Duro de matar: un buen día para morir

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

La familia es lo primero

La sola presencia de Bruce Willis metido en la piel del legendario John McClane basta para que una película de acción se mantega a flote hasta el final. Las cuatro entregas anteriores de Duro de matar lo confirman y la quinta no podía menos que refrendar esa certeza.

Pero esta vez esa forma norteamericana de hacer justicia que encarna McClane -y que se autodefine como brutal e intuitiva- es contagiada por un sentimentalismo familiar un tanto empalagoso. Esas emociones se materializan en una especie de balbuceante reflexión sobre la paternidad, que si bien no ocupa más de 10 líneas de diálogo, empapa con su simbolismo todo el argumento.

McClane tiene que ir a rescatar a su hijo de una prisión rusa, lo cual sirve de excusa a los guionistas para desempolvar varios prejuicios que tenían archivados desde la época de la Guerra Fría y aplicarlos al contexto político actual, reducido a un infierno de mafias enquistadas en el poder.

El reduccionismo cumple la función de un acelerador en el cine: pasa rápido lo que no tiene importancia. El problema es que en este caso el ritmo sigue más el gráfico de un ataque de epilepsia que una progresión narrativa. En las primeras escenas en Moscú todo indica que el director se va tomar su tiempo para mostrarnos las cosas con cierta calma, diálogos extensos, cámara lentas, panorámicas de la ciudad. Pero de pronto, como si hubiera recibido una inyección de adrenalina, lanza una impresionante persecución que dura varios minutos y que deja exhausto no sólo a los protagonistas sino también a la trama que los contiene.

¿Que se puede esperar después de semejante exhibición de virtuosismo? La respuesta hay que buscarla en otra película, porque en esta no se les ocurre nada mejor que apelar al miedo a la bomba atómica, lo que equivale a poner un cartel de "clausurado por falta de ideas".

Para colmo, el actor que encarna al hijo de McClane, Jai Courtney, parece haber ocupado en el gimnasio las horas que debía asistir a la escuela de actuación. Su carisma es inversamente proporcional a sus músculos, y al pobre de Bruce Willis no le queda otra opción que hablar con una pared. No importa si dice un chiste o si expresa una emoción, el rebote llega siempre sin efecto.

Afortunadamente, varios tiroteos, algunas explosiones y una obligatoria vuelta de tuerca, que refuerza el concepto de que incluso entre los malos lo primero es la familia, hacen que la quinta entrga de Duro de matar no sea la autopsia de su propia leyenda.