Dunkerque

Crítica de Diego De Angelis - La Izquierda Diario

La tragedia de la guerra

La secuencia inaugural de Dunkerque (2017), la nueva película de Christopher Nolan, es formidable. Un grupo de soldados británicos camina por las calles desiertas de una ciudad ocupada. Saben que están rodeados y que no tienen escapatoria. Lo saben porque acaban de leer un volante, dirigido especialmente a ellos, que lo anuncia sin rodeos. La certeza de su destino, y la soledad que los acosa en ese momento, envuelve a la escena de una sensación concreta de terror.

La advertencia se cumple de inmediato: de pronto una balacera sin procedencia visible obliga a los soldados a correr desesperados en busca de refugio. El registro de la persecución será notable. La contundencia de la escena encontrará su fundamento en la forma cinematográfica. El origen de las balas permanecerá en todo momento fuera de campo. La presencia enemiga se advertirá tan solo por el ruido ensordecedor de los proyectiles y el pánico de los soldados que huyen para salvar su pellejo.

La película se refiere a un acontecimiento específico de la Segunda Guerra Mundial: “El milagro de Dunkerque”. Un suceso que marcó a fuego, por la condición épica de su desenlace, la historia e identidad británica. A mediados de 1940, en plena contienda bélica, una ciudad portuaria del norte de Francia se encuentra ocupada por los nazis. Las tropas de los aliados son empujadas hacia el mar. Miles de soldados esperan un rescate que parece improbable. El ejército alemán avanza por tierra, su fuerza área suspende cualquier posibilidad de salida. Los tienen atrapados. La presencia del enemigo se percibirá mayormente a través del sonido insidioso de sus aviones y la reacción temerosa de los soldados.

imagen del film / imagen de Archivo del diario ABC.es

La forma que el director británico dispone para contar la historia es extraordinaria. A partir del montaje paralelo de tres perspectivas distintas, que involucran tres órdenes espacio-temporales diferentes, Nolan mostrará cómo el ejército asediado logró lo imposible: la evacuación milagrosa de más de 300.000 soldados. En primer lugar, la situación del muelle, durante una semana. Los intentos frustrados de escapatoria por los continuos bombardeos de los aviones alemanes. La cámara seguirá especialmente a dos jóvenes de infantería que intentarán fugarse para sobrevivir.

Por otro lado, lo que sucede en el mar, en el plazo de un día. Desde Inglaterra, una pequeña y humilde embarcación civil saldrá hacia Dunkerque para ayudar a rescatar a los soldados. Un viejo patriota navegará hacia allí junto a su hijo y un joven sin experiencia pero que desea servir a su patria y convertirse en un héroe. Por último, el enfrentamiento aéreo, en el transcurso de una hora. Tres aviones caza británicos se desplazarán por los cielos para combatir a los Stuka alemanes. Las tres historias terminarán por confluir con absoluta precisión.

Durante la mayor parte de su desarrollo, la película exhibirá con gran eficacia visual, acaso como lo han hecho pocos films del mismo género, la tragedia de la guerra. Nolan no necesitará servirse del despliegue cruento y escabroso de cuerpos mutilados. La espera de los soldados, su desesperanza ante la proximidad inevitable de la muerte, la llegada inminente del enemigo, serán elementos narrativos suficientes para transmitir la desolación y la violencia que sufren los protagonistas de la contienda bélica. La banda de sonido a cargo de Hans Zimmer profundizará la representación del horror.

Sin embargo, casi como un vicio que no pudiera evadirse, hacia el final el film tropezará con la entelequia del patriotismo. El regreso heroico de los soldados, la colaboración de los civiles en la operación de rescate, la generosidad de un capitán honorable. Dunkerque se pondrá, en los últimos minutos, fatalmente lacrimógena, orgullosa de sí misma y de su moral redentora. Festejará el heroísmo de una tropa y de un país, sin poner en discusión en ningún momento el fundamento político que construye y sostiene la quimera de una comunidad imaginada sin conflictos. La algarabía festiva que promueve un poder omnipresente capaz de dejar a jóvenes e indefensos a la deriva.