Dunkerque

Crítica de Santiago García - Leer Cine

La hora más luminosa.

Dunkerque es la prueba de que el cine industrial sigue siendo complejo, diverso, lleno de ideas y grandes realizadores. Combina elementos de narración clásica con otros tantos de mayor modernidad, pero siempre de forma justificada, no forzada. Su director, Christopher Nolan, elige un camino y llega hasta las últimas consecuencias con él. No es Steven Spielberg, como tampoco es Clint Eastwood, Terrence Malick u otro director. No hay motivo alguno para compararlos, cada uno eligió una forma de contar eventos de la Segunda guerra mundial a su manera. El período histórico y el género cinematográfico los une, nada más.

Dunkerque cuenta la historia de la batalla del mismo nombre, pero específicamente la Operación Dínamo o Evacuación de Dunkerque. Los últimos días de mayo de 1940 se rescató a los soldados Aliados atrapados en las playas de Dunkerque, Francia, una vez el ejército nazi los llevara a replegarse hasta esa posición. Este evento ya fue retratado en cine y en el mismo año en que se estrenó esta película también llego a las salas Las horas más oscuras, que cuenta los mismos eventos pero desde las decisiones políticas en Londres.

La película es de una belleza y estilización particularmente impactantes. Desde el comienzo con la ciudad desierta y los papeles de propaganda cayendo del cine, queda claro que hay en esta historia un gran director que realiza un trabajo personal y atrapante. Nuestro primer antihéroe, no es el único, solo desea huir, como sea, de la ciudad y al llegar a la playa escaparse, sin la más mínima conciencia, hacia Londres sin importar si para eso debe adelantar lugares en la fila. Es humano y hace lo que puede. Lo mismo harán otros, claro está, pero también estarán los que harán el camino inverso, dejar la absoluta seguridad de su hogar para ir hacia un lugar de enorme peligro para sus vidas. Tres escenarios elige Christopher Nolan para contar su historia: una semana en tierra, un día en el agua y una hora en el aire. Así como los tiempos en los tres espacios son muy diferentes, la película los ordena para que se puedan entender esas diferentes sensaciones. Nolan hace un juego temporal sutil, subrayado por los carteles que anuncian esos tiempos, y decide que todo conviva aunque las líneas temporales de la historia no son las mismas que las del relato. Es decir. En poco menos de dos horas de relato vemos distribuidas las tres situaciones, pero en la historia estas difieren muchísimo, como ya fue establecido.

El riesgo de realizar esto es renunciar a algunos momentos de suspenso y detener en algunas situaciones la emoción genuina que se podría obtener si la historia y el relato coincidieran de forma clásica en su ordenamiento. Pero a juzgar por el resultado Nolan nos convence de que no había otra manera de contarlo y conseguir que se pudiera entender a los personajes como corresponde. ¿Qué pasaría si los aviadores llegaran en los últimos cinco minutos del film? Queda claro que lograron resolver este problema a partir de la estructura del guión. Pero nadie podrá decir que Dunkerque es un film de guión tampoco, ni que basa todo su mérito en eso, al contrario. Lo memorable de la película es su aspecto visual. Como consigue que la ciudad, la playa, el muelle, el agua, los barcos, el cielo y los aviones se vean de manera impactante, memorable. El dramatismo de cada escena está logrado con méritos del lenguaje del cine, con un director lleno de ideas visuales, sin el menor atisbo de rutina en su puesta en escena.

Y finalmente, la frialdad que podría provocar un film con esta estructura y este refinamiento estético, no es tal porque cuando llegan los momentos de emoción la película conmueve. Desde el primero hasta el último de los personajes logra que podamos conectar con ellos. Con el miserable, con el aterrado, con el heroico, con el noble, con el que hace sacrificios que nadie conoce, con el que obtiene un pequeño y a la vez enorme reconocimiento en el diario local. Hay mucha emoción en Dunkerque y también hay mucho cine.