Duro de matar: un buen día para morir

Crítica de Fernando López - La Nación

Pasan los años, también para Bruce Willis que hace veinticinco, cuando tenía 33, encontró al que sería su personaje más famoso, John McClane, el protagonista de Duro de matar . Pasan los años, pero no para el personaje, que sigue siendo indestructible a juzgar por los innumerables riesgos de muerte que corre en esta nueva aventura ambientada en una ciudad europea (Budapest haciendo las veces de Moscú) que se presume habrá quedado irreconocible tras soportar tantas explosiones, incendios y catástrofes como las que rodean al popular héroe. Han pasado los años también para su familia. Para Lucy, su hija, a quien ya conocíamos porque fue víctima de un secuestro en el que era hasta ahora el último film de la serie, ( Duro de matar 4.0 ) y que en éste, mientras lleva al papá al aeropuerto desde el que partirá para la capital rusa, no deja de recomendarle -vanamente, claro-, que no se meta en problemas. Y, por supuesto, también han pasado para Jack, su hermanito dos años menor, que apenas había asomado en el título inaugural, y ahora hace su presentación en sociedad, con la facha y los músculos del australiano Jai Courtney.

Como padre e hijo han estado largamente distanciados, el reencuentro, ya en tierra rusa, no resulta muy auspicioso. Pero no hay tiempo para reproches ni ajustes de cuentas, sobre todo porque el muchacho, que tiene a quién salir y trabaja para la CIA, está bastante ocupado tratando de proteger a un prisionero político que está en la mira de muchos poderosos poco interesados en que su decisivo testimonio destape un gigantesco caso de corrupción vinculado con el plutonio y Chernobyl.

La acción no da tregua. A Komarov, el testigo en cuestión (lo mismo que a su custodio, que a cambio recibirá ciertos archivos importantes para la CIA), le brotan enemigos por todas partes, el principal, un tal Chagarin, que fue su socio. Y también a John, que si bien está de vacaciones -y lo recuerda a cada rato, con esa costumbre que tiene de conservar el humor aun en las circunstancias más difíciles- le da una mano a su hijo y se involucra en todos los peligros imaginables. Y algunos verdaderamente increíbles, porque si bien el libreto de Skip Wood no derrocha imaginación, tampoco se mide a la hora de buscar pretextos para que la guerra que se desate sea sin cuartel y que en ella se involucren desde enormes helicópteros y todo el parque automotor de Moscú hasta el armamento más pesado y novedoso. La misión, como se ve, resulta arriesgadísima y compleja aun para el experto que ha sido capaz de derrotar él solo a todo un ejército de terroristas, y a su hijo, que ha heredado la fortaleza física y la condición de indestructible del papá. Lo suficiente como para que los aficionados a la franquicia no se detengan a reparar en detalles. Como por ejemplo que mientras los gángsters locales y los dos visitantes norteamericanos convierten la ciudad en un caos, no se vea asomar ni siquiera un policía de barrio interesado en curiosear de dónde vienen tanto estruendo, tanto fuego y tanto humo.

Los toques de humor, que nunca faltan en la serie, los proporciona casi siempre la relación padre e hijo. En ese sentido cabe anotar que Courtney resulta una buena compañía para Willis. El director John Moore, en cambio, no parece tener mucho que aportar a la serie, salvo cierta sobredosis de espectacularidad.