Dunkerque

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Cine, en estado puro
Sin ampulosidad, con maestría visual y escasos diálogos, Nolan logra tal vez su mejor película.

Una película bélica en la que prácticamente no hay sangre, ni se le ve la cara al enemigo. Christopher Nolan reconstruye un hecho bélico, pero le escapa a los clisés del género, haciendo un espectacular fresco sobre lealtad, solidaridad y el egoísmo, sobre el patriotismo, pero no el patrioterismo, el coraje emparentado con el sacrificio, el miedo y la cobardía.

Dunkerque es menos ampulosa y excesiva que cualquiera de las películas del director de Memento.

El ascetismo no es el término que mejor le cuadra al director de la trilogía de Batman con Christian Bale. Pero Dunkerque es cine en estado puro. Hay un trabajo de narración en imágenes casi sin apoyarse en las palabras (el sonido sí es determinante), con muy pocos diálogos y escasas reflexiones filosóficas rimbombantes.

Nolan gusta de ser ampuloso y hasta pretencioso. La estructura de sus películas suele ser compleja con saltos temporales (Memento) o espaciales (Interestelar), rebuscados apuntes filosóficos (El origen), incluida la trilogía de Batman, y pese a que era un blockbuster sobre un superhéroe.

Lo cierto es que ésta es su primera película no surgida de su imaginación sino basada en hechos reales. Habrá ficcionalizado las historias de los personajes. E igual se las rebusca para complejizarla un poco, y hacerla a su escala.

Dunkerque no es un filme lineal, sino que sigue tres subtramas en tres ámbitos –tierra, mar y cielo- con tres protagonistas cada una (una semana, un día, una hora son los subtítulos con los que comienza cada una) que se irán alternando -y cohesionando- en la pantalla.

Es, entonces, una película coral. Mayo de 1940, en el norte de Francia. Hay tres soldados tratando de salvar el pellejo en la playa abierta, tres pilotos luchando contra la supremacía aérea enemiga nazi y tres civiles (un padre, su hijo adolescente y un amigo de éste) a bordo de uno de los cientos de veleros que partieron desde las costas inglesas a ayudar a rescatar a los soldados aliados.

La base de la película, para quienes no estén familiarizados con el hecho histórico, no es sobre una victoria sino una derrota (Nolan es británico, y para los ingleses la batalla de Dunkerque y lo posterior fue un desastre y hasta sienten humillación) y el épico y caótico rescate de los combatientes. Eran 400.000 y los hombres de Churchill planeaban salvar 30.000.

Políticamente, éste quizá no sea un filme apropiado para los tiempos del Brexit.

El trabajo sonoro es espectacular. Hans Zimmer, habitual compositor y colaborador de Nolan, construye la música desde sonidos casi se diría de metrónomos, emparentando la artillería, la marea, acrecentando o sirviendo de contrapunto. Esto es trabajo en equipo, previo al rodaje y sentados ante la consola.

Nolan rodó Dunkerque con cámaras de 70 mm no sólo para captar la amplitud del paisaje: vean a los soldados en el muelle aguardando el barco antes de ser atacados, y a la vez la intimidad de ciertos encierros. Y también utilizó cámaras del sistema IMAX. Aquí no quedan salas que proyecten en 70 mm, y hay una sola de IMAX. La recomendación es para que el espectador sienta, al menos, más cerca, lo que el director quiso que experimente sentado en su butaca.

Hay imágenes y escenas imponentes, escasos diálogos, sólo necesarios para conectar las subtramas. Se diría que Dunkerque se entiende con sólo mirarla, pero se estarían perdiendo la mitad del espectáculo. Tal vez no sea una obra maestra, pero sí una tremenda obra cinematográfica.