Duro de matar: un buen día para morir

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Duro de Matar: Un Buen Dia Para Morir es la quinta entrega de la venerada saga que comenzara en 1988 y redefiniera por completo el género del cine de acción. Pero Duro de Matar 5 no es ni por asomo el mejor capítulo de la franquicia: la historia tiene agujeros grandes como estadios de futbol, y la durabilidad de John McClane es tan excesiva que parece haberse convertido en una especie de ciborg indestructible a lo Terminator. Pero aún con todos sus grandes problemas, Duro de Matar: Un Buen Dia Para Morir tiene una energía envidiable y algunas escenas de acción tan ridículas como excitantes. No es un buen filme, pero sí es uno entretenido.

Ciertamente el público norteamericano le dió la espalda, en gran parte gracias al apedreo generalizado de la crítica. El primer defecto grave del filme es que John McClane se siente más como un secundario que como protagonista de su propia película. Es cierto que Bruce Willis está viejo (casi en sus 60 años), pero el tipo está mucho más fresco que Schwarzenegger y Stallone juntos, amén de que posee mucho más carisma. También resulta entendible el deseo de fabricarle un sucesor - en la figura de su hijo, encarnado por Jai Courtney, el cual es bastante bueno en el papel y posee algo de los genes cínicos del viejo John -; pero quizás el quid de la cuestión resida en el deseo de trasladar la acción a Rusia - escenario novedoso y exótico para el cine norteamericano, aún cuando ya pasaron casi 30 años desde la caida del comunismo -. Como John no conoce un choto de ruso, está empardado con el más fresco, experimentado y astuto Jack (John Jr), el cual se maneja como pez en el agua en las calles moscovitas. Eso hace que Jack siempre vaya un paso por delante de John, y que John haga las veces de comic relief, sólo que armado hasta los dientes.

El escenario ruso fuerza mucho la credibilidad de las cosas. Como no hay contactos ni amigos en Rusia, la historia debe ser simplificada al máximo - Jack y John van a dos o tres lugares a perseguir a los malos, sitios entre los cuales se incluye el escenario del climax -. Esto también reduce el número de personajes, lo que también complica el giro sorpresivo habitual que poseen las entregas de la saga - una revelación sobre las verdaderas intenciones del villano o algún traidor escondido en donde uno menos lo espera -, el cual aquí resulta extremadamente traído de los pelos. Uno termina por rechinar los dientes cuando se descubre la verdad de la milanesa, y termina encogiéndose de hombres mientras dice "oh, sí... claro...".

Mientras que la historia deja mucho que desear - ¿por qué no liquidar a Komarov desde el vamos?; ¿por qué todos los malos desconocen la palabra "sutil", y vuelan edificios enteros por los aires, o los arrasan desde helicópteros fuertemente artillados... todo esto en medio de Moscú, y sin que intervenga ni la policía ni siquiera la fuerza aérea?; ¿cómo es que los chechenos van a los bares cargados de ametralladoras, municiones y granadas... justo las necesarias para que John y Jack puedan enfrentarse al ejército de villanos en el minuto final? -, la acción está rodada como los dioses. No es la acción propia de Duro de Matar - en donde John siempre llegaba con las últimas fuerzas a liquidar a los malos y las cosas funcionaban por un pelito de suerte -, sino más la de Michael Bay de sus últimos filmes; hablamos de secuencias gloriosamente ridículas, en donde la física, la biología, la medicina (y la lógica) no existen en este universo. Camiones artillados que arrasan decenas de autos como si fueran galletitas, tipos cayendo por un tubo desde un edificio de 20 pisos de altura y saliendo con dos o tres rasguños, o individuos montándose a balazos en el pleno centro de Chernobyl, en donde la radiación se encuentra a niveles estratosféricos. Eso sin contar un salto de 200 metros desde la cola de un helicóptero en picada, montaje que es tan espectacular como absurdo.

Aún cuando sea la entrega más floja (en terminos de lógica e historia) de la saga, Duro de Matar: Un Buen Dia Para Morir no deja de ser divertida. Hay que verla sin pretensiones - sin esperar un gran villano como Hans Gruber, o un despliegue de inteligencia como la correría en Central Park de la tercera entrega, ni una persecución desesperante siquiera como el climax con el caza de la versión 4.0 -, y dejarse llevar por su despliegue descerebrado. Quizás haya llegado el momento de jubilar a John McClane (o quizás de rebootearlo con alguien más fresco), pero - a riesgo de sonar sacrílego - yo me sigo divirtiendo con el viejo Bruce, el cual tiene más pasta que 10 héroes de acción (de ahora) juntos, aún cuando funcione al 15% de su capacidad.