargo, donde se equivoca Woods es en trabajar con la exacta inverosimilitud del film de Stallone: mientras que Los Indestructibles reconoce su ridiculez y la usa como ventaja, esta Duro de Matar se olvida del chiste y mete misiones, villanos y riesgos que parecen directamente quitados de una película de James Bond, pero que chocan con la astucia y la intriga de los previos capítulos de la saga.

Como si esto fuera poco, durante la mayoría de la producción, el personaje de John casi es dejado atrás para darle espacio al argumento familiar y a la introducción de Jack (lo que hace sospechar sobre el deseo de los productores de continuar la franquicia con sangre joven). Bruce sigue con el mismo carisma de siempre, pero acá el uso para él está limitado a tres cosas: contar chistes, disparar y poner la cara en los momentos bizarros (piensen en cuanta gente saldría bien después de verse agarrada de un camión colgado sobre un helicóptero volando sobre las ruinas de Chernobyl -no pregunten-). Ni siquiera se puede desarrollar la relación entre padre e hijo que se construía tanto al principio del film: un par de segundos de disculpas a escondidas y se acabó la historia entre Willis y Courtney; aunque, considerando la poca química que tienen, no es tan difícil entender por qué.

A pesar de todo esto, es cierto que un buen director sería capaz de, al menos, crear un producto mirable con esta fundación. Por desgracia, el responsable de esto es el irlandés John Moore, quien ya usó sus infames manos en la remake de La Profecía y la película de Max Payne, mostrando de nuevo una falta de seguridad remarcable a la hora de filmar acción. Recurriendo demasiado a la cámara en mano, al exceso de malos efectos especiales, a la fotografía “de moda” (ese infame look azul y naranja) y a una edición inentendible, Moore logra solo por segundos captar el trabajo del resto de la gente detrás de cámaras.

Al final, solo los que busquen acción sin sentido tendrán su cometido porque, exceptuando a Willis (quien eleva todo con cada aparición), Duro de matar: Un buen día para morir va en contra de los elementos que hicieron clásicos a los primeros films. Quién hubiera imaginado que el fin de McClane no llegaría por ladrones o terroristas, sino por realizadores de cine.