Dunkerque

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Los rusos ganaron la Segunda Guerra Mundial (al menos en Europa). Los libros de historia se empeñarán en vender otra cosa, mas equilibrada y pluralista, con el tema de una alianza multinacional que atacó a la Alemania Nazi desde tres frentes – el occidental, abierto luego del Dia D; el de la “panza de la bestia” en Italia y los Alpes y que golpeaba a los germanos desde el Sur; y el masivo frente ruso donde los soviéticos aplastaban casi sin resistencia a los alemanes hasta llegar a Berlín en Abril de 1945 -, pero sólo los soviéticos pudieron levantarse solitos de las cenizas, frenar a los nazis a las puertas de su capital, modernizar en secreto su ejército y reconstruirlo de manera masiva, y crear la fuerza armada mas moderna y letal de la época – superando incluso a la maquinaria de guerra germana que se consideraba de avanzada -. Si la victoria rusa fue empañada por algo, sin dudas fue por el salvajismo del contraataque, la sed de sangre que llevó a los soviéticos a masacrar poblaciones civiles germanas casi con la misma saña que los alemanes habían aplicado apenas un puñado de años antes. Violaciones, ejecuciones, el abandono a su suerte de las milicias nacionales (como el ejército polaco) para luego invadir y construir los que sería el bloque de naciones del Pacto de Varsovia. Oh, sí, los rusos se quedaron con todo, con todo aquello que Hitler deseaba y construyeron un poder tan formidable que hubiera puesto rojo de envidia al mismo führer.

Y mientras los rusos aplastaban cabezas nazis en el este, en occidente la cosa iba de sangre y sacrificio, en donde cada kilómetro debía ser conquistado a fuerza del despliegue de cientos de miles de hombres débilmente armados en un campo minado hasta el último centímetro. Es por ello que el Dia D podrá haber presentado a Winston Churchill como uno de los padres de la victoria, pero lo cierto es que el primer ministro inglés estaba aterrado hasta los huesos. El desembarco masivo en Normandía le traía las pesadillas de la derrota en Dunkirk – sufrida por los ingleses tan solo 4 años antes – y la cual no terminó en una masacre gigantesca simplemente porque el destino no lo quiso.

Dunkirk es la crónica de dicha derrota. Cuando los ingleses estaban solos – junto con los franceses – enfrentando al ejército mas moderno y mortífero del mundo, y decidieron hacer un acto solidario de valentía mandando a casi medio millón de soldados al continente… sólo para que fueran perseguidos y tiroteados hasta esta desolada playa en el norte de Francia. Un suplicio que duró casi diez días en donde 400.000 ingleses debieron agolparse en la arena, esperando una masiva flota de evacuación que nunca llegaba y donde la amenaza de irrupción del ejército nazi (y el seguro exterminio) parecía tan inminente como inevitable.

Para ilustrar la historia el meister Christopher Nolan decide usar tres hilos narrativos: el de un adinerado (Mark Rylance) que toma su yate y sale a buscar por su cuenta soldados en la playa francesa; el de un temerario piloto (Tom Hardy) que debe proteger a toda costa la evacuación (aún cuando ello pueda costarle la vida); y el de un recluta (Fionn Whitehead), que intenta por todos los medios subirse / colarse a un barco para abandonar el infierno al cual está condenado. El problema es que estas historias utilizan un ritmo cronológico diferente, el cual es un recurso narrativo discutible y distrayente. Por ejemplo, la historia de Whitehead es la mas larga, porque el pibe hace una semana que está varado en la playa; lo de Rylance dura una hora y lo de Hardy transcurre a lo largo de un día… y los tres hilos no van siempre ordenados. Si bien Nolan pone unos carteles al principio del filme, uno no se percata del despiole cronológico hasta 45 minutos después de iniciada la cinta, en donde nos topamos con Cillian Murphy, un inglés flotando en el mar que es recogido por Rylance… y que cinco minutos después aparece en la playa de Dunkirk, seco, y cruzándose con la historia de Whitehead. O los combates de Hardy, cuyos episodios aparecen en las otras dos historias pero completamente fuera de orden. Es mareante ver como la historia avanza y retrocede, y regresa a donde estaba antes sin dar explicaciones; y si bien esto es usado por Nolan para sincronizar los momentos mas emocionantes en el final – el rescate de Rylance; el último combate de Hardy; el acercamiento de Whitehead al último buque de rescate -, no deja de ser cuestionable. No sé si era tan imposible hacer una narración lineal sobresaliente sin caer en estas excentricidades que solo afectan la efectividad de la obra.

Ciertamente no es la típica película de guerra. No esperen ver a Tom Hanks o Tom Cruise haciendo proezas, cruzando con una sonrisa el fuego de las lineas enemigas o matando a mil nazis con una bala. Es un drama de sobrevivencia que a veces va bastante lento, y que sólo se activa cuando el enemigo (silencioso, invisible, anónimo) revienta buques y muelles con una facilidad pasmosa. La gente desesperada abandonando los naufragios como ratas, el esfuerzo de maquinas y pilotos al límite, el estar congelados en un purgatorio esperando una muerte segura (y recibiendo artillería y balazos en los momentos menos esperados), y las reacciones bizarras que produce la guerra en las mentes mas estables. Todo esto se matiza con los formidables combates aéreos de Tom Hardy, filmados como los dioses, pero es mas un compilado de viñetas de la guerra que una historia formal habitada por personajes tridimensionales. Hasta los créditos finales no sabremos los nombres de estos personajes, ni tampoco conoceremos sus antecedentes o su personalidad. Sólo los veremos reaccionar ante el peligro, la muerte y la violencia, un detalle que le da inmediatez y veracidad pero también crea distancia emocional entre estos individuos y el público.

Dunkirk es un buen filme de guerra, pero me hubiera gustado una estructura narrativa mas tradicional. Nolan innova, emociona, es un maestro a la hora de conmover al espectador, pero también lo confunde contando la historia de manera nada ortodoxa. En todo caso es un filme que rompe el molde y obtiene la mayoría de sus objetivos, lástima que sus métodos le impiden alcanzar el éxito absoluto, al menos desde mi punto de vista.